«Soñé que la vida era felicidad.
Desperté, y vi que la vida era servicio.
Serví, y encontré la felicidad»
(Rabindranath Tagore)
Lo que intentaré en este breve ensayo es una descripción científica de la sociedad virgen, sin la intervención del hombre. En rigor, debo decir sin la intervención artificial del hombre, porque la sociedad no tiene sentido sin la acción humana: es la acción humana en el sentido en que la estudian las ciencias sociales. Pero una cosa es la sociedad natural, en donde las personas (como tales) actúan (dentro de la «microeconomía») sin pretender modificar las leyes naturales (espontáneas y determinísticas, como todo lo natural) y otra cosa es cuando un Estado pretende, por vía coactiva, introducir modificaciones a la sociedad, al mercado, intentando dirigir la «macroeconomía», pretendiendo, con leyes artificiales, modificar el desarrollo espontáneo y determinístico de las leyes de la naturaleza.
Y para intentar esto me parece que lo más oportuno es empezar desde lo más clásico, los griegos. Particularmente por el modo razonable, sistemático y didáctico en que nos presentaron sus estudios científicos acerca del cosmos (de la naturaleza, hoy tan en boga gracias a los «ecologistas»), su constitución y las leyes que lo rigen, el estudio de la Metafísica (de aquellos principios que mueven la física), en particular por parte de Aristóteles, y el ordenamiento que tiene la naturaleza (el orden natural), el modo en que esta se desarrolla y crece que, finalmente, a mi manera de ver, Santo Tomás sistematiza y convierte en un clásico. Me refiero a cómo el Aquinate científicamente describe la manera en que la naturaleza humana y, por tanto social, se desarrolla en base y en armonía con las leyes físicas que conocemos del cosmos.
De modo que, basándome en el orden natural, y su correspondiente orden social natural, derivado de la naturaleza social de hombre, intentaré hacer una descripción científica la existencia de la sociedad, y de las relaciones económicas, que, en rigor, son todas las relaciones humanas dentro de la sociedad dado que, aun aquellas no pensadas en términos económicos, tienen consecuencias de esta índole: cuando se visita a un amigo, por caso, en principio, no se lo hace por «razones comerciales», sin embargo, se consume transporte y otros bienes y servicios. Es así pues, que existe una sociedad natural, la sociedad del orden natural, del modo en que se desarrolla la naturaleza, del cosmos ordenado. Parto, por cierto, de algo para mi empíricamente evidente: el cosmos está ordenado (el sol sale todos los días con rigor horario y esto permite el crecimiento de la vida) por leyes naturales anteriores al descubrimiento, ergo, anteriores a la razón humana. Y estas leyes ocurren determinísticamente (es decir, nos guste o no) y espontáneamente, las esperemos o no. Y la dirección de estas leyes es (el bien) el crecimiento de la naturaleza, que de hecho crece y se ha perfeccionado desde los dinosaurios (por poner algún inicio) hasta hoy. (…)
Ensayo del autor originalmente publicado en la revista española «La Ilustración Liberal»
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