Todo hijo de vecino en la comunidad financiera y a los niveles más elevados de la administración pública en todo el mundo no pierde de vista hoy a la isla mediterránea de Chipre.
A menos que haya estado aislado, probablemente habrá oído hablar de que durante el fin de semana, el gobierno de Chipre anunció una tasa a los depósitos con el fin de rescatar a las entidades bancarias de la insolvencia potencial. Se ha acuñado el término "intervención" para diferenciar del rescate con dinero público (es decir, con fondos que no están depositados en el banco), porque en este caso, parte al menos del precio del rescate que se tiende a la entidad va a salir de los depósitos de la entidad.
Por el momento, el gobierno de Chipre ha reculado y ha manifestado haber decidido no imponer la tasa; sin embargo, se ha causado un daño importante. El dinero y la banca dependen en última instancia de que la gente tenga confianza en su solvencia y su integridad. Es difícil ver el motivo de que, de ahora en adelante, alguien se vaya a arriesgar a abrir una cuenta en un banco de Chipre si el gobierno parece dado a decomisar esos ahorros sin previo aviso. (Dicho eso, debería de destacarse que el gobierno argentino se ha apropiado de una parte importante de los depósitos del país en el pasado, pero los bancos siguen funcionando en Argentina).
La crisis bancaria de Chipre es parecida a la acaecida en Islandia hace unos 5 años. En ambos casos, los bancos de pequeñas islas tenían desequilibrios en sus cuentas muy superiores al modesto producto interior bruto de sus respectivos países. El gobierno de Islandia tragó la amarga píldora y dejó que las entidades se arruinaran sin rescate con dinero público. Los islandeses lo pasaron mal un par de años, sufriendo una acusada devaluación de su divisa, pero hoy se están recuperando y los mercados de crédito se han recuperado. Chipre, sin embargo, utiliza el euro, y por esa razón no dispone de la opción de una devaluación de la divisa.
De hecho, el gobierno de Chipre carece de la independencia de la que disfrutó el gobierno de Islandia. El Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional ejercen una fuerte presión sobre el gobierno de Chipre para que implante la tasa sobre los depósitos. Parecen estar haciendo una oferta que en última instancia, los chipriotas no se van a poder permitir rechazar. Este juego de poderes plantea varios interrogantes inquietantes y relevantes.
El famoso analista del oro Jim Sinclair provocó un tsunami de especulaciones sensacionalistas derivadas del hecho de que unas poderosas patronales rusas — supuestamente una vieja red del KGB que se había enriquecido a base de saquear los activos del cadáver del estado soviético y que habría aparcado enormes sumas de líquido en bancos chipriotas — eran el principal objetivo de la confiscación (tasa) que se proponía. Sinclair afirmaba que esos rusos de altos vuelos eran los últimos clientes del mundo a los que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo querrían ponerse en contra. ¿Enviarían un mensaje los rusos retirando de circulación a alguien implicado en la operación? ¿Intentarían desestabilizar el euro utilizando cualquier capacidad que tuvieran para sacudir los mercados? ¿Compensarían a los rusos el Banco Central Europeo o la Reserva Federal regalando activos de valor equivalente para impedirles llevar a cabo alguna actuación deleznable? ¿Quién sabe? Tales posibilidades se barajan, aunque a nivel de conjetura puramente y de posibilidad completamente fantástica.
Lo que debería de preocuparnos a todos es el estado de la banca mundial hoy.
La crisis de la banca chipriota es la prueba más reciente de que el gobierno intervencionista y las instituciones económicas van de la mano. Islandia parece haber sido la excepción. En la mayoría de regiones del mundo, los políticos están actuando como si no se pudieran permitir que la disciplina del mercado pusiera punto y final a las entidades bancarias propensas a los errores.
El paradigma de los rescates y las intervenciones hace mofa del estado de derecho. Durante muchos años se ha dicho que los grandes bancos centrales del mundo son esencialmente anárquicos. No soy abogado, de forma que puedo equivocarme a nivel técnico, pero me parece que los bancos centrales están haciendo lo que les parece que tienen que hacer — rescindir contratos, saltarse derechos de propiedad, adquirir activos, poner en circulación nuevos fondos salidos de la nada — para apuntalar a unas decrépitas instituciones financieras arruinadas porque los gobiernos profundamente endeudados del mundo no pueden seguir operando sin la inmediata disponibilidad de entidades bancarias cómplices y dependientes para mantener en funcionamiento una infraestructura que acomoda sus billones de dólares en activos en devaluación. Lo último que quieren los que ocupan los despachos más elevados de la administración pública es que todo el infame estatus quo de instituciones económicas, políticas y financieras en la cuerda floja se les venga encima, de forma que se hacen los suecos ante las creativas interpretaciones del Derecho por parte de los bancos centrales y les dan carta blanca para hacer lo que tengan que hacer para tener abierto el chiringuito.
La inexorable tendencia de esta "norma del todo vale" en lugar del estado de derecho es la creciente centralización del poder y la progresiva absorción e incautación de la riqueza para fines del Estado. Agravando lo desagradable de este pesimista proceso está el hecho de que las decisiones y las políticas clave están siendo adoptadas por funcionarios que no fueron elegidos democráticamente. Los gobernadores de los bancos centrales rinden cuentas a los gobiernos que les nombran en un sentido técnico totalmente legal, pero en un sentido oficioso, tienen manga ancha. Todavía menos cuentas tienen que rendir los que dirigen el Fondo Monetario Internacional. Este mastodonte de mediados de los años 40 fue una de las primeras agencias multilaterales que se crearon. El funcionario estadounidense que ayudó a montar esta burocracia diseñada para redistribuir la riqueza del contribuyente estadounidense y europeo entre gobiernos corruptos y antiliberales fue Harry Dexter White, que resultó ser miembro en la sombra del Partido Comunista. Si estuviera vivo hoy, se llevaría la satisfacción de ver a su criatura en la cima del sistema financiero del mundo, repartiendo miles de millones de dólares por doquier y dictando políticas a gobiernos otrora soberanos.
En resumen, en la crisis bancaria de Chipre hay mucho más en juego que el destino final del botín de una cábala rusa o incluso que el destino de la propia divisa del euro. Se trata de un importante paso desandando el camino de la libertad y la soberanía, hacia el gobierno a manos de burocracias mundiales antiliberales.
Mark W. Hendrickson es doctor en económicas y profesor de económicas y políticas del Grove City College
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