América, Política

Tres fracasos presidenciales lamentables

Hasta no hace mucho América Latina podía exhibir, legítimamente orgullosa, a tres mujeres que habían escalado hasta lo más alto de la política en sus respectivas naciones: Dilma Rousseff; Cristina Fernández de Kirchner; y Michele Bachelet.


 
Pero hoy, a la vista de los resultados de sus gestiones, lo sucedido no es precisamente para aplaudir.

Dilma Rousseff paralizó a Brasil y terminó siendo destituida.
La arrogante Cristina Fernández de Kirchner no sólo destrozó a la economía de su país sino que, además, ha acumulado acusaciones y sonados procesos judiciales por corrupción en su contra, como no había sucedido nunca en toda la historia argentina. Cada vez parece más factible que, por ello, termine en prisión.

Michel Bachelet, por su parte, se está alejando, sin pena ni gloria, de la presidencia de Chile, luego de haber, ella también, paralizado a su economía y estancado a Chile, generado una inmensa, aunque previsible, falta de confianza en los operadores económicos. Acaba de perder, al final de su mandato a todo su buen equipo económico como consecuencia de diferencias en materia de un importante proyecto minero-portuario al que se conoce como. “Dominga”.

Una nota reciente aparecida en “La Tercera” refleja a mi modo de ver, lo que ocurre con Michel Bachelet: demasiada ideología, una agenda anacrónica, y un maremoto permanente de frases hechas y poca razonabilidad, sumados a una visible falta de respeto por sus colaboradores, en los que nunca tuvo fe. Me refiero al trabajo de José R. Valente, titulado “Verdad Revelada”, del 1º de septiembre pasado. El mismo comenta la salida anunciada del Ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés. Y concluye, con razón y dureza a la vez, que durante el mandato de Bachelet nunca hubo colaboración “público-privada”, arreció la violencia en la Araucanía y una conjunto de reformas mal concebidas y peor ejecutadas afectó el desarrollo del país, como la reforma laboral o el proyecto de modificación del régimen de pensiones.
 
Para tratar de justificar su falta de criterio, la presidente de Chile señaló que a ella “le interesan las personas y no los números”, como si los demás fueran insensibles y poco inteligentes. A la par que insensibles. Y como si el pujante modelo económico de Chile no hubiera reducido la pobreza y transformado a su país claramente en el más moderno de la región. Por esta incapacidad, señala Valente, el legado de Bachelet será la falta de crecimiento, el deterioro del empleo, la caída de la inversión, el nulo avance de calidad de educación y el magro desempeño en materia de reducción de la pobreza y de las desigualdades. Nada que aplaudir, entonces.

Ocurre que, según Valente, Bachelet nunca creyó en el talento de los chilenos, ni de sus empresarios y, menos aún, en los aportes del sector privado, el que hizo crecer a Chile. Para ella sólo cabe confiar en el rol del Estado (dotado de ciencia infusa) y de la camarilla ideológica de la que está y ha estado rodeada. Y las cosas parecieran efectivamente haber sido y seguir siendo así. A lo que cabe agregar que dejó de lado el viejo y sabio adagio que dice que “gobernar es saber rectificar los rumbos, cuando ellos están equivocados”. Nunca pudo hacerlo. Por su increíble rigidez ideológica, que la hace ver el mundo como ella quiere creer que es, sin escuchar siquiera a los colaboradores que ella misma convocara.
 
Emilio J. Cárdenas.
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
 

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