En todo laberinto se sabe cómo entrar, pero nunca cómo salir y Ricardo Lagos ha optado por ingresar a una carrera con destino incierto.
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Sábado, 14 de diciembre 2024
En todo laberinto se sabe cómo entrar, pero nunca cómo salir y Ricardo Lagos ha optado por ingresar a una carrera con destino incierto.
Las rutas viables para su nominación como candidato de la Nueva Mayoría parecen enmarañadas. Su respaldo a nivel de élites es significativo y creciente, mas sus adhesiones populares parecen insuficientes, así lo reflejan sistemáticamente todas las encuestas de la plaza, es más, sus irrupciones en la agenda pública parecen estar correlacionadas negativamente con sus niveles de popularidad: entre más figura Lagos, más reticencias despierta su nombre.
En primer lugar, el ex Presidente deberá hacer frente a una estructura de vetos ideológicos provenientes de la facción más progresista de la Nueva Mayoría y el espacio político que se gesta a la izquierda de ésta (Revolución Democrática e Izquierda Autónoma, entre otros). Estas nuevas agrupaciones intentan imponer una fisura en el campo político que divida opiniones entre favorables y críticas al modelo transicional del cual Ricardo Lagos fue, por cierto, protagonista. Sin embargo, paradójicamente, para algunos de estos grupos, una nominación de Lagos podría ser funcional en el mediano y largo plazo. Nada mejor que una candidatura que no parece ser “químicamente pura” a la luz de un observador situado en las filas del infantilismo de izquierda, para mostrarse a sí mismos como depositarios del estandarte de la izquierda genuina.
Pero aunque Lagos pudiera sortear el obstáculo de la izquierda, necesariamente será a costa de concesiones programáticas hacia dicho mundo, para así estrellar contra otra pared del laberinto: la Democracia Cristiana. Hasta el momento, la DC parece ser el principal factótum de la nominación de Lagos, el ex presidente podría ser un balón de oxígeno para una identidad DC agonizante, pero en la medida que las filas de la falange visualicen una izquierdización en el ex mandatario, a lo menos un grupo dentro de este partido, optará por el camino propio, por testimonial que fuese; no hay mucho que perder.
Un curso alternativo para el Laguismo sería inclinarse por la moderación. Así lo hizo en 1999, cuando en el ballotage contra Joaquín Lavín debió ponderar si acaso era conveniente izquierdizar o centrar su candidatura. El análisis de aquel entonces fue el correcto. Lagos buscó la moderación para así frenar la fuga de votos desde el centro hacia Lavín, bajo el supuesto de que la izquierda en la lógica del mal menor finalmente le daría su respaldo. No obstante, hoy dicha izquierda se encuentra en mejor pie, posee mayores ambiciones y el voto voluntario no los constriñe en último término a optar por el voto útil. Así las cosas, la abstención de la izquierda, podría ser otro túnel sin salida en el laberinto.
Finalmente, Alejandro Guillier comenzará a desconcertar aún más la ruta del ex Presidente concertacionista. Mientras el liderazgo de Lagos parece autoritario, el de Guillier se muestra como adaptativo. En circunstancias que Lagos se asocia al establishment político, Guillier se disocia. Y ahí donde un buen candidato debe ofrecer soluciones, Lagos tendrá que brindar explicaciones respecto de temas como el CAE, Transantiago, MOP Gate y tantos otros. Mientras tanto, un novato como Guillier podrá ser cuestionado por su inexperiencia, pero no por su legado, porque sencillamente es inexistente.
En el mito griego del laberinto del Minotauro, Teseo logró salir de él con un simple ardid: siguió la pista de un hilo obsequiado por su amada Ariadna, el cual ató a la entrada. ¿Será el amor por Lagos de una parte del las cúpulas partidarias, empresarios y los nostálgicos de la Concertación capaz de hilar una salida del ex Presidente de este laberinto?
Columna de Jorge Ramírez, Director del Programa Político de Libertad y Desarrollo, en El Líbero.
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