Una primera similitud está dada por la emergencia del tópico de la corrupción como eje decisivo de la contienda electoral. La pérdida de más de 3,5 millones de votos del Partido Popular tiene -dentro de otras- como una de las principales explicaciones a la respuesta de un electorado desafectado frente a la seguidilla de escándalos de financiamiento irregular de partidos, con el caso Bárcenas como el más emblemático de todos.

Pero en España el tópico de la corrupción devino deliberadamente en un clivaje o línea divisoria a partir de la cual se configuraron las fuerzas de la renovación, las cuales dieron forma discursiva a tono redentor de las malas prácticas presentes tanto en el Partido Popular como al Partido Socialista Obrero Español; hablamos de Podemos y Ciudadanos. Sin ir más lejos, en una expresión del maniqueismo neo-populista, el locuaz Pablo Iglesias, líder de Podemos, categorizó a los actores políticos en dos grupos: la “casta”, conformada por los corrompidos y por todos quienes abogaban por sus propios intereses en política -y también de los “poderosos”-, versus la gente “decente”. Dicha estrategia posibilitó no sólo que Podemos creciera a costa de la izquierda periférica (Izquierda Unida) y del PSOE, sino que inclusive capitalizara voto rechazo dentro del mismo PP.

¿Cuál será la respuesta del electorado a los bullados -y también transversales- casos de financiamiento irregular de campañas políticas en Chile? No lo sabemos, pero la experiencia española debiera, a lo menos, despertar interés y encender alarmas, desde una perspectiva de política doméstica. No faltará quien replicando el modelo Podemos comenzará a categorizar el encuadre político a raíz de una línea divisoria ficticia entre “limpios” y “sucios”.

En segundo lugar, otra advertencia que emana desde la península, es que las alternativas políticas relevantes han surgido desde una dinámica centrífuga y no centrípeta, quizás esa fue la principal diferencia entre el éxito de Podemos y la decepción de Ciudadanos. La alternativa de Podemos pasó por re-articular a la izquierda, desde la izquierda del PSOE. Algo no muy distinto de lo que vemos en Chile. Los líderes de la renovación izquierdista (Revolución Democrática, Izquierda Autónoma  e Izquierda Libertaria) son quienes apuestan por una confrontación ideológica que no opera en los márgenes, sino que cuestiona los fundamentos de un mal llamado “modelo” articulado sobre la base de un consenso post-transicional que, desde su mirada maximalista, ha de ser roto.

Pero la expresión política de esta corriente apuesta por la ruptura no sólo de un “modelo” sino que también de un sistema político que hasta ahora, ha operado en  lógica bi-coalicional, que si bien no es lo mismo que el bipartidismo español, se le asemeja. El reordenamiento del sistema político en tercios es el norte de la nueva izquierda chilena, y el nuevo sistema electoral de carácter estrictamente proporcional propenderá a aquel escenario. Un tercio de derecha, un tercio socialdemócrata y un nuevo tercio de izquierda progresista-populista.

Finalmente, y como última lección a extraer, viene al caso mencionar que el camino del mutismo y la quietud del Partido Popular -pero también de los referentes socialdemócratas- frente a la arremetida neo-populista no parece ser el camino a seguir. Por el lado de la centro-derecha, la renovación de cuadros, la articulación de nuevos marcos discursivos que ofrezcan algo más que mera eficiencia y una conexión mayor con el mundo de las organizaciones sociales, pasan a ser hoy una línea de flotación mínima de cara a una arremetida, en la cual, como acuñara el propio Pablo Iglesias de Podemos “el poder no se toma por consenso, sino que se toma por asalto“.
 

Columna de Jorge Ramírez, Coordinador del Programa Sociedad y Política de Libertad y Desarrollo, publicada en El Demócrata.

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