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La constante quiebra financiera continúa

Precario. Siniestro. Triste. Lamentable. Vulnerable. Peligroso. Estos son solamente algunos de los adjetivos que describen la condición actual de los mercados financieros norteamericanos. La conclusión de que la Reserva Federal sacrificaría el dólar en aras de evitar una quiebra total de nuestros mercados crediticios sigue siendo válida.

Mark W. Hendrickson

Precario. Siniestro. Triste. Lamentable. Vulnerable. Peligroso. Estos son solamente algunos de los adjetivos que describen la condición actual de los mercados financieros norteamericanos. La crisis de la que escribí en esta columna el pasado 27 de diciembre ha seguido deteriorándose. La conclusión de que la Reserva Federal sacrificaría el dólar en aras de evitar una quiebra total de nuestros mercados crediticios sigue siendo válida.


 


El oro se cambia ahora a más de 1000 dólares la onza. (Esto coincide con el último informe del Índice de Precios al Consumo de inflación cero — una yuxtaposición desagradable que es probable que erosione cualquier credibilidad que todavía conserven las estadísticas oficiales del gobierno). La bolsa sigue languideciendo, hundiéndose de manera enfermiza tras cada efímera tentativa de crear un despegue sostenible. El dólar norteamericano sigue marcando mínimos históricos y absolutos frente al euro, el yen, la libra, el dólar canadiense, el australiano, y el neozelandés, el real brasileño y un puñado de divisas más. El dólar todavía es enormemente atractivo en comparación con el dólar de Zimbaue — que tiene tipos de inflación de varios miles por ciento, pero realmente es un consuelo de tontos.


 


Cuando esbocé la crisis en diciembre, me referí a lo que la Reserva Federal llama clínicamente “inyecciones de liquidez“, que eran del impresionante alcance de 10.000 ó 20.000 millones de dólares en un sólo día. ¡Ah, los viejos tiempos! El 11 de marzo, la Reserva anunciaba que inyectaba más fondos — pero ahora con otro cero adicional a la cifra, 200.000 millones en este caso. Un par de informaciones cifraban la cantidad en 280.000 millones, y mientras que no puedo decir qué cifra se acerca a la verdad más, cuando 80.000 millones de dólares empiezan a parecer un error de redondeo es que realmente nos encontramos con una necesidad monetaria acuciante.


 


Los más de 200.000 millones de dólares fueron extendidos a las instituciones financieras en forma de préstamos a 28 días a cambio de garantías subsidiarias consistentes en los infames valores de respaldo hipotecario y sus sucedáneos de los que — al igual que la carta de “la solterona” en el juego de la infancia — todo el mundo intenta zafarse. Esencialmente, tales garantías tienen escaso valor en el mercado, de tener alguno. La Reserva extendió estos créditos para dar tiempo a estas instituciones a reforzar sus cuentas. Teóricamente volverían a adquirir esos valores en cuestión de 4 semanas. No cuente con ello. Si la Reserva no estuviera dispuesta a que estas instituciones insolventes en la práctica quebrasen en marzo, ¿cree usted realmente que devolvería de golpe la basura financiera a esos balances débiles, arruinando a esas compañías en abril?


 


Podemos contar con más descubiertos por valor de cientos de millones. Después de todo, Dios sabe cuántos trillones de dólares de dudosos valores de respaldo hipotecario y sus sucedáneos habrá en el mercado, Al establecerse como comprador de último recurso de detritus financiero, la Reserva aparenta estar dispuesta a absorber tanta de esta basura como las instituciones financieras clave necesiten liberar para sobrevivir.


 


Eso plantea otra pregunta: ¿qué instituciones financieras son clave? Dada la complejidad de inversiones y contratos entrelazados entre diversas firmas, nadie puede decir dónde se encuentra la frontera de demarcación entre las firmas que la Reserva debería permitir arruinarse y aquellas que considera “demasiado grandes para derrumbarse“. Claramente, Bear Stearns era una de las últimas. Era uno de los principales distribuidores y sociedades gestoras de los trillones de dólares de deuda existentes del Tío Sam. Este es el motivo de que hace unos días la Reserva proporcionase fondos a JPMorgan para absorber Bear Stearns al precio simbólico de 2 dólares por acción — más de 150 dólares la acción menos de lo que se pagaba el pasado noviembre por la venerable pero súbitamente insolvente firma.


 


La Reserva ha fijado un peligroso precedente con sus acciones recientes. Desde su punto de vista, sus extraordinarias acciones son el menor de dos males — siendo la lúgubre alternativa permitir que los mercados se detengan y paralicen nuestra economía entera. Políticamente, entregar centenares de miles de millones de dólares a firmas de Wall Street que pagan cifras de 5, 6, y 7 ceros en primas a sus empleados mientras el americanito de a pie teme por su puesto de trabajo y lucha por llegar a fin de mes despeja el camino a la demagogia clamorosa, especialmente en año de elecciones. Económicamente, el declive del dólar puede acelerarse y convertirse en pánico, exacerbando la situación actual en la que el valor de los activos primarios de la clase media de América – vivienda, ahorros, etc. — sigue empeorando al tiempo que los precios de los bienes que necesitamos comprar siguen subiendo.


 


Los gráficos de precios del índice de mercancías y el dólar han entrado en una etapa en la que el primero crece y el segundo cae describiendo una parábola. Tal fenómeno normalmente tiene un ciclo vital corto y augura una inversión trepidante. ¿Habrá pronto una inversión — refuerzo del dólar y desaceleración de las subidas de los precios — o conducirá la rápida introducción de papel en circulación a un ascenso casi vertical e híper-inflacionario de los precios de la mercancía, acompañado de un dólar en caída libre? La respuesta a esa pregunta quedará determinada por las medidas tomadas por el presidente de la Reserva Ben Bernanke y sus colegas en las próximas semanas y meses. Mantengan abrochados sus cinturones.

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