Oriente Próximo, Política

Jóvenes turcos

¿Quién es Yasmina Haifi? Es una funcionaria del Ministerio holandés de Justicia que hace las veces de responsable del Centro Nacional de Seguridad Informática de los Países Bajos. Y ella piensa que el Estado Islámico de Irak y Siria es una trama sionista encaminada a dar mala imagen al islam.


 Un tuit de Yasmina Haifi:

 
ISIS heeft niets met Islam te maken …is vooropgezet plan van zionisten die bewust Islam willen zwart maken
 
Que traducido al cristiano viene a significar:
 
El ISIS no tiene nada que ver con el islam. Es un plan preconcebido por los sionistas, que quieren manchar deliberadamente el nombre del islam.
 
¿Quién es Yasmina Haifi? Es una funcionaria del Ministerio holandés de Justicia que hace las veces de responsable del Centro Nacional de Seguridad Informática de los Países Bajos. Y ella piensa que el Estado Islámico de Irak y Siria es una trama sionista encaminada a dar mala imagen al islam.
 
Puede que tenga razón. Por otra parte, a lo mejor Yasmina Haifi es una trama sionista encaminada a dar mala imagen al islam – o mentalmente desequilibrada, en cualquier caso. Presumiblemente, los muchos musulmanes holandeses que se están echando a la calle a celebrar manifestaciones a favor del ISIS discrepan – porque no van a manifestarse a favor de un colectivo fachada sionista, ¿no? A menos, por supuesto, que también ellos sean una trama sionista…
Fíjese en las fotografías de Yasmina Haifi – no es ninguna fea con burka, es una mujer profesional moderna que lleva una llamativa americana roja con cierta clase. Y aun así, es incapaz de soportar la verdad de su religión y de lo que se hace en su nombre. De manera que se refugia en la conspiración más descabellada de todas. En Holanda, el musulmán "extremista" es el que apoya al ISIS porque decapita a los infieles, mientras el musulmán "moderado" es el que se opone al ISIS porque es una fachada sionista.
 
Así es el capital humano con el que los Países Bajos han elegido construir su futuro.
 
Vayamos a los comicios presidenciales turcos del domingo. Recep Tayyip Erdoğán, el Primer Ministro y líder más histórico desde Atatürk, ganó a lo grande. El heredero de Atatürk – o de su vieja formación, en cualquier caso – era un tipo llamado Ekmeleddin İhsanoğlu, que quedó en un alejado segundo puesto. A la cola quedaba el tipo kurdo. Este es el mapa electoral: Erdoğán triunfa entre los electores amarillos, la oposición Kemalista entre los azules y lo morado al sureste es del kurdo.
 
Este mapa me pareció vagamente familiar. Hace siete años, escribí una tribuna acerca de la demografía de Turquía para el National Review. El "islamista moderado" supuestamente de Erdoğán acababa de congelar las relaciones comerciales de Israel y al embajador estadounidense, porque era judío; la nueva edición del Mein Kampf se exhibía de forma prominente en la librería del aeropuerto. En el año 2003, pasé una noche bastante borrosa con un extremadamente afable ex ministro turco de exteriores, que entre el brandy y los puros, profesaba su admiración a "los hombres duros" que había conocido en Jerusalén y Tel Aviv. Apenas cuatro años después, la nueva Turquía empieza a parecerse a cualquier -están del momento, condenado al ostracismo en su muerte al Gran Satán, en lugar de ser el país que reconoció el sufragio femenino antes que Francia y que venía medio siglo siendo el mejor amigo de Israel en una región por lo demás hostil. Un torrente de crónicas "¿Quién perdió Turquía?" había empezado a aparecer en la prensa conservadora norteamericana, y me disponía a unirme – de no ser porque sabía la respuesta. Esto procede de mi tribuna en el National Review publicada el 16 abril de 2007:
 
Desde el colapso del Imperio Otomano, vienen existiendo dos Turquías — los turcos de Rumelia, o turcos europeos, y los turcos de Anatolia, o de Asia Menor. Kemal Atatürk era oriundo de Rumelia y también la mayor parte de sus partidarios, e impusieron la moderna República de Turquía a una Anatolia desconfiada en la que la separación entre islam y Estado de Atatürk nunca fue aceptada del todo. En sus 80 años de historia, la población ha pasado de 14 millones a 70 millones, pero el grueso de ese crecimiento demográfico se ha dado en Anatolia, cuya población ha emigrado del interior rural para desbordar los municipios urbanos que antes eran claramente Kemalistas.
 
Ese mapa de los comicios turcos de 2014 es la imagen que acompañaría a mi tribuna de 2007: La Turquía islámica asiática del Este "ha desbordado" a la Turquía europea secular. He aquí otra imagen de lo sucedido – un gráfico de 2003 de las tasas turcas de natalidad, que sitúa una fertilidad en caída libre a medida que se avanza de Este a Oeste:
 
La tasa de natalidad de los kurdos del sureste dará con el tiempo a Erdoğán más de un quebradero de cabeza, pero no quedarán muchos Kemalistas para entonces. El término "jóvenes turcos" procede de los aspirantes a reformista del Imperio Otomano de principios del siglo XX. El problema reside en que los jóvenes turcos son hoy viejos turcos, y la juventud, la fuerza y las cifras están de parte de Erdoğán. Como concluí en aquella tribuna de hace siete años:
 
La Turquía moderna y secular de Atatürk simplemente ha sido desbancada por la descendencia de la Turquía ferozmente islámica. Ésa es la moraleja de la demografía de una muestra estadística íntegramente musulmana: No hay ningún bloque europeo en juego.
 
Hasta en una sociedad dominada por una de las personalidades más firmes del siglo XX, la demografía marcó el destino. "Atatürk", nombre asignado a Kemal por el parlamento turco, significa "el padre de los turcos". Por desgracia, no era el padre de los suficientes. Y los caballeros que eran padres tenían otras ideas. La probabilidad de que Turquía vuelva a elegir alguna vez a otro ejecutivo Kemalista disminuye con cada vuelta electoral.
 
En cuanto a los "bloques europeos", ¿qué moraleja tiene Turquía para Europa, o incluso para Australia o Canadá? También ellas están sufriendo la inclemente evolución demográfica: Fíjese, pongamos, en los franceses natales como turcos de Rumelia, y los musulmanes franceses como turcos de Anatolia. En las últimas presidenciales, el voto musulmán a Hollande fue superior a su margen de victoria sobre Sarkozy. ¿Cómo será en 2017?
 
¿Qué hay de Australia? Australia es una de las entidades occidentales menos desequilibradas, lo que no es mucho decir. Pero las desafortunadas y decepcionantes reacciones al joven yihadista que cortaba cabezas sugieren que el secretario de la oposición australiana y la viabilidad electoral de sus parlamentarios exigen pasar por alto hasta las provocaciones más salvajes. La periodista Miranda Devine pone las cifras:
Los electorados musulmanes más densamente poblados del país son Laboristas. Blaxland, representado por Jason Clare, alberga una población musulmana que se aproxima al 25%; Watson, en manos de Tony Burke, tiene un 20%. Después está el escaño Laborista de Calwell, al noroeste de Melbourne, con el 16%. El cuarto electorado musulmán más poblado es el escaño por Sydney de Reid, con el 10%, único electorado musulmán en manos (por un pelo) de un liberal, Craig Laundy.
No es de extrañar que Laundy venga siendo el detractor más público de las ya difuntas reformas de la libertad de expresión de la Ley de Discriminación Racial, tan vigorosamente combatidas por colectivos musulmanes.
 
¿Bastará eso para conservar su escaño? Yo lo dudo. Relativamente poca gente quiere marcharse al Triángulo Sunita a decapitar a alguien. Pero cifras muy superiores se muestran curiosamente tranquilas con la decapitación, mientras la cabeza que se corta sea la de un judío, la de un cristiano o la de un yazidí. Y cuando se trata de contener hasta las críticas más mínimas a lo que se hace en nombre del islam, una cifra muy superior de personas, empujadas a elegir entre criticar el islam o suscribir alguna teoría descabellada, descubren como Yasmina Haifi en el Ministerio holandés de Justicia que es más fácil suscribir la teoría descabellada. ¿Cuántas almas afines habrán entrado junto a Yasmina en la nómina del gobierno holandés para 2020?
 
Y no se ven Atatürkos Kemalistas a la vista, solamente contorsionistas culturalmente aficionados a aplazarlo todo como el Laborista Bill Shorten. En ausencia de cualquier contrapeso, la constante inmigración musulmana a gran escala conducirá a la desaparición de Francia y de Holanda, en la medida en que esos términos tengan algún significado. Véalo así: Entre los musulmanes occidentales caben tres reacciones al ISIS – el apoyo activo a pie de calle de los emocionados jóvenes, las descabelladas teorías conspirativas de Yasmina Haifi, y el silencio sepulcral de todo hijo de vecino más.
Suponga usted que uno de esos yihadistas juveniles vuelve de Mosul y decide decapitar a un judío francés. ¿Le parece a usted que el trío de reacciones serán distintas en alguna medida?
 
Esto está más allá de "la integración" o de la "asimilación", y se acerca más a lo que, en otro contexto, el político abolicionista William Wilberforce bautizó como "la reforma de las costumbres", y a una escala ante la que hasta él se habría sobrecogido. Sin eso, al igual que en el caso de Turquía, las cifras serán la clave.

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