Se lleva ahora el mimetismo del poder con el ciudadano que sufre la crisis.
El tajo que se le está metiendo al parque oficial de vehículos en ayuntamientos y comunidades autónomas de España es considerable. Entre la crisis económica, la necesidad imperiosa de dar algún ejemplo al sufrido personal y las promesas electorales, se han apeado del coche oficial un buen número de políticos. Bueno, apearse, apearse, tampoco. Se reducen servicios, se limitan trayectos, se restringen usuarios y desplazamientos. Algunos vehículos de alta gama se han cambiado por otros de una gama más modesta y todo ello contribuye a transmitir una imagen de austeridad y abstinencia muy positiva.
Normalmente, el que decide el recorte es el que no merma sus atenciones de locomoción personal. El cambio tampoco puede ser fulminante porque hace falta un periodo de gradual aclimatación al suelo. Al político hay que depositarlo en tierra firme de forma progresiva y sin brusquedades después de tantos años de inmunidad circulatoria.
Está bien que los que mandan disfruten como el resto de los ciudadanos de los servicios públicos de transporte. Hay que decir además que estos han mejorado una enormidad en los últimos tiempos. En Madrid, por ejemplo, el metro o el autobús urbano compiten en confort con cualquier otro medio.
Y es que empieza a mirarse con recelo y acritud al que se sube o se baja de un coche oficial junto a un portal o un restaurante. Se lleva ahora el mimetismo del poder con el ciudadano, la discreción y hermandad con los que sufren la crisis, que son muchísimos, en todos los detalles.
Caminar tiene también la ventaja de contribuir a la salud del viandante. Acerca a los representantes con los representados. Aproxima la púrpura al valor real de las cosas, a la vida cotidiana del común de los mortales. Descubre itinerarios ignotos y rutas fantásticas. Vamos, que es sanísimo desde cualquier punto de vista. Los beneficios para el peatón son inagotables. Antes de entrar dejen salir.
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