El espectáculo del pataleo socialista está adquiriendo tonos de una épica sonrojante
La rabieta del PSOE por no gobernar en Extremadura está siendo muy sonada y engorrosa. Hay que entender que Extremadura es el único clavo ardiendo al que agarrarse tras la paliza electoral del 22-M y después de perder toda influencia política autonómica. Hay que ser un poco paciente para comprender que casi 30 años de hegemonía socialista y apoyo indubitado de Izquierda Unida cuando ha hecho falta crean adicción, forjan el apego al cargo y dificultan objetivamente desengancharse voluntariamente del poder. El monumental berrinche socialista se puede justificar hasta un cierto punto, siendo tolerantes, pero todo tiene un límite y aquí parece no existir.
El espectáculo del pataleo socialista está adquiriendo tonos de una épica sonrojante, tintes de tragedia griega injustificables. Mientras en el resto de España se constituyen con normalidad los gobiernos autonómicos con pactos, alianzas y acuerdos a todas las bandas posibles (por ejemplo, en Canarias, Aragón o Navarra), en Extremadura se ha abierto una causa general para intentar que Izquierda Unida se amilane, dé marcha atrás y obedezca sin rechistar las órdenes de Cayo Lara y Gaspar Llamazares, aunque eso suponga volver a desintegrarse en el paisaje político extremeño otros cuatro años.
Hay que ver la somanta de presiones, pullas, maldiciones y reniegos que están cayendo sobre las cabezas de los dirigentes extremeños de IU. La bronca es de órdago a la grande. Las mil plagas van a padecer por abstenerse y dejar que gobierne la fuerza política más votada, que es el PP. O facilitan el gobierno del PSOE o se condenarán eternamente y no jugarán nunca más con ellos en el recreo. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Qué ingratos!
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