Asia-Pacífico, Política

Juegos de guerra

La decisión de Barack Obama de introducir un buque de guerra dentro de las 12 millas náuticas que China considera parte de su territorio marítimo alrededor de las islas Spratly eleva la tensión entre ambas potencias.

China lleva casi tres años construyendo islas artificiales en el Mar de China Meridional -a través del levantamiento de arrecifes sumergidos- y realizando reclamaciones marítimas en función de islotes existentes cuya soberanía se arroga. Es parte de una zona por donde transita el 30% del comercio mundial y varios países se disputan la soberanía de parte del archipiélago que se expande entre Vietnam, de un lado, y Filipinas y Malasia del otro.

Estados Unidos, amparado en que el derecho marítimo no permite a un Estado ejercer soberanía sobre las 12 millas alrededor de islas artificiales, ha demostrado a Beijing que está dispuesto a hacer escalar la tensión para proteger las aguas internacionales. Esto choca frontalmente con la pretensión de la jerarquía china de convertir a su país en una potencia naval del Pacífico además de un poder hegemónico en la zona. Para ello, los chinos quieren desarrollar una “Marina de aguas azules” que opera lejos de la costa, más allá de la primera cadena de islas que separa el Mar de China Meridional, el Mar de China Oriental y el Mar Amarillo del Océano Pacífico.

Aunque muchos asuntos generan tensión entre Estados Unidos y China -el espionaje cibernético entre ellos-, los designios hegemónicos de Beijing en la zona en cuestión son los que desvelan a la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono. Ese propósito sólo es realizable a costa de varios aliados de Washington y del propio poder e influencia norteamericanas en una zona donde Estados Unidos tiene gran presencia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría. Muchas de las iniciativas estadounidenses de estos últimos años, pero especialmente el Acuerdo de Asociación Transpacífico al que han dado tanto respaldo, tienen como objetivo no lo que parece sino lo que ocultan: crear un cordón sanitario que mantenga a China “contenida” y fortalezca los lazos entre sus vecinos vulnerables y EE.UU.

China ha demostrado prudencia en su respuesta a la penetración del buque estadounidense, pero el aparato propagandístico del régimen pide acciones más concretas, como militarizar abiertamente los islotes en cuestión. Hasta ahora han construido algunas pistas de aterrizaje y edificado fortificaciones pero no han instalado cazas o buques de guerra. Probablemente esperen a ver si Washington decide penetrar con regularidad en las aguas que ellos consideran soberanas antes de dar un paso tan implacable.

Si Estados Unidos evita volver a penetrar, China continuará de todas formas consolidando su presencia, sólo que con más gradualidad. ¿Qué hará entonces Washington? ¿Lo tiene pensado o la decisión de enviar el buque de guerra respondió más a una necesidad de corto plazo que a una estrategia? Los antecedentes de la política exterior de Obama no permiten asegurar que tiene una estrategia trazada y que los próximos pasos a dar están ya previstos. Podría ser pero no es nada seguro. Lo cual deja a los chinos en inmejorable posición, pues no tienen necesidad alguna de precipitarse.

Asistimos a lo inevitable: China, la nueva potencia económica (en términos absolutos, no en cuanto a la riqueza por habitante, claro está) quiere ser también una potencia militar y marcar su territorio. Parar esa pretensión es quizá el desafío más complejo para Estados Unidos, país cansado de su propia política exterior y a veces parecería que de su propio rol como líder del mundo libre.

 



Este artículo está en La Tercera.

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