Washington, que tiene presencia en Irak para asistir a Al Abadi en la lucha contra el Estado islámico, ha cedido el protagonismo extranjero en esta operación nada menos que su vieja némesis, la teocracia iraní.
¿Qué está pasando? Ocurre que Estados Unidos ha entendido que no hay buenas opciones y que la iranización de Irak es un riesgo menos grave que el control del país por parte del autoproclamado “califa” Abu Bakr al Baghdadi y su Estado Islámico. No hay chiitas moderados en condiciones de hacer la tarea por sí solos y no hay sunitas capaces de enfrentarse al también sunita Estado Islámico, ya sea por falta de medios o -la razón preponderante- porque un porcentaje enorme de esa comunidad, resentida por el maltrato sufrido a manos del chiismo que controla el gobierno de Irak desde la caída de Hussein, simpatiza con Al Baghdadi.
Por tanto, la Guardia Revolucionaria de Irán, una organización que Estados Unidos considera terrorista, tiene hoy el visto bueno de Washington para intervenir como lo está haciendo, a través de Fuerza Al Quds, su brazo exterior. Este despliegue iraní incluye el uso de “drones” y artillería pesada; se trata, pues, de una intervención por aire y por tierra junto al Ejército iraquí y las milicias chiitas locales fuertemente vinculadas a Teherán.
La paradoja es doble: además de que Estados Unidos permite a Irán, al que considera un Estado terrorista con interés en desarrollar una bomba atómica, ocupar un lugar central en la recaptura del territorio iraquí, el gobierno de Bagdad se ve obligado a confirmar una de las razones por las cuales el Estado Islámico logró tomar tantas ciudades el año pasado: el miedo de los sunitas locales al poder de las milicias chiitas.
Aunque Haider al Abadi, con ayuda de Estados Unidos, asumió el mando precisamente para desplazar a la anterior administración chiita cuyos abusos contra los sunitas habían provocado el respaldo de parte de esta comunidad al Estado Islámico, el primer ministro se ve impelido a emplear milicias chiitas locales y aceptar la colaboración de Irán porque no está en condiciones de derrotar al enemigo de otro modo.
Estados Unidos prepara por su parte un asalto del Ejército iraquí a Mosul, la segunda ciudad en importancia después de Bagdad, que también está en manos del Estado Islámico, y a las zonas de la provincia de Anbar bajo asedio (y en algunos casos control) del enemigo. Allí la Guardia Revolucionaria de Irán se ha abstenido de intervenir, del mismo modo que Washington ha “cedido” a los iraníes y las milicias chiitas locales el protagonismo del esfuerzo por recapturar Tikrit y otras zonas donde se ha hecho fuerte o está activo Al Bagdadi. Esto habla a las claras de un acuerdo tácito entre Washington y Teherán, que por lo demás negocian en la actualidad, con participación de Alemania, el Reino Unido, Francia, China y Rusia, un acuerdo para desviar el programa nuclear iraní hacia fines pacíficos.
La administración Bush vio a Irán como parte del “eje del mal”. Obama lo ve como un Estado con el que se debe negociar porque la hostilidad puede traer peores consecuencias. Teherán, interesado en potenciar su ya considerable influencia en Irak, donde hay mayoría chiita, se frota las manos.
Artículo publicado orginalmente en La Tercera