Europa, Política

El vivero del Estado Islámico en Occidente

Un grupo de jóvenes europeos de barbas largas, vestidos de negro y armados de cuchillos, con una bandera negra y el desierto como escenografía de fondo, provoca el asombro del espectador cuando hablan ante la cámara en inglés o francés.

¿Por qué el EI recluta menos en EE.UU.?
Dejaron París, Londres o Berlín para irse a pegar tiros en Siria e Iraq, y la conclusión más socorrida es que, definitivamente, “estos tíos están locos”.

Pero no, no lo están. Su presencia tan lejos de casa puede obedecer a la paciente labor adoctrinadora de una ideología extremista y a la inmadurez propia de la edad de algunos combatientes, precisados de un resorte que los saque de una existencia “aburrida” en la que sus necesidades materiales están cubiertas.
 
Como la historia del joven musulmán danés Fatih Jahangir Khan, de 17 años, cuyo nombre figura ya en la lista de los ejecutados en Siria. Según El Mundo, el chico vivía confortablemente con su familia en un barrio de clase media en la oriental ciudad de Fredericia, estudiaba en un instituto y tocaba el violín. De modo que no necesariamente se trata de “excluidos-que-levantan-los-puños-contra-el-capital-dominante” y que se revuelven contra el sistema.
 
A decir verdad, hay de todo en la viña del Estado Islámico (EI), por lo que quienes sí están algo “trastornados” son los servicios de inteligencia de los países de origen de los yihadistas. Les es bastante difícil trazar un perfil común de estos, hallar nexos lógicos entre la pluralidad de sus motivaciones y vigilar en todo momento y lugar a los que regresan de la batalla.
Según datos del Centro de Estudios sobre Radicalización, del King’s College londinense, unos 2.000 jóvenes europeos han ido a parar a los brazos del EI.

Pero no todos se mantienen por allá. Francia cifra en un centenar el número de los suyos que han retornado, mientras que el Reino Unido estima que han vuelto unos 250 británicos, y Alemania cree también lo han hecho 150 de sus nacionales. El verdadero quebradero de cabeza es detectar cuántos de ellos han regresado sinceramente arrepentidos, cuántos están simplemente tomándose unas “vacaciones”, y cuántos pueden dar rienda suelta en casa al instinto destructor que les avivaron en el desierto.
 

Una yihad cinco estrellas

En Francia, más de la mitad de los nuevos yihadistas no eran conocidos por la policía. Una experta en radicalización, Dounia Bouzar, informa que de 130 familias que la contactaron para avisar de las señales de fanatización de sus chicos, el 70 por ciento eran no religiosas, un dato que haría resucitar a Chesterton en estos tiempos de irreligión solo para repetirnos su advertencia: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”.

Dos realidades entonces: los que se van no son únicamente delincuentes acostumbrados a ejercer la violencia, ni tienen que ser necesariamente personas adoctrinadas desde la cuna en las enseñanzas del “Profeta”. Tampoco, como se ha visto, les azuza siempre la pobreza, ni la hipotética dificultad – en el caso de los de origen inmigrante– para integrarse en la sociedad, pues varios tenían empleos bien remunerados o negocios prósperos.
 
Los que se van no tienen que ser necesariamente personas adoctrinadas desde la cuna en las enseñanzas del “Profeta”
¿Qué los ha inspirado? Rafaello Pantucci, experto del Royal United Services Institute, de Londres, apunta en un análisisque se van a la guerra porque no encuentran un sentido a sus propias vidas. “Algunos –opina en su blog– esgrimen razones idealistas: luchar por una causa, defender a la gente (varios fueron a combatir contra el ejército de Al Assad por las masacres que este comete contra el pueblo sirio, y terminaron uniéndose al EI), o alguna visión religiosa. Otros tienen motivos más prosaicos, como escapar de los problemas en casa o buscar la redención de un pasado criminal. Y otros son sencillamente chicos entusiasmados con la idea de irse a correr a un campo de entrenamiento y disparar armas de fuego”.
En la era de la imagen, las fotos de estos jóvenes combatientes dándose un chapuzón en la piscina, bebiendo Red Bull o jugando billar, transmite la idea de que allí no hay sufrimiento y de que vale la pena enrolarse en esa “yihad cinco estrellas”, una expresión que algunos de ellos han tuiteado.

Disuadir a quienes desean irse

Los vídeos que los simpatizantes del EI en Occidente se encargan de difundir, muestran incisivamente el deterioro moral de las sociedades europeas. Primero fomentan la decepción y después presentan el cebo, las supuestas ventajas de una vida en el seno del “califato”.
Alcanzarla tiene como precio un fardo de prohibiciones: no comer alimentos occidentales, olvidarse del alcohol, no usar perfumes, tirar a la basura toda representación gráfica humana o animal, no escuchar música, y sobre todo, no hacer el mínimo caso a las preocupaciones de los familiares. Una vez que el individuo está “maduro”, bien aislado de su contexto, se le indica cómo llegar a los campamentos del EI, y si es necesario se le hace llegar un billete de avión hacia Turquía, desde donde cruzará hacia “territorio de Alá”.

“Si te vas, mejor no vuelvas”, les ha dicho el gobierno británico a los que se han ido a combatir por el EI
Llegado a ese punto, más de un político piensa que sería mejor que el yihadista no retornara. “Si te vas, mejor no vuelvas”, les ha dicho el gobierno británico, a su manera, a los que se han largado a combatir por el EI. Londres ha anunciado una batería de medidas, que incluye la retirada del pasaporte a los sospechosos de haberse radicalizado, y la prohibición –a los que salieron– de que pisen suelo británico hasta dos años después.
Es muy válido, por razones de seguridad ciudadana, aplicar procedimientos que limiten la libertad de movimiento y acción de quienes corren riesgo de radicalizarse o de quienes ya han hecho su “peregrinación” terrorista y han retornado. Pero también lo es implementar programas para disuadir a las personas vulnerables de que abracen una variante tan antisocial y absurda del islam, y rescatar a aquellos que ya se han metido en el cenagal.
Precisamente en el Reino Unido se aplica, desde 2012, el programa Channel, para reinsertar socialmente al potencial –o declarado– extremista. La iniciativa sigue los pasos de programas de reinserción de pandilleros: se les enseña cómo controlar la ira y cómo llevar saludablemente los nexos con sus familiares y con la sociedad. Además, se les brinda adiestramiento laboral y se les apoya en la búsqueda de un empleo. La estrategia, por cierto, sería más eficaz si, como expresó a la BBC el vicejefe del Consejo Musulmán, Harun Khan, la policía dejara de tratar a toda la comunidad musulmana como sospechosa.
En Dinamarca, entretanto, un proyecto en la ciudad de Aarhus intenta redirigir la atención de quienes coquetean con la “guerra santa” hacia oportunidades de empleo o superación, y ha abierto canales de diálogo entre la policía, los responsables de las comunidades islámicas y los servicios sociales.
Por su parte, en Francia, el programa Imloul, desarrollado por una trabajadora social en la capital, ha sido financiado por el gobierno para que se amplíe a todo el país. Reuters cita la historia de Guillaume, un ex convicto de 22 años que tenía verdadera obsesión por convertirse en “mártir del islam”, y al que la experta Sonia Imloul hizo rectificar, apelando al sentido musulmán del deber hacia los padres, y le convenció de atenderse regularmente con educadores y psicólogos.

Hoy el chico va de la mano con su novia y ha vuelto a beber Coca Cola. No es que sea un hábito demasiado saludable, pero al menos es más placentero que morir ametrallado bajo una palma datilera.


La familia, al rescate

A los que amagan con partir, tanto como a los que están en medio de los combates, la familia puede servirles como tabla de salvación, y no solo porque alguna “Madre Coraje” haya tomado un vuelo y se haya ido a rescatar a su hija de ese abismo sin sentido.
El programa Hayat, que se aplica en Alemania, persigue consolidar los lazos entre los jóvenes yihadistas y sus familiares, de modo que estos logren persuadir a los primeros de abandonar la deriva radical. El equipo de especialistas es únicamente aquí un “puente” entre las partes, y orienta a los familiares cómo conducirse al dialogar con el joven vulnerable, dándoles argumentos y aconsejándoles no caer en la confrontación, para evitar confirmar lo que los “cerebros” del EI les dicen siempre a sus militantes: “No escuchen a sus familias, porque solo les reñirán”.
 
Los musulmanes de EE.UU. están más integrados y, por tanto, se sienten menos impulsados a irse al desierto a combatir
Así obraron unos padres que, paulatinamente, lograron que su hijo, un joven radicalizado, se tomara un “descanso” en un país vecino de Siria. Allá, lejos del tronar de los cañones, el chico ha ido asentándose y ha formado una familia. Con esos y otros testimonios, no es de extrañar que los teléfonos de Hayat no den abasto para atender las solicitudes de ayuda que les llegan desde otros países europeos e incluso desde el otro lado del Atlántico.
 
Tal vez en esa línea, en la del trato con la familia, pero también en la de saber hacer distingos entre los que vuelven –más de uno está sinceramente decepcionado de la violencia gratuita que presenció–, deberán consolidarse las estrategias contra el extremismo.
 
¿Por qué el EI recluta menos en EE.UU.?
A principios de octubre, el FBI informó que tal vez “una docena” de norteamericanos estarían enrolados en el Estado Islámico, pero en noviembre, el organismo de seguridad revisó al alza los números y aseguró estar tras la pista de 150 personas que habían viajado a Siria para unirse a los terroristas.
 
No obstante, la proporción de estos fanáticos respecto a una población mucho mayor que la de Alemania, Francia y Gran Bretaña juntas, es bastante baja. Una de las razones de tan escaso entusiasmo yihadista puede estribar en que, a diferencia de sus pares que residen en países europeos, los musulmanes de EE.UU. tienen menos tendencia a sentirse marginados y, por tanto, menos impulsados a irse al desierto a empuñar un AK-47 para “saldar deudas” con Occidente.
 
Además, en el país del “American dream”, los seguidores de Mahoma constituyen una minoría demográficamente menos visible (son el 0,6 por ciento de la población) y quizás por ello más propensa a “diluirse” en el contexto, y están más enfocados en desarrollarse profesionalmente que en “desfacer agravios y entuertos”. De hecho, un sondeo de Zogby de 2005 indicaba que uno de cada tres musulmanes estaba empleado en áreas profesionales y percibía ingresos anuales superiores a los 75.000 dólares.
 
Otro factor, como la lejanía geográfica de los países mayoritariamente islámicos, también incide en un mayor esfuerzo del inmigrante procedente de esos sitios por integrarse satisfactoriamente en la sociedad estadounidense. L.L.

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