Política

Turquía, a las puertas de la Unión Europea

Luis Miguez sostiene que la heterogeneidad que introducirá Turquía en la UE acabará con cualquier posibilidad de que Europa tenga peso propio en la escena internacional.

ANÁLISIS
La campaña abierta para dar entrada a Turquía en la Unión Europea es una muestra más de los graves defectos que desde un punto de vista democrático aquejan al proceso de integración. Como tantas otras veces, se pretende escamotear a los Pueblos de los Estado miembros de la Unión la decisión sobre una cuestión fundamental para el futuro de la misma.

No hay vueltas que darle: desde cualquier punto de vista que se mire, Turquía no es un país europeo. Ni por situación geográfica, ni por el funcionamiento real de sus instituciones políticas, ni por tradición cultural y religiosa, ni por la conformación sociológica de su población, en la que el fundamentalismo islámico ha arraigado profundamente, demostrando lo superficial de la laicización impuesta desde el poder en los tiempos de Kemal Ataturk.

Sin embargo, Turquía es lo que antes se llamaba una marca, un territorio fronterizo que sirve de colchón defensivo a una Civilización o a un Imperio. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Turquía, rígidamente controlada por su elite militar laica, ha actuado como marca de Occidente, primero frente a la Unión Soviética y su imperio, y ahora frente al resto del mundo islámico y oriental, y se la quiere premiar por su fidelidad con el ingreso de la Unión Europea.

Resulta curioso constatar que en esto los actuales Gobiernos de Francia y Alemania no se oponen a los designios de los Estados Unidos, principales valedores de las pretensiones turcas, cuando en otros asuntos tienen tanto interés en poner todas las dificultades posibles a los norteamericanos, y hasta parece que les complacería verlos fracasar. No menos significativo es comprobar que la propia composición de la Unión Europea se convierte en moneda de cambio y en premio que otorgar a los aliados de Occidente.

Esto último demuestra el grado de vaciedad espiritual y de principios a que ha llegado el proceso de integración europeo en la actualidad, y que se refleja perfectamente en el preámbulo de un tratado que miente hasta en su propio nombre, atribuyéndose una condición constitucional que jurídicamente no tiene ni puede tener. Si ese preámbulo tergiversa de forma consciente todo el pasado y la tradición occidentales, omitiendo datos fundamentales como la herencia religiosa cristiana, no es de extrañar que una Unión Europea sin identidad se muestre dispuesta a aceptar a cualquier país en su seno.

Hay una relación innegable entre la falta de identidad de la Unión y su debilidad como actor en la política internacional. La heterogeneidad que se introducirá en su seno con el ingreso de Turquía dará el golpe de gracia a cualquier posibilidad de que Europa tenga un peso propio en la escena internacional.

Los ciudadanos de los Estados miembros sólo tenemos una manera efectiva de reaccionar frente a esta situación: votar que no en el referéndum sobre el nuevo Tratado de la Unión Europea que se celebrará próximamente. No debemos desaprovechar esta oportunidad de hacer oír nuestra protesta contra un proceso de integración cada vez más alejado de las aspiraciones e intereses de los europeos.

// OTROS TEMAS QUE TE PUEDEN INTERESAR

// EN PORTADA

// LO MÁS LEÍDO

// MÁS DEL AUTOR/A

Menú