América, Política

Una república sin grieta

El país vive momentos de enorme turbulencia económica e incertidumbre política. Esta transición entre las primarias y las elecciones presidenciales es demasiado prolongada. Se abre ahora un paréntesis con mas interrogantes que certezas.


Con los resultados a la vista se plantean múltiples conjeturas acerca del futuro. Nadie sabe a ciencia cierta lo que ocurrirá y entonces se plantean distintas interpretaciones sobre lo sucedido y proyecciones de todo tipo.
 
Un sector importante de la sociedad, que se siente mas identificado con el oficialismo pretende montar una épica que aspira a revertir las cifras actuales y sueña con un milagro que le permita seguir gobernando.
 
Del otro lado, una prudente expectativa aparece de cara al porvenir. Los que decidieron castigar electoralmente al actual mandatario y a su gestión, entienden y esperan que la recuperación comience lo antes posible.
 
No caben dudas de que en ambos grupos hay fanáticos que rechazan de plano a todo aquel que no piense parecido. Creen que el adversario es un enemigo y que el destino del país depende del lado que lo gobierne.
 
Ellos son los protagonistas de la inadmisible grieta. No solo la han edificado, sino que la agigantaron despotricando contra quienes esgrimen perspectivas opuestas a las propias. Una escalada inaceptable ha venido aconteciendo desde hace década, pero siempre incentivada desde ambos extremos.
 
Lo que viene depende, en buena medida, de la percepción de quienes tienen la responsabilidad de gobernar, pero mucho mas aun de la capacidad de la sociedad para fabricar consensos superiores, acordando lineamientos generales suficientes para una convivencia pacífica, armónica y ordenada.
 
En este desafío los lideres son la clave ineludible, ya qué sin ellos, como guías y referentes, pero sobre todo como delineadores de los recorridos, esa construcción de pilares seria imposible de llevarla a la praxis política.
 
El gran acuerdo que tanto se precisa en esta etapa, no se logrará con el aporte de los fundamentalismos, ni con la participación de los eternos fanáticos. Los odios no pueden ser parte de esa propuesta superadora.
 
Se necesita gente sensata, equilibrada, capaz de sentarse con todos, de dialogar con propios y extraños, dispuestos a compartir espacios con los que piensan diferente y con ciudadanos con una convicción republicana.
 
Pasaron muchos años sin lograr cerrar esta patética división, casi ridícula, esa que hizo perder muchas amistades y distanciar a familias completas, solo porque la lectura de la realidad no era totalmente coincidente.
 
Ese espíritu alevosamente antidemocrático, inexplicablemente intolerante, injustificadamente irrespetuoso y profundamente incivilizado, explica en gran medida la secuencia de fracasos de tantos mandatos consecutivos.
 
El foco puesto exclusivamente en la discrepancia impide avanzar. La permanente búsqueda de desacuerdos solo genera mayores discordias y eso aleja cualquier chance de dar pasos firmes en la dirección correcta.
 
Obviamente que existen aspectos específicos en los que resulta bastante difícil encontrar algunas coincidencias, pero no menos cierto es que en otros, los más probablemente, es demasiado sencillo ponerse de acuerdo.
 
Por eso es tan complicado explicar esta inercial demora que se observa en resolver aquellos asuntos en los que se comparte el diagnóstico y hasta se pueden compatibilizar estrategias concretas para solucionarlos.
 
Mucho se ha dicho en estas horas de vacilaciones sobre la importancia de la república. Después de tantas historias funestas, muchas personas temen por su futuro, tienen miedo de perder libertades y que un régimen totalitario o una autocracia disfrazada de democracia, tome las riendas.
 
Esos resquemores son mas qué atendibles. Esa gente no habla desde los discursos vacíos, sino desde las nefastas experiencias atravesadas en primera persona, situaciones que razonablemente no se quieren revivir.
 
La exclusión y la inclusión sobre la que tanto se ha escrito no es un concepto meramente económico. No solo hay que sumarse a la sociedad desde la dignidad que logra una remuneración decorosa, sino también desde los valores republicanos que garantizan una coexistencia armoniosa.
 
Vivir en comunidad implica poder disfrutar de una serie de libertades esenciales, que no solo son las que permiten desarrollar una actividad laboral cualquiera. Eso es central y trascendente pero no puede ser lo único.
 
Son las libertades políticas las que definen a una Nación. Esas que se plasman en la potestad de expresarse críticamente, de disentir con el poder de turno y de quejarse sin restricciones de como gobiernan los que mandan.
 
Se necesita una república. Eso requiere de ciudadanos republicanos convencidos de que el poder político debe ser limitado, restringido, con instituciones fuertes que impidan que se concentren las decisiones, con un saludable sistema de balances y contrapesos que evite los abusos.
 
Pero también es imprescindible que ese esquema político venga acompañado de una sociedad tolerante en materia de ideas, que aprenda a convivir activamente con personas que no suscriban sus visiones y que eso no se convierta en una tragedia insoportable, sino en un ejercicio cívico.
 
El país tiene hoy enormes problemas. Los desafíos que vienen por delante son gigantescos y las soluciones a algunos de esos intríngulis serán amargas y en algunos casos hasta pueden ser bastante traumáticas.
 
Pero se debe comprender y prepararse para hacer eso con inteligencia, lo que implica asumir que este trance habrá que superarlo buscando acuerdos, respetando las divergencias y caminando juntos, a pesar de las diferencias.
  
 
 
Alberto Medina Méndez 
amedinamendez@gmail.com 
Twitter: @amedinamendez
 

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