Al final, parece que el nuevo Gobierno socialista no retirará nuestras tropas de Iraq, como aquel otro de 1982 no nos sacó de la OTAN.
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Lunes, 07 de octubre 2024
Al final, parece que el nuevo Gobierno socialista no retirará nuestras tropas de Iraq, como aquel otro de 1982 no nos sacó de la OTAN.
Entonces, ¿por qué prometió lo que no tenía intención de cumplir? Y lo grave no
es solamente la mentira deliberada, sino sobre todo el haber alimentado un
movimiento de opinión pública irresponsable, violento y contrario a nuestros
intereses nacionales.
No vale argumentar, como se ha hecho incluso desde
sectores “progres” del centroderecha, que la democracia es el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo, de manera que, si una mayoría de la
población según las encuestas quiere la retirada de las tropas de Iraq, hay que
hacerlo. En la democracia representativa liberal no hay mandato imperativo y el
Gobierno se elige de manera indirecta para que asuma la responsabilidad de la
dirección política del país; suya es la legitimidad y la legalidad para actuar
hasta las siguientes elecciones, con independencia de lo que digan las encuestas
de opinión.
Existe una innegable similitud entre el pacifismo ciegamente
anti-norteamericano y violento de los que no han dudado en sacar provecho
político de los atentados del 11 de Marzo, con su demanda de paz a toda costa, a
costa de lo que sea, y los movimientos pacifistas que se oponían a la presencia
militar norteamericana en Europa durante la última época de la Guerra fría. Son
tendencias nihilistas y suicidas de sociedades decadentes ante las que ningún
gobierno responsable puede ceder.
En especial, yo protesto contra la
campaña que un diario de difusión nacional del centroderecha “progre” ha
emprendido contra la presencia de nuestras tropas en Iraq. Publicar
declaraciones de supuestos exponentes de la población local para tratar de
demostrar la inutilidad de la labor de los soldados españoles, acusarles de
preocuparse por su seguridad (¡no faltaba más!) y minimizar las manifestaciones
de los mandos sobre los proyectos que se han llevado a cabo en beneficio de los
iraquíes es algo tan miserable que sólo se puede comprender en el marco del
déficit de patriotismo que aqueja a la sociedad española.
Retirar las
tropas de Iraq en estos momentos no supone únicamente ceder ante el terrorismo.
Implica abandonar un país étnica y religiosamente fragmentado, que se mantenía
unido gracias al terror ejercido por un tirano, a la guerra civil y a la
imposición violenta de la minoría más fuerte sobre las demás.
El
significado de la última ola de violencia desatada contra la ocupación aliada
desde medios chiítas es bien claro para quien quiera hacer un mínimo ejercicio
de reflexión racional: los clérigos más extremistas han lanzado a sus seguidores
fanatizados para ocupar posiciones en la posguerra con el objetivo de caminar
hacia una teocracia como la iraní. Así, al terrorismo de los partidarios de
Sadam Husein y de los islamistas wahabitas de Ben Laden se une ahora el del
islamismo chiíta.
Frente a esta situación, el pacifismo no da respuestas;
tampoco la ONU. Como en otros momentos de la historia contemporánea, se pone de
manifiesto que el empleo de la fuerza por parte de quien la tiene es necesario
para el establecimiento del orden en la escena internacional. Y, por supuesto,
si ese alguien es una nación soberana y sus aliados, y no una organización
internacional, lo hará donde lo demanden sus intereses.
Esto es realismo
político, no maquiavelismo. En una sociedad internacional escasamente
organizada, casi en estado de naturaleza de lucha de todos contra todos, el
idealismo no es más que la excusa bajo la que se disfrazan determinados
intereses, que, en este caso, no son los nuestros, ni como españoles, ni como
occidentales.
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