América, Política

La democracia de Panamá se va a pique

Unos 15.000 barcos, trasportando 5% de la carga marítima de todo el mundo, pasan cada año a través del Canal de Panamá. Sin embargo, cuando un tercer juego de esclusas capaces de recibir buques más grandes se haya completado en 2014, los analistas esperan que el volumen anual de carga del canal aumente al doble.

Eso asegurará que en el siglo XXI, "el pasaje entre los océanos", como lo denominó el historiador David McCullough, se convierta en una ruta de comercio internacional todavía más significativa.

La importancia económica de ese legendario pasaje no es sino una de las razones por las que una República de Panamá estable y libre esté entre los intereses del Hemisferio Occidental. Eso, a su vez, es una buena razón para prestar atención a un creciente coro de panameños de advierten que el presidente Ricardo Martinelli, de centro-derecha, está desplazando al país hacia el autoritarismo.

"Está construyendo obras públicas, pero derribando las instituciones", dice Aurelio Barria, un empresario panameño y líder de Cruzada Civilista, un movimiento no partidista famoso por su defensa de la democracia durante la dictadura del general Manuel Noriega. Como si estuviera tratando de validar la opinión de Barria, Martinelli siguió adelante el jueves con su plan de llenar de partidarios al Tribunal Supremo al nombrar tres nuevos jueces para llevar el número de magistrados de nueve a doce miembros. Los partidos de la oposición se comprometieron a luchar contra la medida.

James Madison escribió que "en la formulación de un gobierno que va a ser administrado por hombres sobre hombres, la gran dificultad estriba en esto: uno debe primero permitir al gobierno controlar a los gobernados; y luego obligarlo a que se controle a sí mismo". El problema de Panamá es que Martinelli está fuera de control.

Cuando el magnate de los supermercados juró como presidente el 1 de julio de 2009, los partidarios del libre mercado de la región estuvieron de celebración. Hasta entonces, parecía que al venezolano Hugo Chávez le surgían imitadores por todas partes. La victoria de Martinelli en Panamá sugería que el capitalismo democrático podía hacer una reaparición. Sin embargo, la luna de miel duró poco.

La erosión del pluralismo panameño bajo el gobierno de Martinelli parece tener su origen en la Asamblea Legislativa de Panamá, un órgano unicameral de 71 curules. En las últimas elecciones, su partido, Cambio Democrático (CD), obtuvo tan sólo 13 escaños. Pero desde entonces, Martinelli ha logrado persuadir a otros 23 diputados para que se unan a su partido o a que voten con él en una coalición, lo que le proporciona la mayoría simple que necesita para aprobar leyes y confirmar jueces incluso después de que viejos partidarios se convierten en adversarios.

No está del todo claro cómo Martinelli ganó a todos esos políticos. Pero es importante recordar que la constitución panameña fue escrita durante la dictadura militar y, como tal, centraliza una gran cantidad de poder en el ejecutivo. Así, Martinelli tiene una enorme discreción en la asignación de fondos a determinados distritos congresionales y parece que lo ha aprovechado.

Al igual que Chávez en Venezuela, que también cuenta con una mayoría en una asamblea nacional unicameral, la ventaja legislativa de Martinelli le ha permitido gobernar sin control, a pesar de fuertes protestas de la prensa independiente. Y al igual que Chávez, Martinelli entiende el poder de las arcas públicas.

Sus detractores alegan que es corrupto. Sin embargo, eso es difícil de saber. Lo preocupante es que los compinches cercanos de Martinelli han sido nombrados con demasiada frecuencia a puestos que deberían ser desempeñados por profesionales políticamente independientes. Un ejemplo es el de contralor general, ocupado por una antigua socia de Martinelli y ex auditora interna de una de sus empresas, lo que deja a la gente preguntándose si hay alguien realmente cuidando la caja. También parece preferir los contratos sin oferta pública para las obras de infraestructura que está encargando. Esto ha aumentado las sospechas sobre el mal uso de los fondos públicos.

Entretanto, Martinelli va por más. Desde 1997, los ingresos de privatización han sido acordonados a un fondo especial con la estipulación de que sólo el interés del principal podría ser gastado. Sin embargo, este gobierno está creando un nuevo vehículo para los ingresos de futuras privatizaciones y no tendrá este tipo de restricciones. Martinelli ha anunciado que será él quien nombre a toda su junta de directores.

Ahora, el presidente está sugiriendo que le gustaría otro mandato. La reelección consecutiva no está permitida en el marco de la constitución y el cambio requeriría la cooperación de la Corte Suprema. Martinelli ya ha nombrado a cuatros de los jueces del tribunal superior (uno de ellos, que ahora es presidente de la corte, manejó la censura de prensa durante la dictadura de Noriega). Un quinto es un aliado confiable. Si a eso sumamos los tres nuevos asientos por cuya creación abogó y que luego llenó, vemos que dos tercios de la corte son suyos.

Incluso si, como sostienen los críticos, Martinelli fuera un caudillo sediento de poder, algunos podrían verse tentados a tolerarlo porque no es de izquierdas. Es importante destacar que no está amenazando los derechos de propiedad. Pero eso no es un gran consuelo. Una vez que los pesos y contrapesos institucionales que defienden a la sociedad contra los peligrosos demagogos son destruidos, la puerta queda abierta a candidatos de todo el espectro político. Si no, pregúntenle a los venezolanos.

The Wall Street Journal Americas

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