​​​​​​​Desde hace décadas ya, buen parte del mundo contempla, con una extraña mezcla de envidia y asombro, a la República Argentina.

Envidia, por los recursos naturales de los que Dios la ha dotado. Asombro, porque, pese a ello, ha mostrado ser socialmente anémica, esto es tener una incapacidad impactante para poder crecer y desarrollarse ordenadamente. Mirando las cosas más de cerca, aparecen algunas explicaciones importantes.

Entre ellas, una que es bien obvia: el desbordado gasto público nacional, que está groseramente sobre-dimensionado.

El Estado argentino administra hoy casi la mitad del PBI del país. Desde hace rato ya. Entre 1980 y el 2006, ese gasto público estuvo en un orden del 31% del PBI argentino. Entre el 2007 y el 2011, trepó nuevamente, hasta alcanzar el 38% del PBI. Y, bajo la fracasada gestión patológica de Cristina Fernández de Kirchner, se fue a las nubes y alcanzó un nivel tremendo, del 45% del PBI. Casi la mitad del PBI argentino, entonces. Como rémora, increíble.

Así nos fue. Un pedazo del país es una legión de jubilados rentistas que tan sólo aspira que nada cambie, de modo de seguir gozando privilegiadamente de no tener que correr demasiados riesgos; recibir un ingreso más o menos asegurado, de por vida;y no trabajar mucho, vacacionando y descansando en exceso.

Disminuir el número de personas que integra ese contingente humano, que esencialmente vive de los demás, es una tarea indispensable para volver a crecer saludablemente. Pero, como el tema es explosivo, siempre se deja “para mañana”.

Ocurre que casi media sociedad quedaría afectada. Son muchos votos y los políticos viven de ellos. Salir del encierro descrito no es entonces nada sencillo. De allí que las décadas de retraso se acumulen, como si no hubiera otra alternativa que la de seguir perdiendo relevancia relativa frente al mundo.
 
Emilio J. Cárdenas.
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.