Las ideas anticapitalistas aún siguen cristalizadas en amplios sectores sociales, más allá de los intereses personales esto es incuestionable. La exposición del Presidente en la Conferencia Política de Acción Conservadora fue parte de la batalla cultural que está dando el Gobierno con el objetivo de centrifugar el poder del Estado, el cual actuó en nuestro país en contra de la sociedad civil perjudicando, sobre todo, al ciudadano común y a los sectores más necesitados.
El Presidente es un político de acción, no duda en tomar decisiones vitales aunque tenga que enfrentar a una durísima oposición, de todos los colores. Entre tantos obstáculos, quien nos gobierna, al menos, no debe luchar dentro de sí mismo, es liberal de pura cepa, seguirá fiel a su ideario liberal para reorientar el rumbo del país.
Aunque hay sectores donde la cultura populista ya no es tan fuerte como en años anteriores, casi todos los periodistas y medios de comunicación, a veces con buenas intenciones, se oponen a la liberación de la economía interna y externa y a la extensión de las garantías a la propiedad privada, en resumen, al derrumbe del Estado de Bienestar. Muchos intelectuales y artistas siguen siendo quijotes del statu-quo, pretenden avivar ideas muertas, nacionalistas y estatistas. Días pasados, una cantante pregonaba las bondades de subsidios para quienes no los precisan en pos de rédito personal. El Presidente, tácticamente, la tomó de punto para mostrar que la mayoría de los artistas rechazan al sistema capitalista aunque viven de él; el teatro, la plástica, la literatura, todas las artes se hicieron masivas, alcanzaron a todos los sectores sociales. Hoy en día tienen un mercado permanente que se amplió como nunca en el pasado, les pasa totalmente inadvertido, perduran ideas que no condicen con la realidad, se transparentan también en las interpretaciones y conductas de políticos, legisladores, funcionarios, escritores, actores, cantantes, empresarios y docentes. Parte de la cultura del pasado, por inercia cultural, persiste en el presente y se proyecta al futuro, es por ello que el Gobierno enfrenta con decisión y dureza a estas fuerzas porfiadas, pero en agonía, con las ideas de las sociedades abiertas. Si el Gobierno les hiciera caso, como lo hizo el ex presidente Alfonsín, quien adhería a sus ideas, repetiría el fracaso, lo conducirían a otra resonante derrota. Debe operar contra la inercia cultural muy intensa en gran parte del peronismo y sectores del radicalismo, los cuales le escatiman el apoyo necesario para gobernar, dominados por los impulsos de hacer clara su oposición explotan la veta populista, a la que adhieren a mansalva.
El retorno a las libertades que manda la Constitución va a costar caro, pero más allá de sus errores, Javier Milei tiene una cualidad necesaria para lograrlo, convicción: ningún otro candidato resistiría las pulsiones populistas y halagos momentáneos; como lo demuestra en sus exposiciones estudió a fondo a los grandes pensadores que se anticiparon a mostrar el fracaso al que llevan las ideas antiliberales. En su ataque feroz al Estado pretende que su gobierno disminuya el desquicio normativo eliminando leyes obsoletas. Intenta extender el pluralismo en lo económico, regional, político y cultural, menudo objetivo, terminar con el estatismo el cual, desde los finales de la Segunda Guerra, ha hundido al país convirtiéndolo definitivamente en pobre.
La política innovadora del gobierno, como fue la del ex presidente Carlos Menem, está forzando a un nuevo encuadre del Estado, el de abandonar los controles que obstaculizan innumerables actividades comerciales. En Argentina, habitualmente, el principio de no contradicción es descartado ante emociones fuertes, tal el caso de varios gobernadores que se enfrentan al cambio por motivaciones políticas circunstanciales, así los vemos saltar de una idea a su opuesta, sin disimulo. Parecen no comprender que sin el despliegue del comercio no puede desarrollarse la democracia ni la libertad de expresión, tampoco la opinión pública y el pluralismo; el comercio y el mercado están vitalmente comprometidos con la acción electiva y la libertad, rasgos de la institucionalidad capitalista, a pesar de los sainetes y argucias, de políticos, empresarios, sindicalistas y artistas.
Los aspectos autoritarios de la acción del presidente derivan no solo de las facultades que le da una Constitución de sistema presidencialista sino de la naturaleza disruptiva de su política, la cual se podrá realizar sin el apoyo necesario, con ciertas medidas discutibles, no abiertamente ilegales. Este camino se hará por necesidad, porque no se le permite, entre otras cosas, privatizar empresas que son ineficientes y deficitarias, minas de prebendas que desangran al Tesoro Nacional. No se puede seguir disimulando el despilfarro que impera en ellas, pero el Congreso, paradójicamente, se opone a destruir una pieza fundamental del corporativismo, se pretende allí preservar el estado de cosas, particularmente prebendario. Los sindicatos han compartido expresa o tácitamente el poder, el Gobierno trata de evitarlo, pero quienes deberían ayudarlo a debilitar el forcejeo interminable de las corporaciones por posicionarse de los recursos y los conflictos incesantes que provocan, con ceguera voluntaria, se quedan en la retranca.
El problema, como dice el Presidente, es el Estado Benefactor, se necesitan herramientas para disminuir sus funciones, solo una política que modifique la estructura de la situación vigente podrá ofrecer una posibilidad de éxito, no la seguridad, nadie conoce el futuro. Nos llevaría a un cambio duradero que evitaría la fuerza y las arbitrariedades del Estado dando mucho espacio a la libertad en las decisiones individuales.
El país fue gobernado por un conjunto de ideólogos presuntuosos que se convirtieron en dictadores de la economía nacional. Se fue resignando, una a una, la mayor parte de las libertades que en el campo económico – social proclama la Constitución, nadie reclamó por ello hasta que llegó al ruedo Javier Milei. El fracaso costó mucho a la República, tanto el Congreso como la oposición han sido en algún momento cómplices de una política como la pasada, la inflación comenzó cuando los políticos propiciaron la vía fácil de la emisión monetaria, los controles y la demagogia, es lo que la gente ha soportado hasta hoy. Las consecuencias son visibles, se necesita enfrentar la situación con soluciones creativas, por algo se dice que la política es un arte, el sacrificio que hace el país y el crédito de confianza que se le otorgó al Gobierno no debe malversarse.
Le toca al Presidente no solo gobernar sino mostrar que cuanto más intenso es el control del Estado sobre la sociedad a través de regulaciones sobre los mercados o mediante la destrucción o disminución de la propiedad privada, mayor será el autoritarismo y menor la observabilidad de quienes nos gobiernan aumentando la corrupción. Todos los días están saliendo a la luz focos de pus.
El país requiere de todos los esfuerzos, pero el problema es que tanto los partidos como el Congreso están muy lejos de constituir una garantía y una esperanza para el futuro. La anarquía interna que muestran como la politiquería barata que reina entre facciones han llevado a la política a un descredito total. Se le suma la impulsividad y poca paciencia del Presidente, quien percibe con disgusto que sectores decididos a verle fracasar, o por ignorancia, estorban o niegan las soluciones, no tendría que olvidar la necesidad de contar con una parte de la oposición capaz de asumir, incluso, idénticas metas. Hace más frágil la situación el alza de precios: la liberación de la economía, después de años de controles, provoca ese aumento, es una necesidad dolorosa, pero benéfica, por cuanto lleva en sí misma una corrección de los factores que han motivado la crisis. Será inevitable “pasar el invierno”, remediar la situación no se conseguirá detrás de una oficina de planificación sino por las fuerzas del mercado, tomando las medidas necesarias para que funcione bien. La oposición puede hacer ruido pero no ofrecer alternativa cierta, no la hay sin establecer la libertad de cambios y eliminar las interferencias que traban la eficaz acción privada. Sin embargo, cultura política y cambios estructurales tienen que ir juntos, por ello, sin duda, el Gobierno precisará no solo el apoyo de la sociedad, también de “las fuerzas del cielo”.
Elena Valero Narváez. Miembro de Número de la Academia Argentina de la Historia. Miembro del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias. Morales y Políticas. Premio a la Libertad 2013 (Fundación Atlas). Autora de “El Crepúsculo Argentino” (Ed. Lumiere, 2006).