La concepción de que el individuo puede enriquecerse de forma honesta, sigue siendo lamentablemente ajena al pensamiento oficial cubano.
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Martes, 08 de octubre 2024
La concepción de que el individuo puede enriquecerse de forma honesta, sigue siendo lamentablemente ajena al pensamiento oficial cubano.
El pasado 14 de julio, en una alocución ante el Parlamento cubano, el presidente Raúl Castro le dedicó unos minutos al tema de la pequeña empresa privada, que va abriéndose paso en la isla bajo el eufemístico nombre de “cuentapropismo” –en un país donde en 1968 se nacionalizaron hasta los chiringuitos de pan con croquetas, el término privado suena muy mal en las altas esferas–.
Como ejemplo de que se impone “mejorar” el control de esta variante económica, Castro mencionó el caso de un emprendedor que “tiene ya dos, tres, cuatro y hasta cinco restaurantes. No en una provincia, sino en varias; una persona que ha viajado más de 30 veces a diferentes países. ¿De dónde sacó el dinero? ¿Cómo lo hizo?”.
Según se aprecia, la concepción de que el individuo puede prosperar y enriquecerse de forma honesta, utilizando sus capacidades, sigue siendo lamentablemente ajena al pensamiento oficial cubano. Quizás por ello, aunque en 2010 el gobierno decidió darle una oportunidad a la gente que quería ganarse el pan en el sector privado (en realidad, 5 millones de trabajadores estatales ya le pesaban más que un matrimonio mal llevado), todavía el bolsillo de la gente común no lo nota. Las fuerzas productivas no están actuando al ciento por ciento, en parte por las agobiantes escaseces materiales que impiden, por ejemplo, que los particulares cuenten con un mercado mayorista donde abastecerse, y en parte por el cúmulo de restricciones que se les imponen, que van desde la imposibilidad del agricultor usufructuario de cultivar y comercializar libremente sus productos sin pasar por la intermediación estatal, hasta la que pesa sobre los profesionales para que no puedan ejercer su especialidad en el ámbito privado. Caso concreto, el de los médicos.
Ahora, el gobierno cubano ha decidido dejar de emitir nuevas licencias para “cuentapropistas” hasta que la actividad se someta a un “reordenamiento”. Muchos ciudadanos han creído escuchar el “¡buuh!” del fantasma de las reformas de mediados de los años 90, que se evaporaron en cuanto la economía levantó un poco y apareció en el horizonte el aliado venezolano. Pero las autoridades se han apresurado a poner el parche: aquel retroceso, dicen, no se repetirá.
Entre las licencias que no se entregarán “hasta nuevo aviso” figuran algunas cuya paralización, con un poco de optimismo, podría entenderse. Por ejemplo, congelar la de “vendedor de alimentos y bebidas mediante servicio gastronómico” –los propietarios de los restaurantes privados conocidos como paladares– podría suponer que el Estado, antes de volver a autorizarla, quiere saber exactamente de dónde salen la carne de vacuno y la langosta que esos establecimientos sirven a sus comensales, porque en honor a la verdad es casi imposible adquirirlas en tiendas estatales.
En la misma línea se ha detenido la emisión de licencias para herreros, productores de calzado, reparadores de equipos electrónicos y constructores, quizás hasta que las autoridades puedan delimitar bien de dónde aquellos sacan, respectivamente, las cabillas y angulares metálicos, las pieles, los circuitos integrados o el cemento. Menos se entiende, sin embargo, que no se emitan autorizaciones a profesores de mecanografía, de idiomas o de música, cuya necesidad de adquirir suministros en el mercado negro es bastante menor. Por último, si algo saca de quicio a los cubanos es la expresión “hasta nuevo aviso”, pues La Habana los ha acostumbrado a escucharla como engañosa sustituta de un “nunca jamás”.
En días pasados, sin embargo, Marta Elena Feitó, viceministra de Trabajo y Seguridad Social acudió a la TV y al diario Granma a aclarar algunas dudas. Y puso plazo: en no más de seis meses estarán listas las nuevas regulaciones y se retomará la expedición de licencias. Según explicó, de las 201 actividades autorizadas hasta ahora, se hará una reducción a 121, en parte por la unificación de varias de ellas. También se agruparán las labores de inspección, de manera que el pequeño empresario no tenga que recibir, día sí, día también, a un inspector diferente, venga del Ministerio de Salud, del Departamento de Control y Supervisión, del Ministerio de Comercio, del Instituto de Planificación Física, etc.
Las normas que en adelante regirán la actividad privada incluirán autorizar al empresario que necesite ausentarse por enfermedad prolongada o por un viaje al exterior, para que deje al frente del negocio a uno de sus contratados –hasta ahora, tenía que entregar la licencia y bajar la persiana–. Además, se le eliminará la exención del impuesto por los cinco primeros trabajadores, si bien cotizará por cada uno un 5%, y se le exigirá que todos sus movimientos financieros se realicen desde una cuenta bancaria, de la que la Oficina Nacional de Administración Tributaria tomará lo suyo a su tiempo.
Con trabas y tropiezos –los que surgen naturalmente de la fricción entre un modelo de corte soviético y uno de tipo más liberal–, a estas alturas, sin embargo, sería políticamente inasumible y económicamente costoso echar atrás la pequeña empresa privada cubana. Cuando su ofensiva nacionalizadora se llevó por delante más de 50.000 negocios en 1968, La Habana contaba con el respaldo de la URSS y Europa del Este, del que hoy no dispone. Así, en un contexto económico francamente complicado, si el más de medio millón de emprendedores la ayudan a sacar las castañas del fuego, ¿para qué bloquearlos?
Juan Triana, un economista con fama de heterodoxo y con gran predicamento entre la intelectualidad del país, lo ilustra con el caso de las rentas de casas y habitaciones para el turismo. Según explica en la plataforma cubanoamericana OnCuba, en la isla hay unas 22.000 habitaciones en renta privada “que hoy pagan impuestos y se han convertido en una fortaleza para el sistema turístico cubano, en especial en las ciudades. ¿Cuánto le hubieran costado al Estado? ¿Cuánto se hubiera demorado el Estado? Saquemos la cuenta: (…) poner a funcionar una habitación 5 estrellas en un polo turístico cuesta más de 180.000 dólares. Calculemos que las habitaciones privadas no cuesten eso, sino el 10 por ciento, entonces serían 18.000 por habitación. Multiplicado por 22.000, los números dan 396 millones de dólares que el Estado no se ha gastado, a lo que habría que sumar todos los otros gastos asociados a ese enorme aparato ‘auxiliar’ casi siempre sobredimensionado, y el ahorro en mantenimiento y en CVPs (agentes de seguridad), en reuniones de chequeo, etcétera”.
Al gobierno, se ve, le salen las cuentas cuando deja en paz los chiringuitos. El problema es que subsisten condicionantes ideológicas que obstruyen el paso a algunas iniciativas.
Que se paralice la emisión de licencias para maestros y repasadores, por ejemplo, se explica por el hecho de que algunos de estos profesionales se están agrupando para ofrecer sus servicios al estilo “academia privada”, y en eso el Estado, que tiene el monopolio de la educación, no cede: no puede haber escuelas privadas. Punto.
“Usted no puede constituir una escuela –advierte la viceministra Feitó–, porque estaríamos yendo en contra de los principios constitucionales. Actividades que, aparentemente, son nobles, en la práctica se están tergiversando por la forma en que se realizan”.
Y claro, no olvidar que un sistema de corte marxista, para el cual la propiedad colectiva es la forma de propiedad por excelencia, mastica la gestión privada, pero no la traga. Según discursaba Fidel Castro el 13 de marzo de 1968, “no tendrán porvenir en este país ni el comercio, ni el trabajo por cuenta propia, ni la industria privada, ni nada. Porque el que trabaja por cuenta propia, que pague entonces el hospital, la escuela, que lo pague todo, ¡y lo pague caro!”. Sí, los tiempos cambian. Pero quedan algunos tics.
El 22 de agosto, varios medios publicaron extractos de un vídeo filtrado en que el primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, que apunta a convertirse en el relevo de Raúl Castro en febrero de 2018, comparte con una audiencia selecta sus críticas a la gestión privada: “Todo el mundo te dice que el cuentapropista, el emprendedor, es la persona de éxito en Cuba. Lo peor es que a veces nuestros medios se van con esta bola. Reconocer esta realidad de manera crítica y responsable nos conduce a observar que hay un marcado interés en una reconquista política y económica. El propósito (del “enemigo”) es estimular el éxito de los pequeños y medianos propietarios. Quieren convertir este sector no estatal en un sector de oposición a la Revolución”.
Quizás la pregunta sería por qué razón, que no sea el haber sido machacados sin contemplación durante décadas, los cuentapropistas serían un segmento proclive a escuchar los mensajes levantiscos de otros. Si no cambia la actitud oficial hacia ellos y se les sigue percibiendo como un “mal necesario” más que como contribuyentes al bien común, tal vez el temor del vicepresidente pudiera verse fundado.
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