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Hombre, mercado y conocimiento

Los seres humanos tenemos una natural vocación social que, desde el punto de vista de la producción de bienes y servicios materiales, da lugar a lo que llamamos el mercado natural que, entonces, queda conformado por las personas que cooperan voluntaria y pacíficamente para mejorar ellos mismos y servir a la sociedad.

Los seres humanos tenemos una natural vocación social que, desde el punto de vista de la producción de bienes y servicios materiales, da lugar a lo que llamamos el mercado natural que, entonces, queda conformado por las personas que cooperan voluntaria y pacíficamente para mejorar ellos mismos y servir a la sociedad. Ahora esta interacción conlleva a encontrar conocimiento nuevo, a descubrir verdades antes desconocidas para mejorar nuestros productos y servicios en un proceso que tiene su origen esa “fe natural” que tiene el hombre en el bien y en el futuro. Conocimiento que nace sano cuando nuestras emociones son correctas. Finalmente, conocer es amar. Y en este proceso de conocer siempre está presente el Infinito que nos recuerda a la Perfección, a Dios.

 

Introducción

Desde siempre las personas se relacionan naturalmente entre sí porque el hombre tiene una “vocación” social natural desde que para procrearse y sobrevivir necesita relacionarse. Ahora, es necesario que estas relaciones sean pacíficas para respetar el orden natural ya que “La violencia se opone directamente a lo voluntario como también a lo natural, por cuanto es común a lo voluntario y a lo natural el que uno y otro vengan de un principio intrínseco, mientras que lo violento emana de principio extrínseco”[1]. Por esto Etienne Gilson asegura que para el Aquinate “Lo natural y lo violento se excluyen, pues, recíprocamente, y no se concibe que algo posea simultáneamente uno y otro de estos caracteres”[2] .

Entonces, también de manera natural, buscan cooperar pacífica y voluntariamente para mejorar su situación económica como cuando quién produce carne vende lo que le sobra para comprarle el pan a quién tiene de más. Y así cada uno mejora su situación a la vez que sirviendo al otro produciéndose la eficiencia económica. Por caso, si Juan tiene reparto de alimentos, con gusto comprará un camioncito que permita mejorar su recorrido y ganar más dinero y con ello pagar las cuotas del vehículo, contratar un chofer y así seguir creciendo en su negocio presionando tanto al aumento de los salarios, al demandar más mano de obra, como a la baja de precios al aumentar la oferta de sus servicios.

Ahora, si coactivamente -sin que Juan lo quiera- le cobran impuestos, ya no tendrá el dinero para el camioncito, y su negocio quedará estancado o desaparecerá según el nivel de carga impositiva. Se dirá que el dinero cobrado en impuestos va a las rutas que necesitan pavimentarse y para asistencia social de los desocupados. Esto no tiene sentido, porque Juan bien puede pagar el peaje de los caminos que recorre sin necesidad de la costosísima burocracia intermediaria y no hay mejor asistencia social que los choferes que Juan puede contratar sin necesidad, otra vez, de pasar por las costosísimas burocracias.

En definitiva, la eficiencia económica, tanto personal como social, se dará en la medida en que las relaciones económicas sean voluntarias, en que las acciones coactivas desaparezcan porque los impuestos que a Juan le extraen terminarán empobreciendo a los pobres que se quedan sin trabajo y ven disminuir sus salarios y subir los precios.

Esta reunión de personas con el fin de mejorar su situación económica es lo que llamamos el “mercado natural” que, insisto, se da naturalmente. Ahora, podría ocurrir que Juan aumentara su reparto pero que no tuviera los clientes necesarios al precio que cobra, con lo que deberá bajar el precio hasta conseguir un equilibrio entre su producción y sus clientes, en un proceso de acomodamiento que se potencia con el conocimiento (de los clientes, de los métodos, tecnología de distribución, etc.) y la creatividad para descubrir nuevos recursos que le permitan mejorar su eficiencia empresarial.

El Proceso del Mercado Natural

Así este proceso de acomodamiento de los distintos actores del mercado natural -básicamente divididos entre vendedores y compradores- estará orientado a la búsqueda de la información, del conocimiento que le permita mejorar su situación económica. Y esta búsqueda de la verdad es un proceso creativo en cuanto supone -no la creación de la verdad misma- la máxima creación a la que puede aspirar el hombre, esto es: descubrir verdades que antes ni siquiera sabíamos que existían.

El proceso de mercado, ha sido sintetizado a través de la famosa curva de oferta y demanda (OD), según la cual, cuanto más alto es el precio de un bien, más gente sale a vender, provocando una sobreoferta que presiona el precio hacia la baja. Y cuando más gente quiere comprar el producto en cuestión, más aumenta el precio. Y lo inverso, produciéndose de este modo un “equilibrio” entre la oferta y demanda.

Pero lo cierto es el equilibrio nunca se da –sino un entorno puntual con tendencia al equilibrio- porque esto significaría que el mercado permanecería estático y el progreso, por el contrario, implica movimiento. Lo bueno del mercado es que tiene una inercia natural equilibrante (cuando el precio de un producto aumenta, dejando mucho margen de ganancia, todos quieren vender, hasta que el precio baja por tanta oferta) pero, al mismo tiempo, dadas las infinitas variables (endógenas y exógenas) que influyen en el proceso, el equilibrio nunca se logrará explicitando que existe movimiento en el sentido del progreso: por ejemplo, si un producto determinado hubiera alcanzado un precio estático, los empresarios, en su afán de lucro, intentarán por todos los medios desplazar a la competencia es decir, producirán avances tecnológicos o mejorarán su organización de modo de bajar costos y poder ofrecer el producto a más bajo precio.

En este proceso, precisamente, al contrario de lo que nos dice el racionalismo, el hecho de no poder anticipar el futuro es lo que provoca el progreso. Porque, la función empresarial, el desarrollo tecnológico y, finalmente, el proceso del orden natural se basa, justamente, en la posibilidad de encontrar información desconocida y coordinarla con las distintas fuerzas sociales. De no existir lo desconocido, si pudiéramos con la mente planificar todo, anticipar todo (“superando” a Dios) no podría existir ni el desarrollo tecnológico, ni la función empresarial ni ningún progreso.

El amor de Dios se manifiesta, precisamente, en que “ha dejado todo por conocer” de modo que podamos participar personalmente, a cada minuto, a cada instante de nuestras vidas, en la Creación. Si un burócrata estatal me dice “tiene que fabricar tornillos de este tamaño, con este material y vender a este precio y, entre tanto, por vía aduanera, le garantizo que no tendrá que innovarse y mejorar con respecto a la competencia externa”, entonces, de la única creación que participaré es de la “razón” del burócrata en cuestión.

Dice Israel M. Kirzner que: “El rasgo central del proceso de mercado… se refiere al papel que desempeñan en él la ignorancia y el descubrimiento. Es central porque el desequilibrio consiste en la ignorancia… Por eso, el proceso de mercado consiste en aquellos cambios que expresan la secuencia de los descubrimientos surgidos a partir de la ignorancia inicial que constituye el estado de desequilibrio. Describimos esta secuencia de descubrimientos como constitutiva de un proceso equilibrante… Sin duda reconocemos que los seres humanos están motivados para enterarse de aquello que les conviene… (así se da) el proceso de descubrimiento sistemático, que es la base de las propiedades coordinadoras del mercado”[3].

Estas “propiedades coordinadoras del mercado”, que van de suyo en el orden natural social, son justamente las que hacen posible y necesaria (por el principio de supervivencia) a la sociedad. Es decir que, en la medida en que los seres humanos nos “coordinamos” hacemos posible y nos beneficiamos con la sociedad (a la que, a su vez, necesitamos). Nótese que la coordinación implica lo voluntario (la cooperación y el servicio), porque significa que las partes  se entienden y ponen sus voluntades de acuerdo. Y aquí existe, dicho sea de paso, una incoherencia insalvable con el individualismo que reniega, precisamente, de aquella propiedad intrínseca del mercado: “la coordinación social”, que es del todo necesaria para el progreso y avance, personal y de la sociedad.

Por cierto, es importante notar que la “desinformación” más importante, la que mas nos urge eliminar, es aquella que nos aleja más de la vida, por cuanto el orden natural es a favor de la vida. Y, consecuentemente, el proceso de mercado intentará eliminar más rápidamente la desinformación más importante, incentivado y guiado por la posibilidad de mayor lucro. Por ejemplo, si una persona está por morirse, lo más urgente que necesita es eliminar la desinformación que existe con respecto a su enfermedad y tratamiento para su recuperación, y estará dispuesta a pagar por esta información toda su fortuna.

Así, la verdadera justicia surge del “acto creativo que de la nada” aporta algo nuevo en beneficio del “creador” y sus congéneres, y no en el reparto de lo ya existente. De este modo, el hombre participa en la Creación. En rigor, sólo Dios puede crear desde la nada, de modo que el hombre sólo participa de esta creación: descubriendo verdades que antes ni siquiera sabíamos que existían. El inventor del e-mail, por ejemplo, produjo un hecho que antes no existía ni en el mejor de los sueños: enviar una carta a miles de kilómetros de distancia en forma inmediata ganando él y toda la sociedad. El productor agropecuario hace crecer trigo dónde antes sólo había tierra, ganando él y toda la sociedad.

Israel M. Kirzner, afirma que “…esa tendencia sistemática que se manifiesta en una serie sucesiva de sorpresas y que se plasma en el proceso equilibrador que se da en el mercado, no es una serie más o menos improbable de accidentes afortunados, sino esa perspicacia natural para descubrir posibles oportunidades de beneficio (o para evitar el peligro de posibles pérdidas) y que es característica inherente de todo ser humano. En el mundo real, plagado de incertidumbre, esta perspicacia natural se manifiesta en la imaginación y en el atrevimiento…”[4].

Nótese la importancia de la ‘perspicacia natural… característica inherente de todo ser humano,,, (que) se manifiesta en la imaginación y en el atrevimiento’. Creo que esto tiene mucho que ver con la fe natural, que se traduce en el conocimiento del orden natural y su capacidad creadora, y la seguridad de ser conducidos por la Providencia al bien como fin.

Ahora, como la perfección está infinitamente lejos, el conocimiento (la información) necesaria es infinita, esto implica que ‘existe’ información (conocimiento) del que, todavía, ni siquiera sospechamos su ‘existencia’. Es decir, que en el futuro conoceremos cosas que hoy ni siquiera imaginamos. Justamente, en este proceso de descubrimiento ‘sorprendente’ y ‘sorpresivo’ se basa el proceso de mercado. Es este tipo de conocimiento el que le permite, al empresario, avanzar en el perfeccionamiento propio y social, porque avanzar sobre conocimiento ya conocido (por ejemplo, el que establece un planificador estatal) de suyo, no implica avance sino, por el contrario, estancamiento en un supuesto ‘equilibrio’.

El Papa Juan Pablo II asegura que “Movido por el deseo de descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombre trata de adquirir los conocimientos universales que le permiten comprenderse mejor y progresar en la realización de sí mismo. Los conocimientos fundamentales derivan del ‘asombro’ suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la repetición y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal”[5].   

El conocimiento

Por otro lado, un tema interesante es el de la “Inteligencia Emocional”[6] que sería aún más importante que el coeficiente intelectual y que conformaría la base de la inteligencia (‘la nueva base de nuestra inteligencia’). Es decir que, nuestras emociones, nos inducen a actuar de determinados modos. Si éstas son lo suficientemente maduras, nuestras reacciones serán sanas y, en consecuencia, nos inducirán fuertemente a participar en el proceso de la creación, incentivando, promoviendo, fortaleciendo y aclarando los resultados de nuestra razón en conjunto. Un ejemplo real: se estaban ahogando y, nadie sabe cómo, los padres lograron salvar a su hija. Es decir, que las personas serían, de hecho, más inteligentes si tienen bien desarrollada su ‘Inteligencia Emocional’. Las emociones serían las iniciadoras de nuestra participación en el proceso de la creación y las sostenedoras de tal proceso.

En este sentido, me parece muy interesante lo que dice Kieran Conley, O.S.B.: la “…sabiduría filosófica, es atribuida a Anaxágoras, Thales, y gente como ellos ‘cuando parecen ignorantes de lo que es su propia ventaja…’ (Aristóteles, Ética a Nicómaco)” [7] , y luego “… las raíces históricas de la noción tomista de sabiduría son indudablemente aristotélicas…”[8]. Y más adelante “Toda sabiduría implica el conocimiento de Dios como última causa final, que es la base para el juicio contemplativo del orden en la realidad… el bien supremo no puede evitar evocar una respuesta afectiva. En el objeto de la sabiduría suprema la inteligibilidad es identificada con el supremo deseo -prima veritas con summum bonum- aquí está la fuente de la unión de la sabiduría con el amor… En el don de la sabiduría la luz formal de la experiencia intelectual es afectiva- Dios es conocido en la luz de ser amado. La sabiduría… no puede separarse de su dimensión afectiva. Ésta es la base para el compromiso personal implicado por la sabiduría, evidencia de su profundo realismo… sapientis est ordinare… el hombre sabio… ordena los actos humanos a su correcto fin (proper end)… finalmente… la sabiduría infusa resulta en el orden de tranquilidad que conocemos como paz… el mundo de la sabiduría, paradójicamente, es el de la última ignorancia -cognoscimus Deum tamquam ignotum- conocemos a Dios como un desconocido. Aun así, la ignorancia del hombre sabio es preferible a todo otro conocimiento… el deseo es el de toda sabiduría creada de un conocimiento no más de reflejos sino de realidad…” [9].

Por otro lado, desde el punto de vista ‘psicológico’ es importante remarcar que amar es procurar el crecimiento espiritual propio o de otra persona. Aun cuando fuera nuestro propio crecimiento espiritual, esto implicaría el conocimiento de lo externo, por cuanto, si la idea es ‘superarnos’, de suyo, debemos ‘conocer’, ‘imitar’ algo superior que, necesariamente será externo (si fuera interno sería lo mismo a nuestro ego, nunca superior). Si recordamos que el verdadero conocimiento es aquello que, de suyo, nos conduce al bien (sirve para la vida, nos perfecciona) aquí se cierra el círculo con la cita que vimos de Kieran Conley y lo que repasamos sobre la “inteligencia emocional”: el verdadero conocimiento implica superar el propio ego y, supone, de suyo, un crecimiento espiritual, consecuentemente, supone amar. Es decir que, el verdadero conocimiento, cuando es sano y bien orientado, empieza y se traduce en un acto de amor.

Desde un punto de vista psicológico, la mejor definición del amor que he podido encontrar, probablemente sea la que da M. Scott Peck en ‘La nueva psicología del amor’[10]: “la voluntad de extender el sí mismo de uno con el fin de promover el crecimiento espiritual propio o de otra persona”, y más adelante “… el proceso de extender el propio ser de uno es un proceso de evolución… de manera que el acto de amar es un acto de auto evolución aun cuando la finalidad del acto sea el crecimiento de otra persona…”; y luego “… el acto de extender los límites de uno mismo implica esfuerzos… nuestro amor se demuestra sólo a través de nuestras obras… supone esfuerzos… es un acto de la voluntad, es intención y acción… implica elección… decidimos amar”.

Por su lado santo Tomás afirma que “Amar es desear el bien a alguien”[11]. Sin duda resulta sugestivo el siguiente párrafo del controvertido Erich Fromm: “Ese deseo de fusión interpersonal (el amor) es el impulso más poderoso que existe en el hombre: Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana, al clan, a la familia y a la sociedad. La incapacidad para alcanzarlo significa insania o destrucción -de sí mismo o de los demás-. Sin amor, la humanidad no podría existir un día más”[12].

El principio y el fin del conocimiento                      

Y por cierto, para ir terminando, no es poco importante analizar cuál es el principio y el fin de todo esto. Nótese que la búsqueda de conocimiento no solo es infinita sino que el infinito está inmerso en todo el proceso del conocimiento. Cuando era estudiante universitario de Ingeniería tuve oportunidad de realizar algunas investigaciones, relativamente profundas, dentro del ‘análisis matemático’. Mi primera sorpresa fue encontrar la definitiva dependencia que tenían las matemáticas avanzadas de los infinitos e infinitésimos (que es la inversa, pero no la negación o el opuesto del infinito).

Estos constituían ‘el principio (los infinitésimos) y el fin (los infinitos)’. Más me sorprendí cuando descubrí que, el infinito (y el infinitésimo), era el ‘número perfecto’ (el único perfecto), era, además, absoluto y era, en todo sentido, el misterioso principio y fin de todo el conocimiento matemático. El corolario es que las matemáticas no son una ciencia exacta (solo los infinitos), de hecho, no existe ninguna ciencia exacta como pretenden hacernos creer los racionalistas. De manera relacionada con el infinito para números reales, algunos lenguajes de programación admiten un valor especial que recibe el nombre de infinito: valor que se puede obtener como resultado de ciertas operaciones matemáticas no realizables, u operaciones teóricamente posibles, pero demasiado complejas para su trabajo en el ordenador/lenguaje en cuestión. En otros lenguajes simplemente se produciría un error.

Para Aristóteles el infinito es ser en potencia, y es ser como potencia y ser como acto. Es el Ser, por tanto. Precisamente la característica esencial del infinito es el de ser no finito y por lo tanto constantemente inconcluso. Por lo tanto, para el infinito pasar de la potencia (la posibilidad de realizarse como infinito, infinito como potencia) al acto (cuando esta posibilidad se realizó, infinito como acto) no conlleva ninguna transformación real o de adquisición de características que antes no tenía, como sucede comúnmente en el pasaje de la potencia al acto. De hecho, infinito era antes (ser como potencia) e infinito es después (ser como acto).

Lo que no tiene límites, es aquello de lo cual no se puede negar nada, y por consiguiente, aquello que contiene todo, aquello fuera de lo cual no hay nada; y esta idea del Infinito, que es así la más afirmativa de todas, puesto que comprende o envuelve todas las afirmaciones particulares, cualesquiera que puedan ser, no se expresa por un término de forma negativa (in-finito) sino en razón misma de su indeterminación absoluta.

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