Le dicen “El feroz”, tiene apenas 32 años y es el heredero del reino petrolero que manda en el Golfo Pérsico y una parte de Medio Oriente, y que es un aliado estratégico de Estados Unidos y la Unión Europea.
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Jueves, 07 de diciembre 2023
Le dicen “El feroz”, tiene apenas 32 años y es el heredero del reino petrolero que manda en el Golfo Pérsico y una parte de Medio Oriente, y que es un aliado estratégico de Estados Unidos y la Unión Europea.
En los últimos días, ha asombrado al mundo desatando una cacería descomunal contra príncipes, ministros, ex ministros, militares y policías a los que considera peligrosos y acusa de corruptos.
Todo empezó cuando, hace pocos meses, el rey Salman, mandamás saudita, desplazó al príncipe Bin Nayef, que era el heredero del trono, y puso en su lugar a Mohammed bin Salman, provocando un trauma en el “establishment”.
Casi de inmediato, el nuevo heredero declaró que iniciaría una modernización del reino para acabar con la dependencia con respecto al petróleo. Pronto, el reformismo amplió sus horizontes e invadió el área social, estremeciendo los cimientos conservadores de un país que lleva cuatro décadas abrazando intensamente el “wahabibsmo”, la interpretación más fundamentalista del islam, como arma preventiva contra el riesgo de una revolución teocrática parecida a la que en su día reemplazó al Sha por los imanes en Irán.
Empezaron a ocurrir cosas tan impensables como acabar con la segregación de los sexos en áreas públicas y el anuncio de que se permitirá a las mujeres conducir, entre otras muchas manifestaciones de lo que Bin Salman llamó un islam “tolerante y abierto”.
Hasta allí, todo muy bien. Pero sucedieron dos cosas más. Una fue el inicio de una agresividad en política exterior que pretendía limitar la influencia de Irán, el gran enemigo, pero causó tensiones que han ido creciendo. Riad intensificó la intervención militar en Yemén y lideró un bloqueo contra Qatar, al que acusó de excesiva cercanía a Teherán.
Lo segundo fue una persecución en forma contra todo aquel que, a ojos del príncipe heredero, representa un obstáculo potencial para sus planes. El fin de semana último, la purga alcanzó una espectacularidad rimbombante, con decenas de figuras clave del “establishment” arrestadas por las fuerzas de seguridad, ahora totalmente leales a Bin Salman (eso sí, los encarceló en el Ritz, no faltaba más). Entre ellos hay ya unos 60 príncipes. Está también, por ejemplo, el magnate Al Walid Bin Talal, inversor de empresas emblemáticas de la economía global.
Todo esto ha dejado perplejos a Estados Unidos y Europa. Las democracias de Occidente ven con buenos ojos el esfuerzo de modernización de un reino cuyo fundamentalismo religioso ha sido en parte responsable del financimiento del organizaciones violentas y unas reformas que podrían erosionar al islamismo más radical si logran contagiar a la región. Pero también temen que los procedimientos brutales, reñidos con toda legalidad e institucionalidad, a la larga provoquen más inestabilidad si desencadenan una reacción violenta contra la consolidación del poder unipersonal de Bin Salman.
En otro tipo de país, esto sería tomado como una anécdota distante. En Arabia Saudita, es un asunto importante, pues la inestabilidad -o eventualmente la guerra civil- sólo favorecería a los islamistas radicales y podría privar a Occidente de un aliado previsible, además de los estragos que podría provocar en el mercado petrolero por el peso de Riad en la OPEP.
¿Está Bin Salman reformando de verdad el reino 40 años después del inicio de la expansión del wahabismo y muchos más de dependencia petrolera? ¿O es ésta una mera operación para acumular poder personal que tendrá consecuencias peligrosas?
Es imposible a estas alturas saberlo con certeza. Pero la sola pregunta es ya una razón para prestar la mayor atención a los predios de la dinastía de los Saúd.
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