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Ante la crisis, apelar a la crítica racional

“El totalitarismo moderno es solo un episodio dentro de la eterna rebelión contra la libertad y la razón” (Karl Popper)

Las soluciones a los urgentes problemas que ha provocado el Gobierno deberán pasarse por el tamiz de una crítica racional, si es que se desean resultados relativamente confiables. Se necesitará mucha tolerancia en las discusiones entre los políticos y economistas que intentarán salir lo antes posible de la situación, cada vez más complicada, en la que los argentinos estamos inmersos.

Karl Popper nos invita en “La Sociedad abierta y sus enemigos” a adoptar una actitud en que predomine la disposición a escuchar los argumentos críticos, a procurar resolver la mayor cantidad posible de problemas recurriendo a la razón o sea, al pensar claro y a la experiencia, más que a las emociones y pasiones.

El gran filosofo utiliza el término “racionalismo crítico” para revelar la importancia de la actitud de “razonabilidad”, la creencia de que en la búsqueda de la verdad necesitamos cooperación y que con la ayuda del raciocinio, podremos alcanzar, con el tiempo, algo de objetividad. Si muchas veces argüimos con nosotros mismos, es porque hemos aprendido a argüir con otros y de esta forma a reconocer que lo que cuenta es el argumento más que la persona con quien se discute. Debemos la razón, lo mismo que el lenguaje- productos espontáneos de la vida social- a la comunicación con otras personas; cada una de ellas es una fuente potencial de información razonable que permite “la unidad del género humano”.

Su concepción de la razón es diferente de la de Hegel y sus discípulos, quienes considerándola también un producto social, no le atribuyen ningún valor al individuo sino al cuerpo colectivo, al cual consideran el verdadero portador de todos los valores. Popper se diferencia, su teoría es de carácter interpersonal pero nunca colectivista. No reniega, sin embargo, de la Tradición, a la que se refiere como a un conjunto de relaciones personales concretas, pero no la considera sagrada, estima que se pueden apreciar las tradiciones como valiosas o perniciosas según sea la influencia que tengan sobre las personas.

Se aleja también de Platón, quien ve a la razón como a una facultad que los hombres poseen y puede desarrollarse, Popper admite que los dones intelectuales puedan influir y contribuir a la razonabilidad pero cree que no es imprescindible tenerlos, ya que no son pocos los hombres inteligentes que, a menudo, pueden ser extremadamente irracionales, aferrándose a prejuicios y negándose a escuchar a los demás. El intuicionismo intelectual de Platón pregona la fe inmodesta en la superioridad de las propias dotes intelectuales, la pretensión de ser un iniciado, de saber con certeza y con autoridad.

Esta fe en la posesión de un instrumento o método infalible de descubrimiento, esta negación de la diferencia entre lo que pertenece a las facultades intelectuales de un hombre y lo que proviene de la comunicación con los demás , este pseudorracionalismo, recibe a veces el nombre de racionalismo, pero Popper lo desecha como tal. Se opone, de este modo, a toda pretensión de autoridad: entiende que el racionalismo no se concilia con el autoritarismo, porque la argumentación -incluida la crítica y el arte de escucharla- es la base de la razonabilidad. La razón, explica, como la ciencia, se desarrolla a través de la crítica mutua, es por ello que la única forma posible de planificar su desarrollo, es fomentar aquellas instituciones que salvaguardan la libertad de pensamiento. Adhiere al verdadero racionalismo, el de Sócrates, esto es, la conciencia de las propias limitaciones, la modestia intelectual de saber con cuanta frecuencia se yerra y hasta qué punto dependemos de los demás para la posesión de conocimiento. Cree, que aunque no debemos esperar demasiado de la razón – todo argumento difícilmente deja totalmente aclarado un problema- es el único medio para aprender, para ver con mayor claridad que antes.

Impugna, el gran pensador del siglo XX, la insistencia del irracionalismo en las emociones y pasiones, más que en la razón, como fuentes inspiradoras de la acción humana. Si bien, manifiesta, que puede ser así, piensa que es un deber intentar pasar la razón al primer plano, ya que la actitud de resignación ante la naturaleza irracional de los seres humanos y, en el peor de los casos, el desprecio por la razón, conduce, en última instancia, al empleo de la violencia y a la fuerza bruta. Así lo expone: ante un conflicto dado, si las emociones y pasiones más constructivas como el respeto, el amor, la devoción por una causa común, entre otras, que podrían en principio ayudar a resolverlo, resultaran insuficientes, solo le queda al irracionalista acudir a otras emociones y pasiones menos constructivas, como el miedo, el odio, la envidia, y por último, la violencia.

Reconoce que la actitud racionalista fundamental se basa en un grado mínimo de irracionalismo: la fe en la razón. Según elijamos, nos dice Popper, una forma de irracionalismo más o menos radical, o solamente ese grado mínimo que denomina racionalismo crítico, variará nuestra actitud total hacia los demás hombres y los problemas de la vida social. El irracionalismo, al que no obliga ningún tipo de consecuencia, puede darse en combinación con cualquier tipo de creencia, tal como en la división de los hombres en conductores y conducidos, en amos y esclavos naturales, por lo tanto, la decisión entre racionalismo critico o irracionalismo implica una decisión moral. Toda vez, que nos vemos ante una decisión de este tipo, debemos analizar, cuidadosamente, las consecuencias correspondientes a las distintas alternativas entre las cuales debemos optar, así conoceremos el peso de nuestra decisión, de otro modo actuaremos a ciegas, en vez de hacerlo con los ojos abiertos. Deja claro, que si bien el análisis racional de las consecuencias de una decisión puede influir en ella, no la determina, ya que somos nosotros los que decidimos, no las consecuencias. Pero, analizarlas, nos asegura un remedio eficaz para protegernos de las filosofías oraculares, uno de los medios más poderosos para enloquecernos con palabras.

No es fácil, para la actitud irracionalista, evitar entremezclarse con la actitud opuesta al igualitarismo. No niega Karl Popper, que los individuos son, como todos los demás seres del mundo, por muchos motivos, sumamente desiguales y que además es deseable que así sea. La igualdad de derechos es a la que se refiere él y la igualdad ante la ley, a la que considera una exigencia política basada en una decisión moral. La adopción de una actitud anti igualitaria en la vida política, es decir en los problemas concernientes al poder del hombre, no es ni más ni menos que un acto criminal porque justifica que el amo tiene derecho a encadenar al esclavo, y que algunos hombres puedan utilizar a otros como herramientas.

Se opone, también, a la equivocación de pensar que debe gobernar el amor en vez de la razón porque quienes lo hacen, abren las puertas a aquellos que solo quieren y pueden gobernar por el odio. Quienes creen en el gobierno directo del amor, desprovisto de racionalidad, deben tener en cuenta que el amor, como tal, no fomenta ciertamente la imparcialidad, ni es capaz de subsanar, por si mismo, conflicto alguno, no puede reemplazar el gobierno de las instituciones controladas por la razón. “ Amar a una persona es querer hacerla feliz” ; toma Popper esta frase de Santo Tomás, pero nos advierte que de todos los ideales políticos este es el más peligroso, lleva a la tentativa de imponer a los demás la propia escala de valores “superiores”, para hacerles comprender que es de suma importancia para su felicidad. Esta idea traslada a la utopía y al romanticismo, al intento de traer el paraíso a la tierra, lo cual produce, como resultado no querido, el infierno. Este pensamiento ha engendrado la intolerancia, las guerras religiosas y la salvación de las almas mediante la Inquisición. Nuestra obligación es socorrer a quienes necesitan ayuda pero no hacerlos felices, no depende de nosotros, por lo general resulta una intromisión, indeseable, en la vida de aquellos hacia quienes nos impulsan buenas intenciones. El empleo de medios políticos para imponer nuestra escala de valores sobre los demás es una cuestión diferente a la que uno tiene con sus amigos, los cuales pueden liberarse de nosotros poniendo fin a la amistad. El dolor, el sufrimiento, la injusticia, y su prevención, son los problemas eternos de la moral política, pero los valores “superiores” deben ser excluidos en gran medida de cualquier programa de gobierno y librados al imperio del Laissez faire.

El abandono de la actitud racionalista, la pérdida del respeto a la razón, a los argumentos y puntos de vista de los demás, la insistencia en las capas más profundas de la naturaleza humana, conducen a considerar a la persona, más que a sus ideas, a la creencia que pensamos con nuestra sangre, con nuestro patrimonio nacional o con nuestra clase, concepciones intelectualmente inmodestas que no juzgan las ideas por sus propios méritos.

El irracionalismo también se sirve de la razón, pero sin ningún sentimiento de obligación, la deja y vuelve a tomarla a su antojo, en cualquier momento, por ello, para Popper, la única actitud digna de ser considerada moralmente justa, es aquella que reconozca tratar a los hombres como a nosotros mismos, como seres racionales. Con su lema “yo puedo estar equivocado y tu puedes tener razón y, con un esfuerzo, podemos aproximarnos más a la verdad” promueve la idea de que todos podemos cometer errores, los podemos encontrar solos, o con la ayuda critica de los otros, teniendo fe en nuestra razón y también en la de los demás. Popper adopta la actitud contraria al irracionalismo, insiste en el razonamiento y la experiencia, en la idea de que el adversario tiene derecho a hacerse oír y a defender sus argumentos, supone el reconocimiento de la tolerancia, por lo menos de todos aquellos que no son, en sí mismos, intolerantes: “no se mata a un hombre cuando se adopta la actitud de escuchar primero sus argumentos”. Su preferencia por el racionalismo critico se halla vinculada al reconocimiento de la necesidad de instituciones destinadas a proteger, tanto la libertad de la crítica como la libertad de pensamiento, con ellas, sostiene, la libertad de los hombres se da por añadidura.

Karl Popper, no desaprovechó el baúl de conocimientos que la vida nos ofrece a diario, buceó en problemas gnoseológicos fundamentales. Nos muestra como nuestra sociedad occidental debe su racionalismo, su fe en la unidad racional del hombre y en la sociedad abierta y especialmente su perspectiva científica, a la antigua fe socrática y cristiana de la hermandad de todos los hombres y en la honestidad y responsabilidad intelectuales.

Ojalá este apretado apunte sirva para incentivar la lectura de su obra y con ello, mejores actitudes y soluciones, a los inagotables problemas que trae la aventura de vivir.

Elena Valero Narváez
Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia.
Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas
Premio a La Libertad.( Fundación Atlas)

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