América, Política

A Europa parece importarle muy poco América Latina

“A Europa le importa muy poco Latinoamérica. Pero puede importarle mucho que los Estados Unidos, su gran rival en la lucha por la supremacía mundial, sea el líder de un continente vigoroso, pujante, en franco vuelo hacia el desarrollo y la paz. Y dentro de esa concepción geopolítica macabra, nada más interesante que Colombia, destrozada por el terror, se sume al grupo de los socialismos destructivos y empobrecedores del área.”


Nadie en su sano juicio negaría que en Colombia han descendido las muertes violentas en proporciones asombrosas; los secuestros se han reducido a la cuarta parte de los que padecíamos en el 2002; los ataques a los pueblos dejaron de ser el tenebroso alimento de los sensacionalismos periodísticos; la destrucción de los oleoductos, las líneas de conducción eléctrica y los puentes, son una rareza; los desplazamientos masivos y las desapariciones forzosas, apenas se registran, y los asesinatos a los alcaldes, concejales, sindicalistas y periodistas no tienen más número que el suficiente para que no olvidemos la sombría noche que dejamos atrás.

Pues cuando estábamos en el clímax del terror, asistíamos a la farsa del Caguán. Eran concomitantes los dos acontecimientos: el extremo de la violencia y aquel jolgorio que nos transmitía la televisión institucional todos los sábados, en agotadoras jornadas de notoriedad para las Ong, para los políticos de izquierda, para los politiqueros que no saben dónde andan. Y coronando la peregrinación al resguardado lugar de los asesinos de Colombia, los delegados de las Naciones Unidas, Lemoyne, Egeland, Frühlig, y los "embajadores de los países amigos", infatigables promotores de la paz negociada, que dejó las huellas de sangre, de dolor y de pesares que jamás se borrarán. Entonces, ni un minuto de cese de hostilidades, ni la entrega de un fusil, ni la promesa de aliviar la tragedia colombiana. Pero allá estaban todos.

Y acontece que hoy nadie visita a Santafé de Ralito. La entrega efectiva de más de 5.000 armas, la desmovilización de un número igual de violentos y el plan en plena marcha para que a finales de este año se hayan rendido doce o quince mil más, no despierta ningún entusiasmo, y lo que es peor, no pareciera merecer ningún respeto. Salvo Sergio Caramagna, el delegado de la OEA a quien ya le tenemos un monumento en el corazón, los demás amigos de Colombia desaparecieron, los observadores internacionales son cada día más críticos y los muchachos de la ONU y de las Ong, cada vez más agresivos.

¿Qué pasó? Pues que esta paz de ahora, la que de verdad es paz y no sainete en medio de un río de sangre, no cumple los estándares internacionales. Esa estupidez es la que dicen los mismos que se abrazaban con los asesinos de las Farc en el Caguán, sin asomo de pudor ni de vergüenza. Por donde entendemos que los estándares internacionales exigen que nos dejemos asesinar sin compasión y que el cese real, comprobado y espectacular de la violencia es irregular, para aquellos extraños árbitros de la moral internacional.

Como las cosas no pueden ser tan absurdas, ni gente tan inteligente como los embajadores europeos pudo volverse tan torpe de la noche a la mañana, será preciso encontrar en este laberinto el hilo de Ariadna que nos salve.

Los Estados Unidos parecen ser nuestros únicos aliados en el mundo. Y no tendrán algunos el consuelo de atribuir esa amistad, y esa comprensión, a los Republicanos. La mayor figura de los Demócratas, el ex presidente Clinton, acaba de dejar constancia de la buena voluntad de todo el pueblo de ese gran país por nuestra lucha pacificadora. Lo que pasa entonces, sin duda, nos pasa con nuestros vecinos, cuya cercanía espiritual con Fidel Castro pudiera explicar su desvío. Y con Europa, que de ser el epicentro de los países amigos, se ha tornado la gran crítica de este apasionante proceso de reconstrucción moral de Colombia. Y cabe aventurar una respuesta. A Europa le importa muy poco Latinoamérica. Pero puede importarle mucho que los Estados Unidos, su gran rival en la lucha por la supremacía mundial, sea el líder de un continente vigoroso, pujante, en franco vuelo hacia el desarrollo y la paz. Y dentro de esa concepción geopolítica macabra, nada más interesante que Colombia, destrozada por el terror, se sume al grupo de los socialismos destructivos y empobrecedores del área. Con el alma desgarrada, proponemos esa hipótesis atroz. Pero es que no tenemos otra.

Fuente: El Colombiano

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