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Solidaridad con beneficio, ¿por qué no?

La “Impact Investing” es una modalidad de inversión que cobra auge, y que persigue modificar las condiciones de vida de las comunidades pobres, sin renunciar a un margen razonable de ganancias.


"Después de mí, el diluvio" ha sido, además de la expresión de desdén de un monarca francés, la máxima de algunos empresarios por mucho tiempo. La cuestión ha sido hacer dinero, maximizar ganancias sin que importen demasiado, por ejemplo, las consecuencias medioambientales o la promoción de la persona.

La percepción de que esta dinámica es insostenible, y de que cada inversión debe, además de garantizar un provecho al inversor, contribuir al bienestar del destinatario, a su realización personal y al desarrollo de su comunidad, ha cobrado fuerzas en los últimos años mediante la fórmula del Impact Investing (inversión de impacto).

La Global Impact Investing Network (GIIN) define el concepto como inversiones en empresas, organizaciones y fondos, encaminadas a generar un impacto social y medioambiental en lo que los expertos llaman la “base de la pirámide”, esa enorme masa de 4.000 millones de personas que viven con menos de ocho dólares diarios, a la vez que se garantiza el retorno del capital y unas ganancias razonables.

Invertir al servicio de los pobres

No es Robin Hood que pasa, pone en cada mano una moneda para comprar pan y se pierde en el bosque, no: en este caso, “Robin”, a saber, las instituciones y figuras interesadas en combatir la pobreza, convocan lo mismo a colaboradores de gran talla,como los grandes bancos, que a actores más modestos (1), para que provean fondos que se inviertan en el desarrollo de proyectos de agricultura sostenible, viviendas dignas, cuidados de salud, tecnologías limpias, servicios financieros, etc., en los que los destinatarios sean gestores y beneficiarios, y de los que se obtengan márgenes de ganancia aceptables, no desmedidos.

Según datos ofrecidos por la web del congreso “Invertir en los pobres”, que sesionó en la Santa Sede en días pasados, se estima que unos 8.000 millones de dólares están siendo invertidos en este mismo momento en generar impactos positivos en las comunidades pobres.

Sería el dinero al servicio del ser humano, y no al revés, según la incansable exhortación del Papa Francisco al mundo de los negocios. En su discurso a los participantes del evento, que contó como ponentes con representantes del G-8, de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID) y de Goldman Sachs, entre otros, el obispo de Roma acotó que “la lógica de estas formas innovadoras de intervención es la que reconoce el lazo original entre beneficio y solidaridad, y la existencia de un círculo fecundo entre ganancia y don”.

Unir dinero público y privado

Varios factores han servido de impulso a la Impact Investing, y uno de ellos es el reconocimiento de que los recursos con que se cuenta para eliminar la pobreza extrema, la desigualdad y la depauperación del ambiente natural, son de entrada insuficientes. Con la crisis económica global, los países industrializados han sacado la tijera para recortar presupuestos, y la ayuda al desarrollo, de por sí exigua –debería suponer un 0,7% del PIB de cada país rico, y son muy pocos los que llegan a esa meta–, es la primera víctima al ajustar déficits y deudas. Los privados, necesariamente, tienen que asumir también su responsabilidad.

La crisis, además, ha difundido una mentalidad más propensa a medir los riesgos de las decisiones económicas, y a invertir lo que se tiene con la certeza de que los recursos se agotan, de que no siempre estarán a la mano.

Así, quizás una de las pautas más interesantes que definen a esta modalidad, al contrario de ciertas políticas desarrollistas desentendidas de las consecuencias a largo plazo, es la evaluación de las repercusiones que tiene cada inversión en el ámbito social y ambiental. “Medir el impacto ayuda a asegurar la transparencia y la responsabilidad —explica la web de GIIN—, y es esencial para configurar el campo de acción”.

Dinero para las necesidades reales

De tal modo, los actores involucrados en las inversiones diagnostican las necesidades reales de cada comunidad y ponen los recursos en función de proyectos concretos. En Kenia, por ejemplo, el Banco Africano de Desarrollo ha financiado, con la ayuda de inversores y del gobierno local, una red de energía eólica en la región del lago Turkana (noroeste), por valor de 115 millones de dólares, la cual provee de electricidad a zonas muy remotas del país, a la vez que abarata los costos a los consumidores que ya disponían del servicio.

En la India, entretanto, Spring Health, una empresa de gestión del agua establecida en 2010, está suministrando agua potable a 170 núcleos de población rural por intermedio de los propietarios de estaciones de bombeo. El líquido, que se purifica en el punto de venta a través de una técnica de cloración muy económica, llega ya a 85.000 consumidores y espera alcanzar a 100 millones en una década. El pronóstico es que comenzará a rendir beneficios netos dentro de pocos años.

Es esa la idea que puede “enamorar” a los donantes: que el dinero no caiga en saco roto, sino que sirva para generar ganancias, y que, a su vez, quien ayer dependía de que un avión le lanzase un saco de trigo, hoy pueda adquirirlo como cliente, con el salario obtenido en aquella empresa que un día echó a andar para cambiarle la vida. “Hay algunos inversores ahí afuera –apunta Rajiv Shah, administrador de la USAID– que están buscando una retribución económica por su inversión, pero también asegurar que los fondos que ellos pusieron en juego están sirviendo para aliviar la pobreza y el sufrimiento”.

Fondos de préstamo y de inversión

En la inversión de recursos “en” los pobres y “con” los pobres, se dejan ver algunos valiosos ecos de la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia. El reconocimiento del ser humano como deudor de su sociedad, de cuyos avances científico-técnicos, culturales y de otros órdenes es beneficiario, debe impulsarlo a retribuir, a ser generoso en su disposición de servir a los más desfavorecidos, y a desplegar de alguna forma su acción social.

“A través de los años, de la doctrina social han emergido conceptos innovadores y mecanismos en respuesta a la necesidad de suplir las necesidades de los seres humanos y promover el desarrollo”, explica el P. Seamus Finn, de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, ponente en el evento vaticano. “El involucramiento de las parroquias y las comunidades de fe en crear fondos de crédito y cooperativas es un ejemplo específico de las 

En su opinión, la Impact Investing está todavía en su “infancia”, aunque sus términos y conceptos están siendo rápidamente adoptados, y hay una praxis en marcha. Su propia Misión participa de algunas iniciativas, como el fondo de inversión privado 8 Miles, que se centra en países africanos con gobiernos sólidos y democráticos, y que disfrutan de un clima favorable a la inversión extranjera. Allí, sus objetivos de apoyo y transformación son el mercado agrícola, la energía, los servicios de salud y farmacológicos, las telecomunicaciones y el transporte, entre otros.

“Creemos –afirma el P. Seamus– que podemos hacer una positiva contribución en esos sectores. También tenemos una inversión en el fondo MicroVest (uno de los primeros fondos de microcréditos en EE.UU.), que creemos tendrá un impacto social positivo, y que se implementa en África y América Latina”.

El respaldo a las iniciativas de desarrollo integral puede, explica, asumir diferentes modalidades, según pudo constatar en el evento romano de Impact Investing: “Existen muchos tipos de fondos y mecanismos de financiación. Pueden ser fondos de préstamo, fondos de inversión, fondos de riesgo. Algunos operan en el ámbito de la microfinanciación; otros en la salud, otros en el apoyo a las PYMES locales, otros en la agricultura, y así”.

De lo que se trata es de dar paso a un “capitalismo del bien común” que, opina el P. Seamus, “puede abrazar al mismo tiempo los conceptos de solidaridad y beneficio, en una perspectiva creativa”.

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