La Reserva, no el libre mercado, es la encargada de imponer los tipos, las políticas crediticias y hasta de promover el empleo.
La gobernadora de la Reserva Federal Janet Yellen me recuerda al Mago de Oz. Como Ben Bernanke y sus demás predecesores, ella monta un gran numerito accionando los resortes que dan apariencia de mayor inteligencia y poder, pero cuando se levanta el telón, simplemente es otro ser humano falible más de habilidades bastante menos imponentes.
Parte de mí se compadece de Yellen. Como todos los gobernadores de la Reserva Federal, está sujeta a la doble competencia legislada que le impone el deber de "maximizar el empleo y estabilizar los precios". Esto, por supuesto, es misión imposible, como confirma la propia tesis de Yellen acerca del mercado de trabajo. La política monetaria – fijar los tipos de interés, el volumen de los depósitos de garantía, las políticas crediticias, etc. – no es la clave de la resolución del problema de los parados. Solamente el libre mercado es capaz de alcanzar el empleo óptimo, mediante la flexibilización salarial y sin la intervención del Estado incentivando o manipulando los precios para trasladar mensajes.
Ése es el motivo de que Yellen se pase la vida a la defensiva, rodeada de espacio para maniobrar y de diversas "salidas por peteneras". Por ejemplo, en Jackson Hole en agosto, adornó su intervención a base de repetir calificativos: "… Estoy convencida de que nuestra valoración del margen de holgura [del mercado laboral] debería de basarse en un abanico amplio de variables, y exigirá de decisiones difíciles… Aunque estas decisiones siempre han sido inexactas… la tarea ha llegado a ser especialmente delicada [actualmente]"; "No hay receta sencilla de intervención legislativa idónea…"; "Como vengo destacando en numerosas ocasiones, la política monetaria no es un camino preestablecido"; "… Nuestros conocimientos de los sucesos acaecidos en el mercado laboral y sus potenciales implicaciones de cara a la inflación seguirán siendo incompletos en el futuro próximo. Por consiguiente, la política monetaria debe desenvolverse en última instancia de una forma pragmática que no se apoye en un indicador o modelo particular, sino que plasme en su lugar una valoración constante de una gama amplia de informaciones dentro del contexto de nuestro entendimiento de la economía en permanente evolución". En otras palabras, todos los eruditos y los elaborados modelos económicos de la Reserva juntos no saben decir lo que va a pasar, y por eso Yellen y el Comité de Mercado Abierto de la Reserva seguirán hablando por hablar e improvisando todo el tiempo.
A veces, no obstante, Yellen incurre en equivocaciones que para mí son más difíciles de justificar. Por ejemplo, el pasado junio anunció que: "Mi propia expectativa es que, a medida que el mercado laboral empiece a sentarse, veremos un crecimiento salarial remontando al extremo que… el salario nominal crecerá con mayor celeridad que la inflación". Aunque yo no me atrevería a afirmar públicamente que nunca se producirá un periodo breve durante el que los salarios pueden crecer más rápido que los precios al consumo, no veo cómo podría deberse de manera plausible a la política monetaria. Si Yellen puede explicar que la Reserva puede aumentar la oferta monetaria y que el crédito hará crecer los salarios más rápido que los demás precios, entonces que alguien le otorgue el Premio Nobel de Economía ya. En el mundo real, sin embargo, no existe ninguna vía a través de la cual la Reserva pueda elegir los precios que crecen consecuencia de las políticas monetarias inflacionistas.
Lo más frustrante de la actuación de Yellen es que sus políticas están yendo en contra de sus objetivos públicos. Por ejemplo, el 18 de septiembre afirmó que la Reserva deseaba animar a las familias a acumular activos – es decir, a ahorrar. Eso es muy irónico, considerando que la política de tipos casi planos de la Reserva durante varios ejercicios está penalizando a los ahorradores y desalienta el ahorro También lamentaba el descenso de la riqueza de los estadounidenses de menos ingresos – descenso fomentado a través de los programas de abaratamiento y flexibilización cuantitativa del dólar implantados por la Reserva, que han dado lugar a subidas notables de los precios de los combustibles y la comida, dificultando por tanto mucho más que los estadounidenses de clase humilde ahorren. Una Reserva que de forma consciente lucha por elevar la inflación no puede ser ninguna aliada de quienes tienen problemas para llegar a fin de mes.
El acuciante problema aquí es que la Reserva Federal es la piedra angular de una forma jerárquica de planificación económica. La Reserva, no el libre mercado, es la encargada de imponer los tipos, las políticas crediticias y hasta de promover el empleo. Citada por Oleg Gordievsky en el brillante documental The Commanding Heights, Margaret Thatcher dio este consejo a Mijail Gorbachev cuando ella se encontraba en la misma tesitura: "Mijail, fíjate cómo se organiza tu economía – totalmente centralizada y administrada por el Kremlin. Fíjate en Gran Bretaña y Occidente. Nosotros tenemos [una] economía de mercado, y se administra sola… Mi labor en comparación con la tuya es mucho más fácil".
El verdadero problema aquí no es Janet Yellen, sino la tarea encargada al Banco de la Reserva Federal. Si la Reserva se convierte alguna vez en una herramienta eficaz de apoyo a la estabilidad relativa de los precios y el buen funcionamiento del mercado laboral, será porque su papel se limite a garantizar la integridad de la divisa, como explican Steve Forbes y Elizabeth Ames en su reciente libro Money. Es hora de que Yellen y su Reserva dejen de jugar al Mago de Oz.
// OTROS TEMAS QUE TE PUEDEN INTERESAR