Ocurrió en Sudamérica y puede pasar en cualquier lugar
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Jueves, 06 de febrero 2025
Ocurrió en Sudamérica y puede pasar en cualquier lugar
Los resultados electorales son inexorablemente contextuales. Ningún fenómeno político se puede analizar en forma aislada sin considerar el entorno circunstancial que invariablemente participa del proceso de un modo determinante.
Javier Milei es ahora el nuevo Presidente de Argentina. Si bien para muchos fue sorprendente, ya se empieza a naturalizar la situación. Es como que todos han tomado nota y lo han asumido como parte de la realidad.
Hace muy pocos meses atrás mencionar esta eventualidad era una afrenta al sentido común. Los paradigmas vigentes no permitían siquiera atribuirle una mínima posibilidad. Los observadores más prestigiosos explicaban las razones por las cuales esa contingencia debía ser descartada de plano.
Muchos datos alertaban sobre un escenario confuso en el que podía esperarse lo que fuera. Algunos indicios sobre el éxito de este “personaje mediático”, emergía como una alternativa de escasa probabilidad.
Lo cierto es que casi nadie lo vio venir, por no decir nadie. No fue la ciencia la que negaba esa chance, sino los preconceptos, la lógica inercial de la historia la que refutaba aquellas argumentaciones que intentaran poner esta variante en el ruedo. El actor en cuestión era un distinto y como tal no empataba con los parámetros habituales.
Los entendidos decían “no puede ganar, no tiene partido político”. Efectivamente su agrupación era incipiente, frágil, sin relevancia. Una suerte de “marca paraguas” que aglutinaba sectores conservadores sin votos, con jóvenes apasionados sin un vehículo electoral habilitado para los comicios.
Los más avezados afirmaban que “sin estructura política” es utópico doblegar a los consolidados aparatos de la eterna partidocracia. Y eso también era atinado. El candidato aparecía como solitario, sin dirigentes de peso a su alrededor, sin postulantes de magnitud en los distritos provinciales, sin esquemas organizados, ni profesionales. Todo era caótico y hasta improvisado en materia de armado.
Su falta de experiencia también pesaba. Sólo un par de años como legislador nacional no era una carta de presentación suficiente para esa liga presidencial. La falta de conocimiento sobre el funcionamiento del Estado, acerca de la normativa electoral y de la liturgia política, lo mostraba en evidente desventaja frente al resto.
Ser un “outsider” lo exhibía como algo nuevo, pero esa impronta ya había sido probada antes sin éxito alguno. Disponer de altos índices de conocimiento era un requisito interesante pero no suficiente para coronarse ganador en una contienda en las urnas.
Por otro lado, nunca un autoproclamado libertario en una comunidad tan abiertamente “progre” podría conseguir, bajo el imperio de un sistema con doble vuelta, más del 50 % de los votos necesarios para triunfar.
Si bien el principal problema de esta bendecida nación hace mucho es el económico, no había antecedentes de que un economista pudiera liderar. Los primeros mandatarios siempre fueron abogados, médicos, ingenieros o militares.
Al ser un solitario no podía ser jamás el favorito. Ese perfil de hombre común, demasiado simple, sin tanto “glamour”, no encajaba para nada en lo que traslucía la historia política doméstica.
Las acusaciones de políticamente incorrecto, de excesivamente disruptivo, de excéntrico y hasta de psiquiátrico ponía demasiados “peros” como para que finalmente pudiera alzarse con el premio mayor.
La prensa internacional ha intentado clasificarlo, encasillándolo y ha llegado a decir que se trata de un jugador de la ultraderecha. Ha arribado a esas conclusiones tomando en cuenta sus comentarios elogiosos respecto de ciertas políticas de controversiales líderes globales de este tiempo, pero sin más asidero que conjeturas gestuales.
Que alguien así, un economista, libertario, outsider, crítico de la política y opositor al status quo, sin partido ni estructura, sin dinero ni experiencia, extravagante y revolucionario pudiera ganar, en aquella instancia preelectoral sonaba absolutamente descabellado.
A pesar de todos los escollos, de sus debilidades reales, de los prejuicios de los expertos, de la subestimación de propios y extraños ha logrado triunfar con una contundencia que deja poco margen para instalar atenuantes.
Se podrá decir mucho sobre el peso relativo de la coyuntura. El fracaso secuencial de la política tradicional, una economía sin respuestas, la obscena corrupción y el inaceptable despliegue de privilegios de la “casta” han sido indudablemente protagonistas de esta época y minimizarlo no sería sensato.
Esta es una lección para los pronosticadores intuitivos, para los analistas políticos, para los encuestadores y para los ciudadanos que quedaron presos de sus viejos paradigmas sin advertir lo que estaba pasando.
Hay que tener cuidado con descartar postulantes. En política, como en la vida misma “nunca digas nunca”. A veces se acomodan ciertas dinámicas y lo que parecía improbable se concreta. Este es el caso. Sucedió y así como aquí se dio esa extraña combinación de hechos aislados que luego se alinearon podría eso mismo acontecer en cualquier latitud.
Va siendo hora de abandonar la soberbia intelectual de creer que todo puede ser comprendido y proyectado, aceptando gentilmente las virtudes de la ignorancia y la sabiduría del aprendizaje permanente.
Esta vez, casi todos se equivocaron. Un puñado de audaces se animaron y hoy tienen la oportunidad no sólo de gobernar sino de volver a taparle la boca a los que antes decían que era inviable que gane. Ahora mutaron y sostienen que no terminará su mandato, que no podrá llevar a cabo su plan y que si lo hace no funcionará. En fin. Parece que las enseñanzas recientes no sirvieron de nada.
ALBERTO MEDINA MÉNDEZ.
Periodista.
Consultor en Estrategia y Comunicación Corporativa
Analista Político
Conferencista Internacional.
Twitter: @amedinamendez
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