Política

Durão Barroso, el hombre de las Azores

Ahora se ensalza su figura como futuro presidente de la Comisión y se resta importancia a que fue anfitrión en Azores. Pero no hay que olvidar que Durão es un atlantista convencido.

ANÁLISIS
La designación del Primer Ministro portugués, João Manuel Durão Barroso, como
Presidente de la Comisión Europea es la mejor prueba de la imagen distorsionada
que los creadores de opinión y las elites intelectuales han venido transmitiendo
a la opinión pública española sobre la realidad de la Unión Europea. Porque
Durão Barroso fue el anfitrión de la famosa Cumbre de las Azores, acerca de la
cual tantas descalificaciones se han vertido en los medios de comunicación de
nuestro país.

La manipulación persiste. Ahora se afirma que lo que ocurre
es que Durão adoptó en la Cumbre de las Azores una posición discreta y de
segundo plano, a pesar de ser el anfitrión, frente al protagonismo que
imprudentemente quiso asumir el entonces Presidente del Gobierno español, José
María Aznar. Por supuesto, se obvia con ello la evidente diferencia de
extensión, población y peso económico que se da entre España y nuestros dignos
vecinos portugueses. También se olvida la irritación de Durão, expresada
públicamente, frente a la decisión del actual Gobierno español de retirar la
tropas de Iraq.

No hay vueltas que darle: Durão representa la tendencia
atlantista ampliamente mayoritaria entre los Estados miembros de la Unión
Europea, y en lo ideológico es el líder de un partido, el socialdemócrata
portugués, que, contradiciendo su nombre, forma parte del grupo mayoritario en
las recientes elecciones al Parlamento Europeo, el Partido Popular Europeo. Su
perfil ideológico y la política que ha desarrollado en el Gobierno portugués son
idénticos a los del Gobierno que regía España hasta las elecciones generales de
marzo.

Es ésta una buena ocasión, así pues, para recordar cuál fue la
verdadera posición mayoritaria de los Estados miembros de la Unión Europea ante
la crisis y posterior guerra de Iraq. Con los Estados Unidos se alinearon dos de
los cuatro grandes de la Unión, el Reino Unido e Italia, los dos países
medianos, España y Polonia, y la gran mayoría de los pequeños: no sólo Portugal,
tradicional aliado de Inglaterra y país de marcada vocación atlántica, sino
también destacadamente Dinamarca y Holanda, además de los procedentes del
antiguo bloque soviético.

La posición francesa y alemana, que en España
se sigue presentando como la opinión de la Unión en su conjunto, sólo estaba
apoyada por esos dos países y algunos pequeños más, como Bélgica o Grecia. Tras
las últimas gestiones diplomáticas norteamericanas y la resolución de la ONU
sobre Iraq, la propia Alemania ha matizado su punto de vista y, en realidad,
Francia está hoy prácticamente aislada.

En conclusión, el giro atlantista
que el Presidente Aznar imprimió a nuestra política exterior, lejos de ser de
alejarnos de Europa, nos aproximó a la sensibilidad mayoritaria entre nuestros
socios de la Unión Europea. Es ahora cuando nos hemos quedado con el pie
cambiado, descolocados y fuera de juego. Urge, pues, que, superados los primeros
momentos en que los intereses electorales del partido en el gobierno han
impuesto la adopción de las decisiones en materia de política exterior, la
situación se reconduzca en el sentido que exigen nuestros intereses
nacionales.

Para ello no será suficiente el envío de tropas a Afganistán
y, en su caso Haití. La herida producida por nuestra retirada de Iraq es
demasiado honda y reclama, ante todo, un compromiso visible con la
estabilización del país. En la reciente cumbre de la OTAN se ha perdido una
buena oportunidad de mostrar ese compromiso; sin embargo, habrá nuevas
oportunidades para, todo lo discretamente que se quiera, desligarnos de la
caduca política exterior francesa y retomar la línea iniciada por Aznar.

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