Política

La crisis de la ANP y la solución del conflicto palestino-israelí

Luis Miguez cree que la solución, a largo plazo, puede estar en la creación de un único Estado que abarque sobre la base de principios democráticos a los dos pueblos.

ANÁLISIS
La Autoridad Nacional Palestina parece haber entrado definitivamente en crisis,
poniendo a los palestinos al borde la guerra civil. El propósito de Ariel Sharon
y su gobierno de acabar con Yaser Arafat está próximo a conseguirse. Pero es más
que dudoso que con esto el conflicto palestino-israelí vaya a
solucionarse.

Vaya por delante que yo no creo, ni mucho menos, que este
conflicto sea la causa, ni siquiera secundaria, de la guerra santa que los
terroristas islamistas han emprendido contra Occidente. Es claro que los ataques
de éstos no tienen una intención puramente defensiva del Islam o de los árabes
amenazados, sino claramente ofensiva y agresiva, como siempre la han tenido los
movimientos islamistas semejantes que en la historia se han dado.

Por
eso, más que ingenuo es absurdo pensar que, resuelto el conflicto
palestino-israelí, el terrorismo islamista perdería una de sus principales
justificaciones y se iría extinguiendo.

Igualmente pienso que a estas
alturas haya quedado demostrada la utilidad para Occidente de contar con un
bastión en Oriente próximo como sería el Estado de Israel, contra una hipotética
unidad islámica o árabe que se hiciese fuerte sobre las fuentes de energía de
las que depende nuestra prosperidad. También la historia demuestra que el Islam
en general y la supuesta “nación árabe” en particular nunca han sido capaces de
permanecer unidas, y se han caracterizado siempre por su fragmentación y luchas
intestinas.

Esto hace que el Estado de Israel, nacido injustamente
mediante el terrorismo sionista y la explotación de la conciencia de culpa de
Occidente con respecto a los judíos, carezca hoy no sólo de legitimidad de
origen, sino también de cualquier utilidad política para nadie. El día en que
ese sentimiento de culpa occidental se agote y la heridas pasadas se restañen
definitivamente, a pesar de los intentos sionistas de prolongar la situación de
manera artificial mediante su dominio del cine y de los medios de comunicación
de masas, muchas cosas tendrán que replantearse.

Esto no significa que se
deba defender la tesis de los árabes radicales de que hay que echar al mar a los
israelíes, pues, como bien sabemos los juristas, el tiempo sana las situaciones
injustas e irregulares y el Estado de Israel se ha ganado el derecho a existir
por medios comúnmente admitidos en el Derecho de Gentes.

Lo que ha caído
estos días bajo el acoso israelí y la propia incapacidad palestina para
autogobernarse es el intento de que sobre la misma tierra coexistan dos Estados,
el israelí y el palestino. De hecho, es probable que la tentativa estuviese
condenada desde un principio al fracaso por el reparto desigual de los recursos
que han provocado las sucesivas depredaciones israelíes.

En estas
circunstancias, lo aparentemente utópico gana cada vez más posibilidades de
hacerse realidad. Me refiero a que la salida que queda para el conflicto
palestino-israelí es la creación de un único Estado que abarque sobre la base de
principios democráticos a los dos pueblos y en cuyo seno se pueda resolver
pacífica y justamente el problema de los refugiados palestinos y del reparto de
los recursos de la zona.

Por supuesto, no es una solución aplicable
mañana o pasado mañana. Quizá tengan que pasar varias generaciones y cincuenta
años. Pero es ya la única opción viable.

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