América, Política

El retorno de Correa

Rafael Correa ha regresado al Ecuador (desde Bélgica) para enfrentarse al Presidente Lenin Moreno.

Quiere desplazarlo del control de su partido, retarlo por “traicionar” su Revolución Ciudadana y detener una consulta popular orientada a acabar con la reelección indefinida, que le impediría volver a la Presidencia.

La sorprendente política ecuatoriana nos ha deparado un extrañísimo -e interesante- conflicto entre el Presidente al que Correa creía poder instrumentalizar para que le guardara el puesto unos años y el populista prepotente y tonitronante que instaló a su país, por un tiempo, en la órbita chavista. No ha sido la oposición liberal o socialcristiana, ni la izquierda indigenista o la izquierda ideológica, quienes han desplazado del poder al correísmo, sino un hijo político de Correa, al que éste convirtió en su sucesor sin sospechar las consecuencias.

Muchos ecuatorianos han sido escépticos viendo que Moreno denunciaba el legado económico y el autoritarismo de Correa, dejaba sin funciones a su Vicepresidente -hoy detenido por imputaciones de corrupción-, le arrebataba el liderazgo del partido a su antecesor e iniciaba un proceso de consulta popular para cerrarle el paso en el futuro. Pero el tiempo ha demostrado que la pelea iba en serio. Y Correa tiene miedo: por eso ha regresado al Ecuador a reclamar su cetro en el partido y entre los congresistas de Alianza País, y a tratar de detener la apisonadora que lo puede aplastar.

Para la causa de la democracia ecuatoriana y el desarrollo de ese país, no hay duda: lo que conviene es que Moreno derrote a Correa. Todo parece indicar que así será, pues el partido se alineará mayoritariamente con quien detenta hoy el poder, además de que el horizonte penal del propio Correa y su gente es cada vez más sombrío, dada la abundante corrupción de su extinto gobierno. Además, si en esta lucha sin cuartel Ecuador puede lograr avances como eliminar la reelección indefinida que Correa impuso inconstitucionalmente hacia el final de su gobierno, tanto mejor.

La cuestión, sin embargo, es si esta es sólo una disputa de poder fratricida o un enfrentamiento -además- entre dos visiones de la sociedad. Por momentos hay síntomas de lo segundo y a ratos, de lo primero. Moreno tiene un estilo mucho más dialogante y menos autoritario que su antecesor, y un sentido del daño que hizo Correa al país. Pero falta comprobar de una vez por todas que entiende que la nuez del problema no es el talante de quien controle a la mayoría parlamentaria y al partido principal, sino el legado populista, tanto en su vertiente política como económica.

De nada serviría que Moreno sustituya a Correa en el control del poder si no desmonta el aparato populista. Un error que cometió en los primeros meses fue mantener la política económica de Correa, con sus exacciones tributarias, su proteccionismo comercial, su gasto y endeudamiento exorbitantes, su intervencionismo antiempresarial. Ahora, por fin, ha removido al equipo económico que heredó, pero aún no está claro que vaya a modificar sustancialmente la orientación económica. Está en su interés hacerlo porque el Ecuador no crece desde hace tres años y los niveles de inversión privada son paupérrimos. Nada le dará tanta legitimidad en su empeño contra el pasado como un presente económicamente dinámico.

Una acotación final. Para la oposición, esta disputa es un problema porque Moreno y Correa copan casi todo el espacio. También es una oportunidad: Moreno, a la larga, no podrá sentirse seguro contra Correa si no tiene el respaldo parcial de la oposición liberal y socialcristiana. Tal vez esa oposición pueda, por ello, influir en Moreno para mejor.

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