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Zimbabwe: La planificación central deriva en ineficiencias masivas

Desafortunadamente, todavía hay lugares donde las advertencias de Hayek siguen siendo relevantes, el Zimbabwe de Robert Mugabe es uno de esos lugares.

Como Hayek explicó, la planificación central deriva en ineficiencias masivas y largas colas de espera afuera de tiendas vacías. Un estado de crisis económica perpetua entonces conduce a un clamor por más planificación. Pero la planificación económica es hostil a la libertad.

Democracia
En el año 1944 se publicó el muy leído y considerablemente influyente libro, El Camino a la Servidumbre. El autor y economista austriaco, Friedrich Hayek, advirtió que los crímenes de los alemanes nazis y de los comunistas soviéticos eran el resultado inevitable de un creciente control estatal de la economía. Hayek tuvo la suerte de vivir para ver la derrota de aquellos dos regimenes totalitarios.

Desafortunadamente, todavía hay lugares donde las advertencias de Hayek siguen siendo relevantes, el Zimbabwe de Robert Mugabe es uno de esos lugares.
Como Hayek explicó, la planificación central deriva en ineficiencias masivas y largas colas de espera afuera de tiendas vacías. Un estado de crisis económica perpetua entonces conduce a un clamor por más planificación. Pero la planificación económica es hostil a la libertad. Como no puede haber un consenso general sobre un solo plan en una sociedad libre, la centralización del poder de tomar las decisiones económicas tiene que ir acompañada de una centralización del poder político en las manos de una pequeña elite. Cuando por fin el fracaso de la planificación central se vuelve innegable, los regimenes totalitarios tienden a silenciar la oposición—muchas veces mediante el genocidio.

Ahora volvamos al siglo 21 y al caso actual de Zimbabwe. Entre 1999 y el 2003, su economía se contrajo por más de un 30 por ciento. El año pasado, la tasa de desempleo constató un 80 por ciento de la población económicamente activa, y el ingreso por cabeza fue mas bajo que en 1980—el año en que Mugabe subió al poder. La expectación de vida cayó de 56 años en 1985 a 33 años en el 2003. La inflación, luego de haber subido a 500 por ciento en el 2004, continúa en los tres dígitos. La inversión directa extranjera y el turismo han decaído considerablemente. En enero, más de la mitad de la población de Zimbabwe necesitaba ayuda alimenticia. De una población de 13 millones, entre 3 y 4 millones del pueblo de Zimbabwe han emigrado al extranjero.

¿Qué condujo a esto? En el 2000, el Sr. Mugabe dio luz verde a que sus partidarios invadan las granjas comerciales, muchas de ellas eran propiedad de los ciudadanos blancos de Zimbabwe. Los derechos de propiedad privada de los granjeros comerciales fueron revocados y el estado distribuyó las tierras confiscadas a los agricultores de subsistencia—muchos de ellos sin experiencia previa en agricultura. La producción agrícola colapsó.

Las invasiones de granjas tuvieron efectos económicos secundarios. El sector bancario, el cual utilizaba la tierra agrícola como colateral, fue golpeado con deudas malas y evitó la emisión de nuevos préstamos. El sector de manufacturación, el cual dependía mucho del procesamiento de los productos agrícolas, también sufrió un declive. La producción doméstica en decaída privó a Zimbabwe de la habilidad de ganar moneda extranjera para comprar comida en el exterior. La hambruna se dio.

La respuesta del Sr. Mugabe fue la de manipular las elecciones y fortalecer el poder gubernamental por sobre la economía mediante controles de precio. Muchos precios—incluyendo los del pan y el gas—fueron fijados a un nivel muy bajo. Aquello resultó en la escasez y la emergencia de mercados negros. Mientras más de la economía de Zimbabwe se trasladaba al sector informal, los ingresos por impuestos disminuyeron y las arcas del gobierno se vaciaron.

La emergencia de los mercados negros fue parcialmente la razón por la cual el Sr. Mugabe decidió lanzar una operación llamada “Murambatsvina” en mayo.

Las fuerzas de seguridad arrestaron a más de 20,000 vendedores y destruyeron sus puestos de venta. Ellos allanaron pueblos enteros donde el gobierno era incapaz de ejercer control sobre la economía informal, dejando así a alrededor de 700,000 personas sin su hogar. Los arzobispos católicos de Zimbabwe advirtieron: “Las condiciones actuales son una receta completa para un genocidio; estamos presenciando una tragedia de una grandeza sin precedentes”. Ellos podrían todavía estar en lo correcto. De acuerdo a Didymus Mutasa, uno de los ministros de estado del Sr. Mugabe, Zimbabwe “estaría mejor con solo 6 millones de personas, con nuestra propia gente que apoya la lucha por la liberación”. El resto son evidentemente prescindibles.
Tal como Hayek advirtió, el ataque inicial del gobierno en la propiedad privada condujo a la intervención en la economía y consecuentemente, a la destrucción de las libertades políticas en Zimbabwe. Si el Sr. Mugabe continúa el camino marcado por otros dictadores socialistas, el mundo todavía podrá ver a Zimbabwe descender hacia una orgía de violencia.

En un reporte de la semana pasada, la ONU condenó los últimos abusos en Zimbabwe, denominando a la decisión del gobierno de demoler invasiones como una violación de la ley internacional que urge la prosecución de aquellos responsables. Kofi Annan, el Secretario-General de la ONU, llamó a esta política una “injusticia catastrófica”. En contraste, la Unión Africana se ha lavado las manos con respecto a Zimbabwe, diciendo que no sería “apropiado” interferir con los asuntos internos de uno de los miembros de la Unión Africana. Esto nos muestra una cara desagradable de aquellos que gobiernan el continente africano. Es hora de que ellos sigan el ejemplo del Sr. Annan y hablen en público en contra del Sr. Mugabe.

Este artículo apareció originalmente en el Financial Times.

Marian L. Tupy es Director Adjunto del Proyecto sobre la Libertad Económica Global del Cato Institute.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.

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