Política

Pretender la censura en nombre del diálogo

Amir Taheri

A comienzos de este mes, la capital malaya, Kuala Lumpur, celebró una conferencia con el título: “¿Quién habla por el islam, quien habla por Occidente?”.


 


La conferencia, a la que asistieron alrededor de 60 políticos y académicos oficiales de dos docenas de países, había sido planificada hace dos meses y fue designada como ejercicio del “diálogo de civilizaciones” de moda hoy.


 


Según se desarrollaron las cosas, sin embargo, la controversia acerca de las viñetas del diario danés dominó los procedimientos, y dio lugar a un conjunto de monólogos acerca de imponer límites a la libertad de expresión.


 


Un orador, el expresidente de la República Islámica Mohammed Jatamí, hasta invitó a los gobiernos democráticos a imponer la censura sobre cualquier materia en la que pudieran ofender incluso a unos cuantos creyentes de cualquier credo.


 


La primera dificultad que la conferencia afrontó se derivó de su título.


 


¿Qué queremos decir por “Occidente”?


 


Si utilizamos esto como término geográfico, entonces Irán es ciertamente “Occidente” en lo que respecta a Malasia. Pero si asumimos que el término significa un tipo de civilización basada en los derechos individuales, el pluralismo político y una economía de mercado, entonces el término se aplica a más de 140 países que han adoptado “el modelo capitalista democrático”, entre ellos la India, que es el hogar del mayor número de musulmanes del mundo, y, en cierta medida, incluso países de mayoría musulmana tales como Malasia, Bangladesh o Turquía.


 


La conferencia también tuvo dificultades con la otra mitad de su título, que tiene que ver con el islam.


 


Era obvio que los participantes no podían ponerse deacuerdo en alguna definición del islam. Teológicamente, existen cinco “escuelas” principales del islam, dividida cada una en muchas otras más pequeñas. Y en lo que se refiere a la práctica individual, el islam, al igual que otras religiones, es, al fin y al cabo, lo que sus fieles hacen de él. ¿Quién puede decir que este o aquel terrorista suicida no es un musulmán? Lo mejor que puede hacer uno es decir que es un musulmán políticamente mal encaminado. Según el mismo rasero, el terrorista suicida probablemente clasificaría a la mayor parte de los musulmanes como “engañados” o incluso “kuffar” (infieles).


 


La premisa implícita de la conferencia era que, en lo que al islam se refiere, solamente los gobiernos tienen autoridad para hablar en su nombre. Pero cualquiera que tenga conocimientos del islam contemporáneo sabe que la mayor parte de los musulmanes rechazan esa pretensión. En muchos países musulmanes no existe diálogo ni siquiera con la familia nacional, por no hablar entre la nación y otros países.


 


Incluso así, el islam no se limita a aquellos que viven en los países de mayoría musulmana. De hecho, al menos un cuarto de los musulmanes viven como minorías en más de 130 países. Ya hemos destacado los alrededor de 200 millones de musulmanes de la India. Hay también 50 millones de musulmanes en China y al menos otros 100 millones en tierras no musulmanas de Australasia, África, Europa y las Américas.


 


Las cosas se complican más porque el islam no reconoce estructuras similares a la iglesia o jerarquías similares al clero.


 


Se podría decir que el Papa habla por la Iglesia Católica. Pero no puede hacerse una afirmación similar de nadie en el caso de las diversas escuelas islámicas.


 


Allá por el siglo XIX, Jamaleddin Assadabadi, alias al-Afgani, se involucró en un debate con el académico francés Ernest Renan acerca de una división similar del mundo.


 


En una conferencia en París, Renan había argumentado que los musulmanes, encadenados por su fe como pensaba que estaban, eran incapaces siquiera de unirse a la búsqueda de las ciencias del hombre.


 


Assadabadi había contrarrestado esa afirmación señalando que dividir el mundo entre Occidente e islam era erróneo.


 


En lugar de eso, sugería que el mundo se dividiera en naciones “libres” y “no libres”. Las libres podían avanzar en ciencias y construir una vida más próspera para sus pueblos. Las “no libres”, sin embargo, estaban sentenciadas al atraso, la tiranía y la miseria.


 


Assadabadi rechazó el análisis marxista bajo el que su cultura, incluyendo la religión, proporciona la superestructura de una infraestructura político-económica que actúa como matriz de valores, normas y transacciones contractuales en la sociedad. Pero creía que ninguna religión podía clasificarse como causa del atraso y la miseria de una nación. Lo que provoca miseria y atrasos era el modo en que el pueblo practica su fe. Y eso, observaba Assadabadi, era una opción política. Los mismos musulmanes que eran atacados por Renan como incapaces de pensamiento científico habían creado y mantenido, allá por los siglos IX y X, y las únicas corrientes de investigación y estudio científico de la época.


 


En otras palabras, cuando los musulmanes fueron relativamente libres, en comparación con los cristianos al menos, no tenían problemas con las ciencias.


 


La división propuesta por Assadabadi continúa cumpliéndose hoy.


 


El mundo se divide aún entre naciones “libres” y “no libres” más que entre “islam” y “Occidente”. Al mismo tiempo, gracias en parte a la globalización y a las migraciones en masa de las últimas décadas, existen espacios “no libres” en muchas sociedades libres al tiempo que existen espacios de libertad también en algunos países “no libres”.


 


Volvamos ahora al tema de la conferencia de Kuala Lumpur.


 


Si por Occidente nos referimos a todas las sociedades libres del mundo, está claro que ninguna en particular podría afirmar hablar en representación de todas ellas. La tarea de hablar por ellas, en lo que respecta a materias políticas y legales, depende de los gobiernos elegidos libremente. Pero en lo que se refiere a la cultura, el arte, la religión y las opiniones, todos los ciudadanos de las sociedades libres hablan por ellos mismos.


 


Jatamí no debe saberlo, pero el primer ministro de Dinamarca o el Presidente de Francia no pueden afirmar ser la única voz de sus respectivas naciones en lo que se refiere a temas más allá de sus responsabilidades políticas específicas. La censura que Jatami quiere imponer sólo es posible en la República Islámica de Irán y en sistemas similares.


 


El único diálogo valioso entre el islam, en sus múltiples variantes, y Occidente, también en su diversidad, podría tener lugar a nivel de los pueblos. Debería permitirse a los musulmanes leer libros y periódicos, ver películas, ver televisión y escuchar la música producida en Occidente.


 


A cambio, los pueblos de Occidente deberían poder tener acceso directo a la producción cultural, artística y filosófica del islam.


 


Y aún así, sabemos que esto no puede ocurrir mientras la censura continúe siendo un elemento clave de la política de la mayor parte de los estados de mayoría musulmana.


 


En lo que respecta al diálogo, eso deja una única posibilidad: conversaciones a nivel oficial. Eso, por supuesto, es tan útil como deseable. A pesar de las diferencias estructurales entre la mayor parte de los estados musulmanes y sus homólogos occidentales, el diálogo podría ayudar a reducir la tensión e identificar las áreas de común acuerdo.


 


Lo importante, no obstante, es que quede claro desde el punto de partida que tal diálogo es de naturaleza diplomática y política, y que no implica en ningún sentido al islam como religión y cultura. El objeto de tal diálogo debería ser el reconocimiento del espacio público internacional regulado por leyes y normas que no están ancladas en ninguna creencia religiosa particular. Y es precisamente en tal espacio neutral a efectos de fe que el islam, el cristianismo y otras religiones pueden entrar en contacto, intercambiar experiencias, y sí, hasta competir por apoyo y atención.


 


Mientras que la religión no es compatible con la diversidad política, por no mencionar la democracia, la diversidad política y la democracia son compatibles con la religión. De hecho, es exclusivamente en un sistema político abierto donde la diversidad es reconocida tanto como necesidad y como virtud, que todas las religiones pueden ostentar. La respuesta, por tanto, no es más censura, como Jatamí ha sugerido, sino menos.

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