América, Economía y Sociedad

Escuchando las estrellas en Chile

Álvaro Fischer, presidente de la Fundación Ciencia y Evolución, con sede en Santiago, me contó la semana pasada en una entrevista por teléfono que “para fines de la década, (el norte de Chile) podría reunir dos tercios de la capacidad de recolección de datos del mundo en términos astronómicos”.

A simple vista, el árido llano de Chajnantor, en el norte de Chile, parecería tener poco que ofrecer. Casi nada crece en el frío y enrarecido aire que se respira a casi 5.000 kilómetros sobre el nivel del mar, y sin la ayuda de oxígeno auxiliar, la actividad humana normal es imposible. Las rápidas ventiscas en el invierno pueden ser letales. De todos modos, en los últimos años la amplia meseta y las desérticas montañas andinas que la rodean han sido las ganadoras de una seguidilla de concursos de belleza, por llamarlos de alguna forma. Astrónomos y físicos han elegido una y otra vez este lugar para construir algunos de los observatorios tecnológicamente más avanzados del mundo.
 
Una visita que realicé en octubre al observatorio Atacama Large Milimeter/submilimeter Array (ALMA), que se sitúa en el hostil altiplano, me recordó la importancia del marco institucional de Chile para el desarrollo económico.
 
El terreno podría parecer inútil, salvo para la minería. Sin embargo, gracias a la estabilidad política y el estado de derecho, mentes creativas respaldadas por grandes inversionistas —públicos y privados— han descubierto su ventaja comparativa como un laboratorio gigante para estudiar el universo y sus orígenes. El resultado es que un país pequeño y montañoso en el extremo de un continente con numerosos problemas se está convirtiendo rápidamente en un imán para los astrónomos de todo el mundo.
 
Tomé un vuelo de dos horas desde Santiago hasta la ciudad minera norteña de Calama y recorrí 90 minutos en auto hasta el oasis de San Pedro de Atacama porque quería contemplar las estrellas. Pero encontré mucho más. Los místicos suelen acudir a los desiertos en retiros espirituales y el desolado Atacama, con sus lagos quietos de agua salada, exótica vida salvaje y atardeceres que te hacen llorar, les recuerda a los visitantes por qué lo hacen. Lo mismo ocurre con sus gloriosos cielos nocturnos.
 
Tal vez sea la simplicidad del desierto lo que desata el lado metafísico de tantas personas. Pero yo creo que es la enormidad del cielo al lado de la desnudez de su tierra. El vacío saca a relucir ese anhelo primordial de descubrirnos a nosotros mismos al descubrir nuestro lugar en el universo.
 
Conforme se forma un consenso científico de que no hay mejor lugar en el planeta que el norte de Chile para emprender esa búsqueda, el potencial para el país se eleva. Álvaro Fischer, presidente de la Fundación Ciencia y Evolución, con sede en Santiago, me contó la semana pasada en una entrevista por teléfono que “para fines de la década, (el norte de Chile) podría reunir dos tercios de la capacidad de recolección de datos del mundo en términos astronómicos”.
 
No es casualidad. La vista desde el desierto de Atacama es sumamente clara porque es uno de los lugares más áridos del planeta. Además, ALMA dice que su observatorio “está por encima de alrededor de 40% de la atmósfera”. Me tuvieron que hacer un examen de sangre antes de subir a la cima. No está abierto al público, pero se prevé que un centro de visitantes a 2.900 metros de altura empiece a funcionar a principios de 2015.
 
El norte de Chile ya alberga el potente Telescopio Muy Grande, del Observatorio Europeo Austral (ESO, por sus siglas en inglés). Un consorcio internacional sigue adelante con el proyecto del Telescopio Gigante de Magallanes. Otro proyecto en camino es el Telescopio Europeo Extremadamente Grande. Tendrá un espejo primario de 39 metros y será el telescopio óptico más grande del mundo. ESO lo define como “el mayor ojo hacia el cielo”.
 
De todos modos, sólo una pequeña fracción del espectro electromagnético puede ser vista, incluso con lentes de alta potencia. Es allí donde ALMA, que es financiado por Estados Unidos, Europa, Japón, Canadá y Taiwán, entra en escena. Utilizando 66 antenas de hasta 100 toneladas cada una, el telescopio puede captar luz encontrada en el espectro entre las lejanas ondas infrarrojas y radiales. Como me susurró una residente de San Pedro de Atacama, con un resplandor en su ojo, cuando le pregunté qué hacen en el altiplano: “Escuchan las estrellas”.
 
Cal Tech y la Universidad de Cornell lideran un consorcio para construir el Telescopio Cerro Chajnantor Atacama, o CCAT, sobre el altiplano, a 5.600 metros de altura. Al igual que ALMA, estudiará la actividad no visible en las partes frías y oscuras del espacio.
 
ALMA, sin embargo, es distinto. Gracias a un tablero de gran alcance y dos grandes transportadores, llamados Otto y Lore, ALMA dice que los científicos pueden reposicionar sus 66 antenas a lo largo de hasta 16 kilómetros de suelo nivelado. Colocar las antenas más juntas entre sí ofrece la mejor imagen de las grandes características de los sujetos bajo estudio. Al mismo tiempo, mientras más alejadas se encuentren una de la otra, mayor es la resolución de las imágenes que se obtienen.
 
El lema de ALMA es “explorando nuestros orígenes cósmicos” y en noviembre los astrónomos no podían creer la noticia de que ALMA había capturado imágenes sorprendentemente nítidas de lo que se cree es una estrella joven, a unos 450 años luz de la Tierra, dando a luz a otros planetas.
 
Eso es extraordinario, como lo fue el descubrimiento de ALMA en 2012 de moléculas de azúcar —cimientos de la vida—, en gases alrededor de una estrella binaria joven. No obstante, es apenas un poco más impresionante que la transformación del norte de Chile en uno de los centros astronómicos más importantes del siglo XXI.

Publicado en The Wall Street Journal

// OTROS TEMAS QUE TE PUEDEN INTERESAR

// EN PORTADA

// LO MÁS LEÍDO

// MÁS DEL AUTOR/A

Menú