Economía y Sociedad

Crisis del capitalismo sin reglas morales (I)

El autor sostiene que aunque hace seis meses que estalló la crisis mundial, pocas semanas antes de ello los grandes centros de invetigación hablaban de un crecimiento sostenido.

Antonio Margariti
Hace apenas seis meses, y de manera inesperada, irrumpió la crisis mundial. Pero es preciso refrescar la memoria recordando que, pocas semanas antes de su aparición, los grandes institutos de investigaciones, las más poderosas autoridades mundiales y los más sagaces economistas hablaban de un crecimiento sustentable, a escala global y con las velas desplegadas.

¿Dónde están ahora los gobernantes que se jactaban de dirigir un crecimiento a tasas chinas? Aquellos petulantes, que ignoraban que el aumento del PIB se producía por una exacerbación del consumo, apalancado por precios internacionales en continuo crecimiento y una inflación reprimida mediante índices falsos.

Ahora, esos mismos infatuados utilizan el derrumbe global como argumento para justificar su fracaso alegando el desastre ajeno.

La crisis mundial, no deja de tener un gran componente moral que debe hacernos meditar. Es bien cierto que Argentina tiene su propia crisis derivada de la avidez sin límites de sus gobernantes y la ignorancia intelectual con que eluden los problemas hasta que estallan. Pero el estado de colapso universal requiere reflexiones más profundas.

En la naturaleza no hay crisis. Pueden ocurrir catástrofes o cataclismos. En cambio, las crisis son productos de la acción humana y provocan múltiples trastornos en la vida de las personas, de las empresas y los países.

Generalmente, hay tres causas principales de las crisis.

• Cambio de expectativas en un número influyente de personas, que inciden en el clima social de un pueblo.

• Malas decisiones adoptadas por los gobernantes que conducen el país, como consecuencia de la miopía política, sectarismo o prioridad de fines egoístas.

• Violación de las reglas de conducta que preservan el orden social, tanto por agitadores organizados, como por autoridades que declinan su deber de promover el bien común.

En nuestra historia reciente tenemos ejemplos de crisis generadas por cambios de expectativas, malas decisiones y reglas erróneas. Se trata de los famosos planes de estabilidad adoptados después de la hiperinflación de Raúl Alfonsín.

El gobierno peronista de Carlos Menem había prometido el shock del “salariazo y la productividad” basándose en el Plan Bunge & Born, que fue un fiasco y duró un instante como su ministro Miguel Angel Roig. Inmediatamente después, en diciembre de 1989, Néstor Rapanelli ensayó el plan Bonex, que confiscó los depósitos de plazo fijo y agravó la situación.

Durante 1990 se lanzaron varios planes que también fracasaron: Erman I, Erman II y Erman III. La hiperinflación resurgió con fuerza y desestabilizó a Carlos Menem, quien tuvo que ocultarse para escapar del descrédito popular. Cada fin de semana se recluía en distintos monasterios, acompañado por el ministro Gustavo Béliz, quien posteriormente fue también ministro de justicia de Néstor Kirchner.

Hasta que se lanzó el plan Erman IV en junio 1990, no pudo frenarse la hiperinflación menemista. Conviene recordar en qué consistía:
• Paralización de contrataciones y licitaciones de obras públicas.
• Eliminación de las retenciones agrícolas y los reintegros a exportaciones.
• Suspensión de los Regímenes de Promoción Industrial.
• Supresión de Secretarías, Subsecretarias y Direcciones Nacionales.

Apenas empezaron a cumplirse estas disposiciones, las expectativas cambiaron de inmediato. Pese a la baja de precios internacionales, las exportaciones agrícolas crecieron 34 %, las importaciones se redujeron a un tercio y la balanza comercial de 1990 alcanzó el mayor superávit de la historia argentina.


La experiencia argentina demuestra que cinco anuncios sucesivos fracasaron hasta que un sexto plan despertó la confianza. La población creyó en las medidas cuando comprobó que se ponían en práctica.

Allí aprendimos “que las crisis no se resuelven manteniendo las reglas que las provocan” y que para salir de las mismas no son suficientes los anuncios sino el cumplimiento de dos clases de reglas:
• Reglas de disciplina que sancionan a quien actúa mal.
• Reglas de confianza que permiten restaurarla, alejando el recelo.

Como dice James McGill Buchanan, premio Nobel de Economía 1986: “En la vida social y económica necesitamos reglas morales porque sin ellas la vida sería salvaje, solitaria, miserable y muy corta. Estas reglas definen los espacios privados dentro de los cuales cada uno de nosotros puede llevar a cabo sus actividades con seguridad y sin temores”.

No importa que las reglas sean impuestas por el Estado o el resultado de la auto-regulación de los propios interesados. Lo importante es que las reglas sean adecuadas, conformes a un orden moral, efectivas, tomadas a tiempo y sancionado su incumplimiento.

Lo mismo sucede hoy en el campo financiero mundial. Las medidas de salvataje del gobierno americano y de los países de la Unión Europea no consiguen despertar confianza en sus poblaciones, eufemísticamente designadas como “los mercados” y sin esa confianza es imposible retornar a la normalidad.

La percepción universal de los inversores y ahorristas es que se ha producido una gigantesca estafa a escala planetaria y que las políticas adoptadas no van encaminadas a impedir su repetición, sino que tratan de salvar a los banqueros responsables de la crisis e incluso a garantizarles un “paracaídas dorado” como premio por su delictuosa gestión. La frivolidad de esos individuos y su falta de arrepentimiento por la gravedad de los hechos cometidos, unida a la insensibilidad de no pedir humildemente perdón, indisponen a los mercados en contra de las medidas que los gobiernos pródigos toman con dinero ajeno.

La indignada visión que millones de personas tienen sobre esos acontecimientos, explica las expectativas pesimistas instaladas en el mundo y que nadie tenga confianza sobre la solución del problema.

Para ello es preciso conocer cómo se salió de otra gran crisis también terrible, la crisis financiera mundial de 1929.

La crisis financiera mundial de 1929, también se inició con el crack de la bolsa en Wall Street un jueves negro del 24 octubre. Produjo sus siniestros efectos durante diez años y se extendió por todo el mundo esparciendo miseria, hambre, desocupación y generando la devastadora IIª guerra mundial.

Desde 1929 hasta fines de 1933 fueron infructuosas todas las medidas de salvataje dispuestas por el presidente Herbert Hoover y la Reserva Federal de EE.UU.

Pero en junio de ese último año se adoptó una decisión que fue la piedra fundamental para salir de la crisis. Se trata de la Glass-Steagall Act una ley que permitió a Franklin D. Roosevelt poner orden en las finanzas y desarrollar un ambicioso programa de obras públicas.

Pocos años después, la inminencia de la guerra hizo cambiar el panorama imponiendo a la población americana una enorme restricción al consumo para hacer posible el empleo de los recursos en el armamentismo americano. Todo esto fue posible gracias a la disciplina bancaria establecida por la Glass-Steagall Act.

Fueron estas duras reglas financieras más que la filosofía keynesiana del gasto público deficitario, las que permitieron a Roosevelt salir airoso de la pavorosa crisis de 1929.

Esta ley fue redactada por Carter Glass, ex secretario del Tesoro y fundador del Sistema de la Reserva Federal y por el senador Henry Bascom Steagall, estableciendo una clara diferenciación entre bancos comerciales:
• Bancos de ciudad, como el City Bank of New York o el Bank of Boston
• Bancos estaduales, como el Wells Fargo Bank
• Bancos nacionales, como el Bank of America y el Chase National Bank

Para que ningún banco grande pudiera dominar a los pequeños, se les aplicó la ley Sherman Act de antimonopolio, prohibiendo terminantemente las fusiones o adquisiciones de bancos.

Además, los bancos comerciales tuvieron que someterse a rígidos criterios éticos, prohibiéndoles realizar las siguientes operaciones:
a) Asociarse con compañías financieras propias o ajenas,
b) Integrar directorios de sociedades comerciales,
c) Administrar fondos de pensiones o inversiones,
d) Tener ingresos de operaciones bursátiles superiores al 18 %,
e) Participar en negocios de seguros y tarjetas de crédito.

Esta ley, que tuvo una vigencia de casi 70 años, permitiendo que el sistema bancario americano fuese uno de los más sólidos y solventes del mundo.

Está comprobado que el ser humano no persevera en el esfuerzo. Desde enero 1993 a 2001 ocupó la presidencia de EE.UU. el demócrata Bill Clinton, que era partidario del intervencionismo estatal y de la gestión pública de instituciones económicas. Como la mayoría inicial del Congreso era republicana no pudo sancionar sus dos grandes proyectos “estatizar el seguro de salud” y el “plan de viviendas a cargo del Estado”.

Sin embargo, los grupos de presión demócratas, exigieron que el principio de igualdad se impusiera por sobre cualquier otro criterio económico conservador. Bill Clinton decidió adoptar una política económica que facilitara el consumo, secundado por la Reserva Federal durante la dirección de Alan Greenspan (1987-2006).

Adoptó medidas que obligaban a otorgar hipotecas a la población afroamericana, chicana e indocumentada, sin recursos para pagarlas. Era una forma de llevar a la práctica el “American dream” que garantizaría la igualdad social y la distribución del ingreso. Por eso Bill Clinton fue proclamado como “el primer presidente negro de los EE.UU.”.

Fuente: Economía para todos
(www.economiaparatodos.com.ar)

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