Política

Georgia no es nuestra guerra

Para Israel, las repercusiones del conflicto georgiano podrían ser muy graves. Si las relaciones ruso-estadounidenses siguen una espiral de deterioro y vuelven a la guerra fría.

Isi Leibler

Hay lecciones importantes que aprender del trágico embrollo georgiano. La primera debería haber quedado ya en nuestras mentes fruto de los errores auto infligidos durante la chapucera Segunda Guerra del Líbano: no iniciar un conflicto armado en ausencia de una interpretación clara del plan de juego definitivo. Al igual que nuestro Ehud Olmert, el imprudente Presidente georgiano Mikhail Saaskashvili fue totalmente temerario al enviar a su ejército a obtener el control de los enclaves limítrofes pro-rusos sin considerar las probables repercusiones de un acto directo así. Simplemente proporcionó excusa a los rusos con el pretexto de su “arribista” vecino sangriento y manifestar que siguen teniendo el control de la región.


 


La segunda lección, también de considerable relevancia para nosotros, es que sin los recursos y el poder para crear una defensa independiente fuerte, fue una locura de los georgianos asumir que una superpotencia aliada geográficamente distante como América intervendría militarmente para defenderles.


 


La tercera lección es que en contraste con los estándares según los cuales nos juzga el mundo, conceptos como moralidad, proporcionalidad o dañar a civiles son totalmente irrelevantes cuando las grandes potencias están implicadas. Los rusos no pidieron ninguna disculpa por su brutal comportamiento, y ciertamente no se han visto disuadidos por consideraciones “humanitarias.” Por el contrario, amenazaron con endurecer aún más su postura si su vecino no cumplía sus exigencias. Cabe visualizar cómo habrían respondido si los georgianos se comportaran como los palestinos y hubieran lanzado un sólo misil contra su territorio.


 


Para Israel, las repercusiones del conflicto georgiano podrían ser muy graves. Si las relaciones ruso-estadounidenses siguen una espiral de deterioro y vuelven a la guerra fría, nuestros enemigos enconados de nuevo estarán armados por los rusos con armamento avanzado. También podría tener consecuencias públicas para los judíos que siguen viviendo en Rusia. Esto explica el motivo de que Israel esté manteniendo un perfil tan discreto en el conflicto, hasta el punto incluso de suspender entregas de armas previamente contratadas con los georgianos.


 


Éste también es el contexto en el que analizar la reciente visita apresurada a Moscú del Presidente de Siria Bashar Assad, prometiendo apoyo a los rusos y pretendiendo obtener los últimos sistemas balísticos. El llamamiento iniciado por el Presidente ruso Dmitry Medvedev a nuestro primer ministro afirmando que cualquier acuerdo armamentístico sirio no socavará nuestra seguridad no es tranquilizador en absoluto, pero podría significar que los rusos no han decidido aún si sumar a sus filas a nuestros enemigos.


 


Donde el presente se diferencia del pasado es en que, en contraste con la era comunista, el factor judío ya no ocupa un papel central en la política rusa. Puedo dar fe a partir de mi experiencia personal, basada en las amplias negociaciones con los soviéticos referentes a la comunidad judía rusa, que el crudo antisemitismo y la presión judía para emigrar fueron elementos importantes que afectaron a la relación Israel-URSS.


 


Ya no. Mientras que el antisemitismo, insertado en la cultura rusa desde los tiempos de los zares hasta el final de la Unión Soviética, sigue siendo un factor poderoso entre la gente, la era del hostigamiento al judío patrocinado por el estado ha terminado. Cierto, en los últimos años, por motivos de política, los rusos se han decantado mucho más hacia los árabes, especialmente hacia su antiguo aliado sirio. Pero al margen de lo imperfecto de nuestras relaciones con los rusos, están lejos de la perversa hostilidad y la obsesión con destruirnos que prevaleció durante la era comunista. En la práctica, uno se queda con la impresión de que el hombre fuerte de Rusia Vladimir Putin es totalmente indiferente a los judíos, y en su momento hasta se ha identificado con los objetivos judíos que pensaba mejoraban los intereses de Rusia.


 


Es por supuesto innegable que las últimas tendencias dentro de Rusia han ido en el sentido de mayor autoritarismo y supresión de los derechos humanos. Pero dicho eso, y sin detraernos del brutal comportamiento del régimen actual, las comparaciones frecuentemente expresadas por tertulianos entre el comportamiento ruso de ahora y las intervenciones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia son exageradas, y son sugerencias de que el régimen autócrata de Rusia hoy es comparable con el perverso sistema totalitario de la Unión Soviética.


 


El hecho es que los rusos están intentando reclamar su posición de superpotencia y superar la humillación vinculada a su percepción de que los americanos están orquestando una alianza armada potencialmente hostil dentro de su esfera de influencia. Gran parte de la popularidad de Putin y Medvedev surgida de la invasión de Georgia puede atribuirse a su agresiva posición contra, y su resistencia, a las incursiones de la OTAN en su terreno y el visto bueno polaco al despliegue de un sistema balístico norteamericano en su territorio.


 


Esto alcanzaba máximos cuando sus vecinos inmediatos, los georgianos, también solicitaban ingresar en la OTAN. Los rusos no solamente respondieron brutalmente hacia los georgianos, sino también dieron muestras de un nuevo enfoque militarista hacia Occidente, en especial hacia los americanos, advirtiéndoles de que cualquier esfuerzo por seguir promoviendo la OTAN o impedir su apoyo a la independencia de los enclaves secesionistas georgianos (una versión Kosovo al revés) intensificaría inmediatamente las tensiones.


 


Bajo las presentes circunstancias, mientras que Israel es solamente un jugador pequeño en esta confrontación, revertiría por completo contra nuestros intereses tomar parte. En la práctica, en la medida en la que nadie nos ha dado vela, nuestra diplomacia debería hacer todo lo posible por evitar reavivar la Guerra Fría.


 


A pesar de su riqueza petrolera, que puede ser transitoria, Rusia sigue siendo un país en desarrollo. Pero si los rusos se divorcian de la comunidad internacional, el daño que ya han provocado se vería intensificado y podrían convertirse en aguafiestas en todas las actividades de la esfera global, conduciendo en la práctica a un nuevo eje del mal. Esto podría socavar los intereses occidentales en relación a Irán, Afganistán, Siria, Venezuela y Naciones Unidas. También tendrían la capacidad de sabotear nuestros esfuerzos globales por contener las ambiciones nucleares de Irán, y socavar de manera fundamental nuestra seguridad. La presente polarización de las relaciones entre Rusia y Occidente también conducirá inevitablemente al refuerzo de las fuerzas del fundamentalismo islámico y el terror global.


 


Esto no es necesario. Rusia comparte el interés común con las potencias occidentales de contener el terrorismo islámico, que plantea una amenaza para todos nosotros. Quizá recuerde a la alianza pragmática entre los Aliados y la Unión Soviética para derrotar a los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Evitar polarizar la situación será un ejercicio de equilibrios diabólico, y no hay garantía de que podamos llegar a un entendimiento con los rusos. Pero para desactivar una mayor polarización, en lugar de tomar parte en una indignación con motivo, deberíamos considerar su sensibilidad nacional real e imaginada así como su obsesión por lograr el reconocimiento como potencia importante.


 


Pretender evitar una confrontación no es ni apaciguamiento ni abdicación de la moralidad. En el caso de un país pequeño como el nuestro en el volátil vecindario en el que vivimos, estamos obligados a concentrarnos en la amenaza procedente de los bárbaros a las puertas, que nos amenazan a todos y a toda la humanidad civilizada.


 


Algunos pueden interpretar este enfoque como política realista sin principios. Pero la moralidad en la diplomacia deja de ser moralidad cuando se convierte en auto sacrificio ignorando la amenaza inminente del fundamentalismo islámico, que se beneficiaría enormemente y se volvería mucho más potente a través de una renovación de la Guerra Fría.

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