Oriente Próximo, Política

Turquía contra Europa

Erdogan está dispuesto a incendiar la pradera occidental para ganar votos.

El Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha provocado un grave conflicto diplomático con la Unión Europea, es decir con sus socios en la OTAN, para reforzar su posición de cara al referéndum que a mediados de abril decidirá si su país le confiere poderes cuasi dictatoriales.

El tono brutal de sus expresiones contra Holanda y Alemania, que han impedido que los ministros de Erdogan hagan campaña en esos países entre los inmigrantes turcos, así como las medidas que ha adoptado en el terreno diplomático, revisten mucho peligro. Erdogan ha amenazado además con renegar del acuerdo por el cual impide que dos millones de refugiados del Medio Oriente crucen la frontera con Europa.

Tres países europeos están en plena campaña electoral y en ellos el explosivo asunto migratorio lleva un año alimentando a la extrema derecha. Además, la OTAN pasa por un momento de introspección delicada ante los cuestionamientos que le ha hecho el socio principal, Estados Unidos, y la ofensiva constante de Vladimir Putin, desde Moscú, contra esa alianza.

Erdogan  ha llamado “nazis” a los holandeses, un país al que todavía se le escarapela la piel con el recuerdo de lo que fue la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Ha dicho lo mismo de Alemania, cuya clase dirigente vive obsesionada con limpiar esa culpa histórica (una de las razones de que haya tenido tan poca disposición a exhibir musculatura militar fuera de sus fronteras durante tanto tiempo).

Erdogan está dispuesto a incendiar la pradera occidental para ganar votos. Desde que en julio pasado fracasó el intento de golpe de Estado contra él en Turquía, no ha hecho otra cosa que purgar la administración pública, las instituciones jurisdiccionales y muchas instancias privadas de toda disidencia real o imaginaria, y destruir los ya disminuidos contrapesos al poder presidencial. Con el referéndum de abril, pretende concentrar el poder en su persona y pasar a ser un dictador con barniz plebiscitario.

Está, como lo están siempre los dictadores, nervioso pensando que, en vez de 90 por ciento, el respaldo al “Sí” podría arrojar cifras menos contundentes y abrir la posibilidad de que sus críticos impidan la mutación definitiva del sistema turco en cesarismo.

Aunque Rusia y Turquía han sostenido choques frecuentes, los intereses de Putin y Erdogan son crecientemente afines: ambos pretenden debilitar a la Unión Europea. Creen que Donald Trump es su aliado, algo que el populismo del estadounidense no necesariamente garantiza (esta semana estuvo justamente la alemana Angela Merkel reuniéndose con el Presidente Trump en Washington). El embate que recibe la democracia liberal europea por partida doble desde su flanco oriental, ahora que hay dudas sobre el compromiso de Washington con ella, es perversamente inoportuno.

Erdogan está dispuesto a llevar este enfrenamiento muy lejos y las consecuencias pueden ser graves para la política europea interna. Para impedir que la crisis de los refugiados del Medio Oriente fuera un caballo de batalla de los populismos nacionalistas en las elecciones en distintos países europeos este año, la Unión Europa llegó a un acuerdo con Turquía por el cual este país aceptó retener a los refugiados que ansiaban cruzar la frontera. La renuncia de Ankara a este compromiso supondría la la reapertura de una herida que nunca ha cerrado del todo y podría costarle a Merkel la reelección.

¿A quién beneficiaría todo esto? A partidos como el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia, que pretenden gana elecciones con un discurso populista y nacionalista virulento. Erdogan lo sabe, de allí que su chantaje a Europa tenga toda la pinta de un as alto a la democracia liberal como paradigma.

© Voces. La Tercera

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