América, Política

El complejo camino hacia la “normalización” de las relaciones entre los EEUU y Cuba

En una extensa nota aparecida el trece de agosto pasado en el “New York Times”, dos de sus excelentes periodistas analizan algunos aspectos del camino recorrido, en secreto, por los EEUU y Cuba que culminara en la llamada “normalización” de la relación bilateral entre ambos países, que está en marcha. Por su riqueza, merece algunos comentarios.


Las clandestinas tratativas concretas -previas al acuerdo que dejara atrás medio siglo de inocultables desencuentros entre ambas naciones y pusiera en marcha una lenta “normalización” de las relaciones- duraron un año y medio de pacientes conversaciones. Con algunos incidentes sorpresivos, dignos de ser conocidos.

No fueron ciertamente las primeras. Tanto el ex presidente Jimmy Carter, como el ex presidente Bill Clinton intentaron -en sus respectivos momentos- generar un acercamiento, sin éxito.

Las tratativas recientes incluyeron la liberación de un debilitado contratista norteamericano, Alan P. Gross y, en reciprocidad, la de los cinco espías cubanos que -descubiertos y apresados que fueran- estaban detenidos en cárceles norteamericanas.

Entre los cuales estaba Gerardo Hernández, uno de los responsables de haber derribado una avioneta civil mientras arrojaba volantes con críticas al gobierno sobre la isla. Hernández tenía una esposa que curiosamente había sido embarazada por inseminación (con la ayuda humanitaria y cooperación del senador Patick J. Leahy y de una clínica especializada panameña) cuya preñez fue de pronto necesario ocultar, para que su figura no delatara que algo fuera de lo normal estaba en marcha entre ambos países.

Gross, por lo demás, parecía estar peligrosamente cerca de tomar la decisión de poner fin a su vida. Tenía su salud deteriorada y había comenzado a hacer peligrosas huelgas de hambre de protesta, por lo que el presidente Obama le envió oportunamente una carta personal, con la que aparentemente pudo mantenerle viva la esperanza de ser liberado y poder regresar a su familia y a una vida normal.

Las negociaciones y contactos entre las dos partes se hicieron frecuentes desde abril del 2013, por fuera de los circuitos normales del Departamento de Estado, en Ottawa, la capital de Canadá y en el Vaticano, con la intervención personal del Papa Francisco.

La asistencia papal se originó en un pedido norteamericano, realizado a través del Cardenal Jaime Ortega, en La Habana y del Cardenal de Boston, Sean Patrick O’Malley, un franciscano de excelente relación con el Pontífice. No fue, entonces, “motu proprio”.

En marzo del 2014, el Papa y el Presidente Obama se encontraron en el Vaticano. Desde entonces, el Papa fogoneó constantemente, con su particular intensidad de estilo, la marcha y los progresos en la conversación en curso. En septiembre de 2014, los negociadores norteamericanos revelaron todo el “paquete” de la negociación a los expertos de la diplomacia vaticana, en Roma.

En diciembre de 2014, dos senadores norteamericanos fueron a recibir en La Habana a Gross y lo trajeron felizmente de regreso a los Estados Unidos. Cuando el avión que los conducía entró en el espacio aéreo de su país, Gross estalló literalmente de alegría. No era para menos, había claramente recuperado su libertad. Cumpliéndose así lo que conformaba apenas un sueño, a veces muy remoto.

Obama estuvo, desde el inicio de su gestión presidencial, convencido de que la “normalización” con Cuba era prioritaria. Por eso durante sus dos mandatos mejoró el ambiente recíproco, facilitando los viajes familiares cubanos a la isla; flexibilizando las transferencias de dinero para asistencia familiar desde su país a Cuba; expandiendo los intercambios culturales y académicos; y, mucho más decisivo aún, generando mecanismos para la lucha conjunta contra el narcotráfico, que aparentemente funcionaron bien; así como mejorando los servicios postales entre ambos países. Paso a paso, Obama generó entonces un clima favorable. Pero la sorpresiva detención de Gross, en el 2009, endureció todo.

Hoy sabemos que hasta último momento, los líderes cubanos dudaron sobre si seguir, o no, adelante. Pero pese a ello las cosas comenzaron a avanzar, lentamente. A generar su propia inercia. La reapertura de las embajadas en ambas capitales así lo demuestra. Quedan, no obstante, sobre la mesa una infinidad de temas a resolver, de altísima complejidad. Por lo que la marcha será en más lenta.

Está además otro tema, a mi modo de ver absolutamente crucial. La dictadura cubana ha vivido siempre de los demás. Colgada de la asistencia. Primero de la Unión Soviética. Luego, de Hugo Chávez. Pero ahora, gracias a Nicolás Maduro, Venezuela está fundida. Y los recursos que ese país suministraba regularmente a Cuba se han reducido progresivamente, a prácticamente la mitad. Es obvio que la inversión norteamericana podría, comenzando enseguida con el sector del turismo, resultar ahora -para Cuba- un salvavidas ya indispensable.

El modelo colectivista no funciona. Eso está claro. Pero políticamente asegura a la oligarquía comunista cubana el mantenimiento del poder a través del sistema del “partido único”. Como en China, o en Vietnam. Y los Estados Unidos trabajan y comercian intensamente con ambos países. ¿Cuál es la duda acerca de que algo similar podría suceder, al menos por un rato, con Cuba?

 

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

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