El Estado Islámico formaba parte de Al Qaeda hasta que, a inicios de 2014, desobedeciendo la orden de abandonar Siria que le había dado Ayman al Zawahiri, el jefe máximo y sucesor de Bin Laden al que nunca se ha podido atrapar, decidió montar tienda aparte.
Desde entonces, todos han sido éxitos para el Estado Islámico y fracasos para Al Qaeda, que veía cómo el grupo escindido alcanzaba notoriedad, financiamiento y capacidad de reclutamiento gracias a su conquista de territorios sirios e iraquíes.
Numerosos musulmanes viajaron desde Europa y otras partes a enrolarse a órdenes del nuevo “emir”, Al Baghdadi, que proclamó su califato.
El Estado Islámico desafió abiertamente a Al Qaeda en sus territorios, especialmente el sur de Yemen, donde opera una de las ramas más poderosas de la organización fundada por Bin Laden. Al Qaeda de la Península Arábiga es, junto con las ramas argelina, afgana y paquistaní, un pilar de Al Qaeda. El Estado Islámico logró la adhesión de un grupo yihadista en Yemen este año, lo que le permitió consolidarse como rival directo de Al Qaeda allí mismo. Al Baghdadi decretó que esa zona era parte de su califato.
Todo esto explica una buena parte de lo que ocurrido en París hace algunos días. Desde el primer momento los terroristas de París reivindicaron a la rama yemení de Al Qaeda y declararon su vinculación, confesando que uno de los líderes, Anwar al Awlaki, muerto en un ataque con drones en 2011, fue quien los entrenó y financió en su día. Que esta semana al vocero de la rama yemení, Al Ansi, haya reivindicado oficialmente el atentado citando al jefe de su grupo, Nasir Al Wuhayshi, así como al líder de toda Al Qaeda, Al Zawahiri, como cerebros de la operación es una forma de retomar el mando de la yihad universal de manos de Al Baghdadi.
Pretenden neutralizar el magneto de hombres y dólares en que se ha convertido el Estado Islámico y potenciar el reclutamiento y financiamiento de Al Qaeda.
Que haya luchas intestinas entre terroristas no es nuevo ni sorprendente. El terrorismo islámico, no lo olvidemos, ha matado más musulmanes que personas de otras confesiones. Pero que, década y media después de los atentados contra las Torres Gemelas, los herederos de Bin Laden sigan tan vivos y fuertes como para haber desatado entre ellos una competencia mundial por el liderazgo de la yihad es una noticia muy deprimente.
Dicho esto, tampoco puede descartarse que hagan alianzas circunstanciales cuando el momento lo aconseje. De hecho, no han sido muchos los enfrentamientos armados hasta ahora: algunos ha habido en Siria, pero nada muy sostenido.
Recordemos, por ejemplo, que los operadores que atentaron contra Charlie Hebdo tenían relación con el terrorista que atentó contra el supermercado judío en París, quien era leal al Estado Islámico.
La conclusión, en cualquier caso, es que lo de París no fue un acto solitario por parte de espontáneos que se declaraban fieles a una organización difusa y más simbólica que real, sino un nuevo capítulo de la pugna entre organizaciones fuertes, vivas y terriblemente peligrosas. Todavía.