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Política económica iletrada

El plan anticrisis del Gobierno tiene un espurio origen intelectual y hace caso omiso de la previsible irracionalidad de sus consecuencias y efectos. Las medidas contenidas en el mismo son inciertas e imprecisas y su objetivo parece estar orientado únicamente a la búsqueda del consumismo.

Antonio Margariti
En los días que corren, la presidente Cristina ha inaugurado un estilo de comunicación inexplorado en el mundo. Se trata de un curioso plan anticrisis, que ella misma se encarga de anunciar a cuentagotas, día tras día durante toda la semana. Pero, eso sí, tratando de que los anuncios ocupen la primera plana de los periódicos del día siguiente.

El contenido de las medidas es generalmente impreciso o simplemente incierto. En la mayoría de los casos, los anuncios no hacen sino repetir cacofónicamente las mismas obras públicas que fueron prometidas, pero incumplidas, por su cónyuge hace años.

Se han dado casos de anuncios como el de la compra de viviendas o la adquisición del primer automóvil que son herméticos y carecen de explicaciones. Nadie conoce cómo serán esos planes, pomposamente informados por la presidente. Sí se sabe que posteriormente han dado lugar a una sórdida lucha interna entre la novel ministra de la Producción y el curtido secretario de Comercio, para que el anuncio signifique una cosa o la contraria. Como era de esperar esta situación siembra mayor confusión entre las fábricas de automóviles del país y del Brasil.

Hasta ahora el resultado es contraproducente y la esperada reactivación que se derivaría de las ventas de automóviles nuevos ha caído a sus niveles más bajos.

Lo interesante es que este conjunto de medidas, presentado a lo largo de los días, está compuesto por cuestiones heterogéneas, inconexas entre sí. Unas son expansivas, otras constrictivas, pero todas son recaudatorias para engrosar la caja manejada desde las sombras por el cónyuge presidencial.

Sólo las amalgama un común denominador: la clara intención de sustituir las libres decisiones individuales por las decisiones globales concentradas en el Gobierno. A partir de ahora, serán los funcionarios políticos quienes discriminarán qué es lo que la gente puede comprar, a qué precios se ofrecerán los productos, cuáles son las condiciones de venta y a quiénes se otorgará el financiamiento bancario.

La idea del Estado que Cristina tiene “in mente” se está convirtiendo a pasos acelerados en el hermano mayor de la novela de George Orwell, que era quien controlaba y decidía por todos, hasta los sentimientos de dolor, amor y pasión.

Quizás ésta sea la razón intrínseca por la cual ella misma se apresuró a informar que el próximo año viajará oficialmente a Cuba. Allí piensa celebrar el medio siglo de gobierno despótico con el esperpéntico tirano Fidel Castro. Personaje que ha perfeccionado al máximo este modelo orwelliano de espionaje constante para controlar qué piensa, qué decide, qué elige y cómo actúa un pueblo sojuzgado.

A este conjunto de medidas inconexas, anunciadas día tras día, el cónyuge presidencial lo denomina “política keynesiana”. Lo cual ocasionaría el horror de un personaje tan zigzagueante, sagaz., desconcertante e inteligente como fue John Maynard Keynes fallecido hace 62 años.

De esta manera, el presidente en las sombras está confirmando la advertencia que hiciera el propio Keynes en el sentido que “los gobernantes prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, generalmente son esclavos de algún economista muerto”.

En rigor de verdad, y a estas alturas, la política económica de Cristina podría definirse como iletrada, dado su espurio origen intelectual y la previsible irracionalidad de sus consecuencias directas y de sus efectos inducidos o derivados.

La principal preocupación del gobierno no está vinculada con la inminencia de una recesión que se nos viene encima como una temible tormenta tropical. Por el contrario está relacionada con los intereses partidarios para las próximas elecciones de legisladores del año 2009.

Por eso mismo, al definir nuestra actual política económica como iletrada, no se trata de buscar su inclusión en la nómina de las doctrinas económicas sino explicar que el iletrado generalmente es un personaje fatal, sobre todo cuando ocupa altas posiciones sociales o políticas. Porque no tiene empacho en recitar de memoria los discursos que le preparan sus auxiliares. Pero apenas habla percibimos que no entiende ni jota de lo que se trata. Para colmo, una vez terminada la perorata se muestra extasiado de su propia alocución y cree firmemente que lo ha hecho muy bien.

El iletrado no es un analfabeto. Sabe leer, pronuncia las palabras con claridad, introduce sugestivos silencios en medio de su discurso y hasta memoriza cifras y palabras con gran facilidad. Pero las palabras dichas sin saber a qué se refieren, entrañan un peligro en el que incurren aquellos que hablan sin pensar, echando mano de frases hechas cuyo sentido apenas entienden y empleando palabras altisonantes para provocar el aplauso fácil de la muchedumbre.

El empleo de palabras como capitalismo, países centrales, derechos humanos, igualdad social o redistribución de la renta, sirven para disimular la vaciedad de las ideas. Una tendencia absolutamente dominante en la política económica iletrada es la plétora de palabras que no expresan ninguna idea. Por eso al pronunciar palabras sonoras, nunca definen el sentido de lo que están diciendo y los vocablos se prestan para disimular la vaguedad de las ideas y son la mejor señal de un pensamiento huérfano de todo contenido.


La política económica iletrada nos lleva a un tipo de economía bien determinado: la economía consumista, que en el fondo es la gran estrategia de quienes la impulsan por razones políticas.

Esa economía consumista, clave del actual modelo económico concebido y dirigido por Néstor Kirchner, fue magistralmente expuesta en una curiosa poesía escrita en 1932 por Patrick Barrington, poeta inglés contemporáneo de John Maynard Keynes. Decía Barrington, en traducción libre y adaptada:

¿Y tú qué te propones ser?
Dijo amablemente el anciano abuelo
Mientras sentaba al nieto en sus rodillas.
¡Todos debiéramos elegir una profesión!
Para contribuir al crecimiento de la sociedad

Quiero ser un consumidor.
Nunca tuve aspiraciones egoístas
Pues eso –ya lo sé– es muy malo
Quiero ser un consumidor, abuelo
Para ayudar a que el país salga adelante.

Pero ¿qué quieres ser?
Repitió de nuevo el abuelo,
¡Porque todos tenemos que trabajar!
Así como también debemos ser sinceros

Quiero ser un consumidor, abuelo
Y vivir en forma provechosa…
He oído decir a los economistas
Que eso es lo que más se necesita
Porque hay demasiada gente que trabaja

Quiero ser un consumidor, abuelo
Para cumplir con mi deber.
Pues eso es lo que más se necesita.
Lo tengo ya decidido
Y quiero comenzar ahora mismo.



Fuente: Economía para todos

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