Miranda es un personaje sumamente controversial. Su figura en la Independencia Latinoamericana es la de un propagandista e impulsor, quien en tres oportunidades pasó a la acción armada en su intento por acabar con el régimen colonial español en Hispanoamérica. En 1806, el prócer emprendió dos fallidas expediciones con reclutas estadounidenses a la costa firma venezolana, tomando provisionalmente Coro. En ese momento tenía la nada despreciable edad de 56 años, en una época donde la esperanza de vida no pasaba de 40. Luego, alentado por Simón Bolívar, de misión diplomática en Londres durante 1810, vuelve a Venezuela para fundar la Sociedad Patriótica, participar en la Firma del Acta de Independencia y terminar sus días de un modo trágico, entre los escombros de la Primera República.
En julio de 1812 es entregado por sus propios compañeros de armas, incumpliéndose un armisticio apenas firmado días antes con el jefe realista, el canario Domingo de Monteverde. A partir de allí, su vida será un periplo de calabozos. Afortunadamente, la investigación de un historiador, el religioso Hermano Nectario María, reveló que Miranda tenía en Cádiz permiso para comer en la fonda de la ciudad y circular de modo restringido, siendo exigido que pernoctara en prisión. Esto revela el don de gentes del personaje y un acto de caballerosidad hispana con un anciano de 66 años, quien moriría en prisión y acabaría sepultado en una fosa común.
Entre quienes arrestaron al Precursor estuvo el propio Bolívar. Es uno de los asuntos más controversiales de la vida de El Libertador. El propio Vicente Lecuna escribió a Salvador de Madariaga (a mi juicio el mejor biógrafo de Bolívar) comentándole que aclarara el asunto. Madariaga aventuró la hipótesis de un cambio de bando de Bolívar. Herrera Luque, el gran autor de historia novelada en Venezuela, sugiere más bien que Bolívar quería un juicio a Miranda entre los propios patriotas, por haberse rendido a los españoles. Lo cierto es que el armisticio donde Miranda capituló tuvo un catalizador en la pérdida de Puerto Cabello, plaza que tenía el propio Bolívar a cargo. Todos estos hechos ocurrían en un mes trágico, julio de 1812, el más oscuro en la vida de Bolívar. En marzo de ese mismo año, las principales ciudades controladas por la República, entre ellas Caracas, estuvieron sometidas al que quizás haya sido el peor terremoto de la historia venezolana. La opinión pública, debilitada con estos hechos, la inexperiencia bélica de los militares republicanos, perfidia e ineptitud, todo esto armó un cóctel fatal.
Hay temas sobre Miranda en los cuales hay acuerdo inmediato. En primer término, que es el único personaje del que se tenga noticia de haber participado en las tres grandes Revoluciones Políticas con que se alumbró la Edad Contemporánea: la Revolución Estadounidense (donde Miranda combatió bajo bandera española, enemiga de la Corona Británica); la Revolución Francesa y la Revolución Hispanoamericana. Su nombre está en el Arco del Triunfo Francés. Napoleón hizo una nota sobre la vez que cenó con él, diciendo que Miranda hablaba Don Quijote, con la diferencia de que no estaba loco, y que tenía “el fuego sagrado en el alma.” Sólo por este hecho, Miranda merece estar en cualquier catálogo de figuras liberales.
Tuvo una Biblioteca enorme, siendo un bibliófilo empedernido. Andrés Bello, en su exilio londinense, empleó esta colección de libros para sus investigaciones. En este sentido, la cultura de Miranda excedía por lejos la de los militares que luego emprendieron la Independencia, incluso Bolívar – quien se educó de modo esencialmente autodidacta. La antipatía de Bello hacia Bolívar y su ruptura hacia 1829 se corresponden en gran medida con el malestar de Bello sobre la participación de El Libertador en el arresto de Miranda y a una incompatibilidad de caracteres esencial. Bello fue por un tiempo maestro de Bolívar y le acompañó en el viaje diplomático a Londres en 1810. Antonio Cussen ha elaborado sobre esta relación en un libro fundamental.
A las inquietudes de Miranda se añadían la música y las bellas artes. Un trabajo del flautista Luis Julio Toro, de Ensamble Gurrufío, rescató las partituras que Miranda habría interpretado en ese mismo instrumento.
El talento de Miranda como seductor fue decisivo con personajes de la nobleza europea y prohombres de su tiempo. Tuvo contacto con Napoleón, Humboldt, Catalina de Rusia, Jefferson, Pitt, por mencionar apenas un puñado de nombres. Lamentablemente, no lograba generar esta simpatía entre sus colegas militares, bajo ninguna de las banderas a las que sirvió: española, francesa y venezolana. Objetivamente, su tiempo de servicio en campo de batalla fue breve. No era un buen conductor de hombres. Le costó la prisión su desencuentros con Ribas, Bolívar y los indecisos politicastros de la Primera República Venezolana – personalidades limitadas como el Marqués del Toro, Sata y Bussy, Espejo o Miguel Peña, que brillaron con luz ajena y no propia. Por edad y por temperamento, no parece haber sido especialmente dado a sacrificios y resistencia, especialmente durante su actuación militar en 1812, con el título de Generalísimo. Madariaga considera que Miranda ya tenía tomada la decisión de rendirse – y perder Puerto Cabello fue la excusa necesaria-, dado su optimismo hacia la Constitución de Cádiz – hecha por liberales españoles que resistían la Invasión Francesa y deseaban aglutinar a las colonias, si bien dándoles apenas un delegado en su Asamblea.
Entre las biografías recientes sobre Miranda, destacan la de Tomás Polanco Alcántara – si bien el autor parece ir perdiendo entusiasmo con el personaje mientras avanzan las páginas de su obra. También destacan el trabajo de Juan Carlos Chirinos, Miranda, el Nómada Sentimental y un ensayo premiado en España, hecho por Xavier Reyes Matheus: Más Liberal que Libertador. Quien mejor captó la dimensión desbordada y novelesca de El Precursor fue el novelista Denzil Romero.
Lamentablemente, su serie de cinco libros sobre Miranda quedó truncada en el tercer volumen y su viuda parece no haber encontrado cómo editar el cuarto volumen que quedó almacenado en una computadora.
¿Qué podemos decir sobre Miranda como liberal? Su principal obra escrita es su Diario y algunas proclamas sueltas. Sus posturas en algún momento pueden verse como jacobinas y si bien tenía nociones de economía – tenía en su biblioteca La Riqueza de las Naciones -, no era un teórico en estos temas. Su mayor mérito, como hombre culto y de acción, fue repudiar las instituciones coloniales españolas. Y ello le costó ser de algún modo manipulado por el Imperio Inglés y su trágico desenlace, inmerecido.
Cuando buscamos las causas de nuestro atraso institucional en América Latina, ineludiblemente el pasado colonial español y portugués está entre los principales problemas. Cuando Bolívar racionaliza la oposición al Imperio Español en su Carta de Jamaica, incorpora ideas que ya Miranda pregonaba y eran esencialmente obvias para cualquier hispanoamericano ilustrado. La Colonia Española, salvo casos puntuales, careció de industria, producción científica o filosófica. Las trabas al comercio eran significativas y la mala gestión española incluso había dejado a la Madre Patria casi sin flota ni condiciones para gestionar el inmenso imperio que se le iba de entre las manos. El ascenso al trono de Fernando VII, probablemente el peor monarca que haya tenido España – y posiblemente Europa -, sólo catalizó el desastre. A finales del Siglo XVIII en Inglaterra y Francia habían ocurrido revoluciones políticas contra la monarquía absoluta, una producción intelectual y científica notables y, no menos importante, la Revolución Industrial. El Absolutismo Español apenas había legado la Inquisición, como institución relevante en ese momento.
Ciertamente, había una pacífica colonia que se desvaneció con la Guerra de Independencia. Los excesos de ambos bandos, republicano y realista, condujeron a un militarismo que aún es el azote en los países andinos, especialmente Colombia, infectada de guerrillas y paramilitares, y Venezuela, padeciendo dictaduras militares desde 1830. El debate sobre si la liberación de las colonias fue mal conducida es para otra reflexión.
Miranda, ciertamente, temió lo que se estaba desatando y prefirió rendirse. Lo cierto es que América Hispana tuvo Repúblicas un siglo antes que España, la cual recién se puede considerar en vida democrática tras la muerte de Franco en 1975 y un intento de Golpe de Estado en 1981, algo impensable en sus vecinos europeos.
La angustia de Miranda, que aún corroe a todo el que tenga simpatías con la modernidad y el desarrollo, es cómo sacudirse instituciones que nos condenan al atraso. Todo liberal es, esencialmente, alguien que cree en el ser humano. Por ello, ver unas sociedades condenadas a la violencia, la represión, la tiranía, la corrupción, el irrespeto a los derechos humanos, la pobreza y la volatilidad siempre será un quejido institucional insoportable para el liberal auténtico. La búsqueda de respuestas y posibilidades en la democracia y el mercado han venido estando en la agenda liberal desde tiempos de Miranda y Bolívar, con más o menos éxito.
El propio Miranda fue despreciado por el absurdo régimen de castas español, heredado por las estratificadas sociedades latinoamericanas. Su padre, héroe de guerra en la resistencia contra los piratas, fue humillado por la élite adinerada criolla por pretender usar capa. Fueron las autoridades coloniales las que le rehabilitaron en este deseo. No obstante esta apertura en el tema de castas, que se hizo más evidente al final de la vida colonial, fue tardía y el Régimen Colonial ya venía haciendo un terrible trabajo en buscar méritos a los hombres sólo en el color de piel o los ancestros. En la noción de hidalguía no entraban los méritos de las personas, sino su árbol genealógico. Tan perniciosa costumbre sigue presente en estas sufridas tierras latinoamericanas, ampliándola al dinero, bien o mal habido, como referente de valía.
Lejos de evocar a Miranda con tristeza o pesimismo, lo que hemos de buscar en su figura es aliento hacia el carácter universal de la Libertad y persistir en implantarla en América Latina, logrando el consenso social hacia esa causa. El breve tiempo que se apeló a la consigna de Libertad Política, fue cuando por fin América Hispana entró a los libros de historia de un modo glorioso. Sigue pendiente el volver a hacerlo.
Bogotá, Marzo de 2016