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Vista aérea de un área de Kursk. Foto: Noa69 (Wikimedia Commons/ CC BY 3.0). Mira Millosevich Juaristi Mira Milosevich-Juaristi

Vista aérea de un área de Kursk. Foto: Noa69 (Wikimedia Commons/ CC BY 3.0). Mira Millosevich Juaristi Mira Milosevich-Juaristi

¿Hay líneas rojas en la guerra en Ucrania?

La guerra de Ucrania avanza hacia su tercer año, pero ninguno de los contendientes parece capaz de ganar. Los objetivos políticos de las partes involucradas no han cambiado: la finalidad estratégica de Moscú es convertir a Ucrania en un Estado fallido, y la de Kiev, conservar la independencia y soberanía de su Estado, reconquistando todo su territorio. Sin embargo, la incursión ucraniana en la región rusa de Kursk, desde el pasado 6 de agosto, ha alterado algunas dinámicas en dos niveles del conflicto, el estratégico y el táctico. Además, Kiev está utilizando su relativo éxito en Kursk para una nueva campaña de presión sobre EEUU y los países de la UE, con vistas a levantar las últimas restricciones al uso de armas de largo alcance dentro de Rusia.

Pero, tras un golpe de efecto que sin duda ha servido para levantar la moral de los soldados y de la ciudadanía, el ataque “defensivo” de Ucrania contra el territorio ruso no ha logrado su objetivo de apartar a las fuerzas rusas de su avance hacia Pokrovsk, centro logístico vital para las tropas ucranianas en la región de Donbas. Por el contrario, la agresión ucraniana ha inspirado múltiples debates entre analistas y militares, que acuden a citas de Carl von Clausewitz o de Sun-Tzu[1] para cuestionar la oportunidad de la misma. La conclusión, casi unánime, es que ha cambiado el relato sobre la guerra, pero que ha sido erróneo desviar recursos críticos del campo de batalla primario para obtener ganancias estratégicas insignificantes. La incursión ha saturado titulares e infligido algún daño psicológico a Rusia, pero esta victoria pírrica ha alterado el conflicto de manera no deseable para Ucrania. El presidente Volodymyr Zelenskyy ha sufrido un aluvión de críticas de soldados, legisladores y analistas militares a causa de los rápidos avances realizados por el ejército ruso en el este de Ucrania desde que Kiev emprendiera su audaz “invasión”.[2]

Los que temían una respuesta fulgurante por parte de Moscú o esperaban una rebelión popular en Rusia contra su gobierno se han equivocado por igual, no porque Putin no esté irritado, sino porque la aparente pasividad es una característica de la estrategia de Moscú. Por motivos obvios, como aprovechar la vulnerabilidad ucraniana en Donbas, acelerando la conquista de Pokrovsk, principal objetivo militar ruso desde la primavera de este año. El daño infligido a Rusia afecta a una muy pequeña parte de su territorio y a un muy reducido número de personas. Es una humillación, pero no una derrota. Acaso podría ser útil en una futura negociación e intercambio de territorios, pero no va a decidir la guerra. Otras razones de la no respuesta de Moscú tienen que ver con la experiencia histórica militar rusa. Debido a su gran tamaño, la estrategia favorita de Rusia para combatir al enemigo en su territorio ha sido dejarle agotarse a sí mismo. Este fue el caso de las guerras contra Napoleón y contra Hitler, una estrategia encarnada a la perfección por el personaje del general príncipe Mijaíl Kutúzov en la novela Guerra y Paz, de Lev Tolstói; su principal instrumento es aumentar la desesperanza y el odio del enemigo, que se acumulan hasta agotarlo.

El ataque ucraniano provoca malestar y cólera tanto en las élites políticas como en la ciudadanía rusa. Pero este descontento no está articulado en absoluto. En una parte importante de la población despierta el orgullo patriótico, la cohesión social y la reivindicación del mito de Rusia como potencia invencible en su territorio. Putin usa el ataque ucraniano como prueba de que tenía razón al iniciar la guerra contra un país aliado del Occidente hostil y anti-ruso.

Uno de los aspectos más interesantes del debate sobre la nueva estrategia de Ucrania es si el ataque sobrepasa las líneas rojas de Putin, lo que implicaría el recurso por éste al armamento nuclear, y a una guerra abierta contra Occidente por haber suministrado el armamento fundamental a Ucrania. Ninguno de estos dos temores tiene sentido, aunque es lógico que surjan, porque en febrero de 2022, sólo unos días después del comienzo de la invasión rusa, Vladimir Putin advirtió que cualquier país que interfiriera sufriría “consecuencias nunca vistas hasta entonces”.[3]

El argumento de las “líneas rojas” perdió su crédito hace dos años, cuando Ucrania inició su contraofensiva con armamento occidental. El contraataque de Jarkov, los ataques al puente de Crimea, los drones que golpean el Kremlin, entre otros, habían dejado claro que Rusia no usará armas nucleares en situaciones que, aunque parezcan muy graves, no revierten estratégicamente la situación a favor de Ucrania ni amenazan la existencia de Rusia. Vladimir Putin usa la retórica de la amenaza nuclear para advertir que Rusia no podrá ser derrotada como Japón o Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Rusia no usará el armamento nuclear para ganar la guerra. Sólo lo hará, como estipula su Doctrina Militar, si la existencia del Estado está en peligro.

La retórica rusa sobre su condición de potencia nuclear ha influido decisivamente en los gobernantes estadounidenses y europeos, en el sentido de impulsar una estrategia tácita respecto a Rusia: evitar la escalada del conflicto, y, en palabras del secretario de Estado de Defensa de EEUU, Lloyd Austin, “debilitar gradualmente a Rusia, hasta el punto de impedirle hacer en lo sucesivo lo que ha hecho al invadir Ucrania”.[4] Respecto a esta última, la estrategia implícita occidental ha sido no dejar que pierda la guerra, pero tampoco ganarla. En repetidas ocasiones los militares y políticos de Kiev han asegurado que podrían ganar la guerra con armamento adecuado, sobre todo con el que tenga capacidad de atacar el territorio ruso en profundidad. Abastecer Ucrania con este tipo de armamento, sería supuestamente, cruzar una vez más la “línea roja” del Kremlin, pero incluso en ese caso, lo más probable es que no provocara una guerra directa entre la OTAN y Rusia, sino otro tipo de escalada, al estilo de la Guerra Fría, como el incremento del apoyo ruso a enemigos de Occidente, como Irán o los huzíes en Yemen, o a diferentes proxies militares en los países del Sahel.

Ucrania no posee recursos para infligir una derrota decisiva a Rusia, y probablemente no pueda recuperar los territorios controlados por esta (aunque la línea del frente pueda cambiar). Los misiles de largo alcance pueden ayudar a causar daños localizados, desafiar la paciencia de Moscú y deteriorar algunas infraestructuras, pero Rusia está aprendiendo a hacer frente a estos retos. Si bien tales acciones pueden ser humillantes, dañinas y exasperantes, no parecen suficientes para cambiar el curso de la guerra.

Ucrania y Occidente perdieron la ocasión de negociar un fin de la guerra en la primavera de 2022, (propuesta que sugirió Lloyd Austin) cuando Rusia era muy vulnerable y podía estar dispuesta a aceptar propuestas ucranianas. Desgraciadamente, las negociaciones de paz están ahora muy lejos, porque sólo se plantean cuando los combatientes están exhaustos o prácticamente vencidos, circunstancias que no se dan en el presente.


[1] https://nationalinterest.org/blog/buzz/greats-agree-ukraines-kursk-offensive-strategic-malpractice-212455.

[2] https://www.ft.com/content/e63ce931-d3a1-4b4a-8540-e578d87873e5.

[3] https://www.pbs.org/newshour/world/russia-launches-attacks-ukraine-as-putin-warns-countries-who-interfere-consequences-you-have-never-seen.

[4] https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-61211745.

Artículo publicado originalmente en el Real Instituto Elcano.

Mira Millosevich Juaristi

Mira Milosevich-Juaristi

Es investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano, profesora asociada de The Foreign Policy of Russia en School of Global and Public Affairs de IE University.

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