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La parodia democrática de América Latina

En tiempos de fragilidad institucional los riesgos abundan.

No es una novedad, pero eso no significa que no se deba encarar esta problemática para mitigar su impacto o quizás para intentar modificar la triste inercia de esta era.

 

En estas latitudes, lamentablemente, no existe una arraigada tradición por el respeto a las instituciones ni tampoco demasiado apego por los valores republicanos más elementales.

En realidad, se ha adoptado un sistema de gobierno ocasionalmente, pero sin la convicción requerida para que sea exitosa. Tal vez eso explique la facilidad con la que se abandona el rumbo, se vulnera lo más básico, se aceptan dócilmente los atropellos a las libertades individuales y se toleran los más burdos actos de corrupción.

Cuando se observa y analiza el último índice de democracia global, el panorama de la región es más patético. Solo tres naciones de esta parte del planeta son democracias plenas. Uruguay, Costa Rica y Chile están en esa terna de privilegiados que califican en un rango casi óptimo.

Una larga nómina de países figura en la grilla de las democracias deficientes o peor aún, como regímenes híbridos. Cierran ese ranking la triada de autoritarios, Nicaragua, Venezuela y Cuba.

Lo angustiante es la tendencia, a la baja, con una caída constante y sin que se avizoren expectativas muy diferentes. Es que lejos de revertir esa propensión son varios los territorios que retroceden gradualmente.

Lo más alarmante no es la compleja situación actual ni la “foto” de este instante histórico sino esa perversa lógica que hace que ciertos líderes circunstanciales elogien sin pudor a los déspotas y los mencionen como modelos dignos de ser elogiados.

Lejos de asumir las debilidades propias y proponer mejoras concretas, todo parece indicar que ciertas comunidades prefieren dirigentes autocráticos que concentren su ya potente poder discrecional. Es como si anhelaran la presencia de un monarca.

La escasa calidad de la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil termina siendo completamente funcional a ese proceso y en vez de resistir poniendo límites, son demasiados los que terminan colaborando mansamente con los canallas, que sólo aspiran a concretar sus nefastas metas de dividir la sociedad y destruir a los que no piensan igual.

Más allá de la narrativa contemporánea es menester entender que no serán los tiranos los que renuncien a sus pretensiones ni tampoco serán ellos los que torcerán el rumbo. Muy por el contrario, profundizarán este sendero e irán adueñándose secuencialmente de todo para confirmar su dominio, amedrentar a sus enemigos y disponer del máximo control posible, como ya ha pasado y como viene ocurriendo en varios lugares.

Si los ciudadanos no despiertan pronto y comprenden que ese derrotero trágico avanza sólo con la complicidad de ellos, con su silencio inexplicable o con la anuencia implícita de cada omisión nada bueno ocurrirá.

Por momentos pareciera que sobrevuela una ilusión cívica que consiste en esperar la llegada mágica de un mesías que resolverá todo. Esa manera de razonar invita al aterrizaje de otro iluminado con idénticos riesgos a los que ahora se sufren.

Es hora de tomar las riendas del asunto si efectivamente se desea sostener el sistema y no caer en manos de “dictadorzuelos” oportunistas disfrazados convenientemente de superhéroes.

Las sociedades evolucionan cuando se establecen reglas amigables con el desarrollo y no cuando se veneran e idealizan personajes que emergen en la coyuntura. Ellos son seres humanos normales, aunque quieran simular otra imagen. Tienen talentos y defectos como el resto de los mortales y para nada cabe confundirlos con deidades perfectas repletas de virtudes.

Muchos países han caído bajo las redes de la trampa letal de los populismos. Esas vivencias dejan un legado que luego se hace muy difícil corregir. Las secuelas duran demasiado y se convierten en una pesadilla. Por esa razón se debe evitar la tentación de comprar cuentos de hadas.

La prosperidad requiere de enormes esfuerzos.  Para ello se deben construir previamente condiciones compatibles con esa decisión y hay que adicionar una fortaleza inquebrantable para no claudicar ante los simpáticos atajos que proponen los más pícaros.

Hay mucho por hacer. Estar alerta ante los avances de los despiadados abusadores de las constituciones quizás sea el primer peldaño. Cuando dan un paso en esa dirección lo hacen con intencionalidad. Ponerle freno es una obligación moral indelegable y si se quiere detener este desmadre habrá que tomar nota de esta impostergable tarea.

América Latina vive hoy una farsa democrática. Esta sátira se sostiene mientras los opresores seriales siguen con sus planes de imponer su dinámica a todos los “corderos” que se dejen manipular por sus ardides.

Si se quiere vivir mejor, habrá que trabajar duro. Sin esmero no llegará nunca el sueño de disfrutar de la libertad y de dar lugar a la creatividad que genera progreso y un porvenir superador para los que están dispuestos a ese desafío.

 

ALBERTO MEDINA MÉNDEZ.

Periodista. Consultor en Estrategia y Comunicación Corporativa. Analista Político. Conferencista Internacional. amedinamendez@gmail.com.

Twitter: @amedinamendez

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