Economía y Sociedad, Política

Sin inversiones no hay crecimiento

No sabemos a ciencia cierta si la Miceli es o no sutil, pero ha utilizado magníficamente el difícil arte del lenguaje elíptico, por el cual deja sin mencionar expresamente algunas partes de su discurso narrativo para dar a entender algo que quiere decir, sin renunciar a afirmar exactamente lo contrario, por si algún poderoso destinatario pudiera sentirse ofendido.

Antonio Margariti
Abriendo el paraguas antes de que se desencadene la tormenta, la siempre sonriente ministra Felisa Miceli acaba de hacer una seria advertencia al frente interno de su propio gobierno y, de paso, notificó a los involucrados en actividades económicas que puede ocurrir un fin de fiestas. Es decir, preparó las cosas para poder decir, en un futuro próximo y sin sonrojarse: “¡Señores, yo lo había anticipado, ahora no tengo la culpa de lo que está pasando!”.

En un seminario organizado por la Fundación Crear, la ministra de economía manifestó textualmente que “es fundamental reavivar el proceso de inversiones y revisar los instrumentos de la economía para dar señales claras a la inversión, porque la Argentina necesita un shock de inversiones para el año que viene, que le permita descomprimir las tensiones de precios, genere empleos y mejore la situación social”.

En un reconocimiento de la racionalidad económica, la ministra señaló en tono intimista que “hay que profundizar el debate para intercambiar ideas y construir las propuestas de inversión que hagan sustentable el crecimiento”.

Luego, deslizó una sutil crítica ambivalente, que tanto podría aplicarse al discurso de la década menemista como al reiterado uso de estadísticas macroeconómicas por el presidente Néstor Kirchner en sus viajes al extranjero. Así, siguió diciendo que “hubo un tiempo en que creíamos que por tener un buen indicador de crecimiento (PBI) muchos creyeron que las cosas andaban bien, pero en paralelo, los argentinos encontraron una peor calidad de vida, con cierre sistemático de empresas. Para no repetir esas experiencias, hay que mirar otros resultados que tiendan a mejorar la calidad de vida, con inclusión social y reducción de los niveles de pobreza e indigencia”.

Ratificando ese extraño sinceramiento, Felisa Miceli continuó alertando a las autoridades del Banco Central, que emiten diariamente dinero y se endeudan con Lebac y Nobac, diciéndoles que “el superávit fiscal evita financiamientos espurios, como la emisión monetaria y el endeudamiento externo. Una mayor inversión permitirá el acompañamiento de la oferta y la demanda y podrá superar las tensiones en los precios. Las inversiones deben tener tasas de rentabilidad razonables, financiamiento adecuado y contar con calidad de recursos humanos. La inversión genuina es lo único que genera empleo y mejora la situación social porque da pie a un círculo virtuoso, que permite mayores remuneraciones y mejor calidad de vida para la población”.

Al mismo tiempo que se escuchaban estas palabras, la recientemente transversalizada funcionaria Beatriz Nofal –encargada del enésimo organismo que se ocupa de atraer capitales extranjeros– reconoció que “hasta el momento Argentina no ha recibido ningún volumen significativo de inversiones para instalar nuevas fábricas”. En otras palabras: estamos consumiendo las inversiones realizadas en la denostada década de los noventa y este proceso pronto se termina.

Reclamos perentorios y propuestas eficaces

No sabemos a ciencia cierta si la Miceli es o no sutil, pero ha utilizado magníficamente el difícil arte del lenguaje elíptico, por el cual deja sin mencionar expresamente algunas partes de su discurso narrativo para dar a entender algo que quiere decir, sin renunciar a afirmar exactamente lo contrario, por si algún poderoso destinatario pudiera sentirse ofendido.

Pero, en el fondo, está haciendo un llamado casi dramático al formular varios reclamos perentorios: a) que es necesario desechar indicadores de crecimiento que no sirven para detectar la reducida capacidad adquisitiva de los salarios, b) que es urgente disolver las distorsiones de los precios relativos para que la inflación no invalide todo lo que se ha hecho hasta ahora, c) que es importante reconocer que la inversión genuina sólo puede obtenerse con ahorro y no con emisión de dinero ni con endeudamiento, d) que está ansiosa por recibir ideas y propuestas para que la inversión externa pueda ser atraída en nuestro país.

Precisamente, estos mismos reclamos de la ministra Felisa Miceli constituyen la preocupación constante de quienes colaboramos en la redacción de esta revista virtual y sería muy fructífero para ella la lectura cuidadosa de todos los artículos.

De todas maneras, asumiendo la tarea de brindar las ideas y propuestas reclamadas por la ministra, nos parece oportuno ayudarla recordándole diez condiciones básicas para que se produzca el shock de inversiones que ella espera y la inflación no termine derribando las bases de nuestra endeble recuperación.

1º. Estabilizar el valor de la moneda mediante la contención de la emisión por parte del Banco Central, respetando la valorización de las divisas por acción del mercado y permitiendo la libertad de cambios para adquirir, poseer y utilizar cualquier moneda en operaciones legítimas.

2º. Asegurar mercados abiertos, eliminando los sistemas de cupos o licencias para importar, las prohibiciones de exportación, los aranceles prohibitivos y cualquier medida monopólica en el comercio exterior con el fin de evitar el estancamiento de la oferta y la demanda en cualquier bien o servicio.

3º. Respetar la propiedad privada, asegurando la plena vigencia de los derechos y garantías constitucionales y admitiendo que la libre competencia sin privilegios es la única hipoteca social que se justifica sobre la propiedad privada.

4º. Garantizar la libertad de contratación de bienes y servicios personales, incluyendo el contrato de trabajo con determinación de convenios colectivos por empresa y una legislación social que facilite la colaboración entre el capital y el trabajo en lugar del conflicto permanente o el juicio laboral extorsivo.

5º. Exigir clara y expresamente la responsabilidad personal para que quienes reciban beneficios también deban soportar las pérdidas y no terminen endosándolas a la comunidad por medio del Estado.

6º. Mantener una política económica favorable al mercado sin permitir acciones dominantes, garantizando la permanencia de reglas estables que sólo sean modificadas después de otorgar un período suficiente para que cualquiera pueda adaptarse al cambio.

7º. Reformar el sistema impositivo eliminando el artificio de la multiplicidad de tributos que actúan como miles de hilos que impiden y paralizan la acción benéfica de las inversiones productivas.

8º. Restablecer un sistema de precios libres con apertura del comercio exterior para impedir que la fortaleza de grupos monopólicos actúe en contra de los intereses del consumidor.

9º. Recuperar la coherencia entre los principios morales, jurídicos y económicos de toda medida legislativa que se adopte en el campo judicial, tributario, laboral y presupuestario fiscal.

10º. Adoptar como criterio básico de la economía los principios de “la competencia de eficiencias” que se asientan en el predominio de las reglas de mercado con responsabilidad social, es decir, sin permitir la constitución de grupos dominantes ya sea por parte de organismos públicos, grupos privados o sindicatos patoteros que impiden el ejercicio de los derechos y garantías individuales.

Estas propuestas constituyen el ideario expuesto el 14 de mayo de 1855 por Juan Bautista Alberdi, uno de los padres fundadores de nuestra patria, en el libro “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina”, que todavía permanece inaplicado.

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© www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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