Oriente Próximo, Política

También en Irak resuena el “que se vayan todos”

En el mundo en que vivimos, las “clases políticas” se han transformado -bien o mal-en las claramente más privilegiadas y beneficiadas en muchas de las democracias contemporáneas. Son, en efecto, las nuevas oligarquías. Por esto, no sorprende que estén infectadas por viejos males, entre los cuales aparece nítidamente el de la corrupción. Y el de la incompetencia para gobernar.


Esa sensación flota también en Irak, donde los miembros de la desgastada “clase política” local están siendo objeto de la comprensible ira popular. Hace pocos días, las calles de las principales ciudades iraquíes se llenaron de protestas y manifestaciones ruidosas que, apuntando a los políticos, gritaban al unísono el ya familiar: “que se vayan todos”. Y provocaron, de inmediato, una huelga general, por las mismas razones. El objeto común perseguido es, entonces, un empujón hacia el “cambio de régimen”.

Esas protestas iraquíes han derivado reiteradamente en violencia y, desde que comenzaron, el pasado 1º de octubre, han causado 320 muertes y unos 15.000 heridos en las refriegas en las que derivaron. Un saldo lamentable, que luce desolador.

Tuvieron lugar particularmente en torno a la histórica Plaza Tahrir, de Bagdad, nuevamente transformada en el epicentro constante de las protestas. También las manifestaciones aparecieron esta vez en varios de los puentes sobre el río Tigris, de esa ciudad, ámbitos que tradicionalmente atraen muy especialmente a los estudiantes. Además, los cortes de rutas se suceden y la quema de neumáticos -con las consiguientes columnas de humo negro- han ya devenido parte del paisaje, por su reiterada frecuencia.

El objetivo genérico de quienes protestan es el de destronar –desde adentro- al gobierno actual. O, por lo menos, la inmediata adopción de las medidas concretas que se proponen contra la corrupción, mal que desvela profundamente a todos. Irak está ubicado en el puesto doceavo entre los países más corruptos del mundo. Hay casos aún peores, entonces, aunque lo de Irak sea ya totalmente inaceptable y descorazonante.

Como en otras latitudes, los estudiantes están de alguna manera a la cabeza de las protestas, con el entusiasmo propio de la juventud. Y con toda la romántica inexperiencia propia de esa etapa de la vida, lo que no deja de ser algo peligroso.

Hay asimismo un componente religioso, relativamente curioso. Muchos de quienes protestan expresan con su proceder la cólera de los musulmanes “shiitas” contra la vecina Irán, que curiosamente es precisamente el país líder de esa variante concreta del Islam y está férreamente gobernado por los clérigos de esa variante.

La idea es al de mantener a Irak en un estado de “casi huelga general”, hasta que sus exigencias sean satisfechas. Lo que nunca es sencillo con el paso del tiempo, porque se trata nada menos que de inmovilizar a todo un país, sin plazo, para peor.

El gobierno ha respondido, por ahora, con una lista de reformas que dice estar dispuesto a adoptar, consideradas rápidamente como insuficientes por quienes protestan, en permanente estado deliberativo.

La defensa del “status quo” parece imposible. Una tormenta ha llegado –aparentemente- para quedarse y el futuro luce –una vez más- impredecible. Para la golpeada Irak, su tránsito cercano parece peligroso e inestable.
 
 
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
 

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