América, Economía y Sociedad

Colas cubanas en versión caraqueña

Hoy, en Venezuela, también van consolidándose victoriosos el socialismo… y las colas. Como en el caso de Cuba –de cuyos traspiés económicos parece que nadie en Caracas tomó las debidas notas– los bienes de consumo están escaseando y las colas para conseguir los alimentos se vuelven panorama habitual

 A principios de los años 60, una caricatura en un semanario cubano mostraba a un agente de la CIA imaginando que encontraría en la Isla largas e insufribles colas para comprar pan. Al llegar allí, sin embargo, se sorprendía de la abundancia de este y de otros alimentos y bienes. Sucede que, aunque el gobierno ya había nacionalizado las grandes compañías –la telefonía, la electricidad, las grandes refinerías de petróleo, etc.– todavía no había tocado a la pequeña y mediana empresa. El momento de las colas –para el pan y para muchas otras cosas– llegaría en los 70, a medida que el socialismo se consolidaba “victorioso” en el país.

Hoy, en Venezuela, también van consolidándose victoriosos el socialismo… y las colas. Como en el caso de Cuba –de cuyos traspiés económicos parece que nadie en Caracas tomó las debidas notas– los bienes de consumo están escaseando y las colas para conseguir los alimentos se vuelven panorama habitual. “Hay gente que amanece en la puerta del Mercal –asegura a BBC una caraqueña de nombre Fabiola–. Hay que estar allí desde las 4.00 a.m. para alcanzar a comprar algo, y la verdad es que no vale la pena arriesgar la vida saliendo a esa hora”.

 

Venezuela importó en 2013 el 50 por ciento de los alimentos que consumió

 

“Por si mañana no hay”
Leche, pan, cárnicos, productos de limpieza, papel higiénico; nada de ello dura mucho tiempo en los estantes, presa del acaparamiento de los consumidores “por si mañana no hay”. Para llegar a tomarlos y pasar por caja, hay que estar horas de pie en la fila. Hay incluso quienes ven la cola como oportunidad de negocio y aplican “técnicas de mercado” en las que los cubanos ya son expertos de medio siglo, como la venta de turnos, el hacer la cola varias veces para vender el puesto al que llega último, o la “asistencia gastronómica”, con la venta de café y otros tentempiés a los que esperan.

Nada de eso, sin embargo, se supone que debería estar ocurriendo. En un spot televisivo del gobierno venezolano, de dos años atrás, una bella presentadora reportaba exultante la apertura de un mercado estatal. “¡Millares de productos nacionales llenan los anaqueles! ¡Alimentos y artículos del hogar hasta un 80 por ciento más baratos! Más comida en la mesa y menos inflación en el país. Si antes del gobierno bolivariano la buena alimentación era un lujo para unos pocos, hoy es una realidad para casi el cien por cien de nuestra gente. ¡Eso es socialismo!”, dice, y su emoción contagia al resto de figurantes, tan sonrientes mientras toman en sus manos patatas y botes de detergente, como los alegres habitantes del paraíso que recogen manzanas de los árboles en las ilustraciones pictóricas de alguna secta.

“¡Eso es socialismo, sí!”, podría decir algún que otro adversario del gobierno de Nicolás Maduro, apuntando el índice hacia las colas. Solo que se quedaría en las ramas del fenómeno. A fin de cuentas, colas hay, y aun rebatiñas, en países capitalistas subdesarrollados, donde personas muy pobres necesitan que organismos internacionales y entidades caritativas les faciliten el acceso a los alimentos que sus corruptos gobernantes, clientes habituales de las tiendas de moda parisinas, les niegan. El asunto no es únicamente, pues, de sistema político.

 

Violentando las normas del mercado
La cuestión es de cierta torpeza y falta de visión. El país, bendecido con ingentes recursos naturales, importó en 2013 el 50 por ciento de los alimentos que consumió. Paradójicamente, la Venezuela de llanuras infinitas descritas por Rómulo Gallegos en su Doña Bárbara fue el pasado año el primer importador mundial de leche en polvo, según la FAO. El> café, el arroz, el maíz y el azúcar, que tiempo atrás eran rubros exportables, hoy llegan en barcos, o por tierra desde la vecina Colombia. Una periodista local ironiza diciendo que el país tiene “sembradas” más de 600 000 hectáreas en Estados Unidos, Nicaragua, Brasil, Argentina. México, Sudáfrica, etcétera., pues son quienes se embolsan los más de 1.000 millones de dólares destinados a suplir esos alimentos en el mercado local.

Es la ineficacia del modelo petrolero, el fiasco que “sorprende” a quien pone todos los huevos en una canasta. Fue así desde principios del siglo XX, pero nada ha cambiado sustancialmente, pese a la declarada intención del gobierno chavista de dinamizar otros sectores económicos. Con el descenso de los precios mundiales del carburante (de casi 140 dólares el barril en 2008 a 90 dólares en 2013), más el recorte de la exportación (de 2,3 millones de barriles diarios en 2005 a los actuales 1,5 millones, según datos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela), hay cierto estrés para sostener satisfactoriamente los megaprogramas sociales a la vez que garantizar los suministros básicos en los mercados.

El asunto, sin embargo, no es solo de menos ingresos por el petróleo: es la creencia de Maduro de que el Estado puede, más allá de regular el mercado, violentarlo y hacer añicos las normas más elementales de su funcionamiento.

El muy reciente episodio de las bajadas de precio “por decreto” que ordenó el mandatario para los electrodomésticos de la cadena Daka, es buen botón de muestra. En varios sitios, la rebaja obligatoria se convirtió en saqueo y en pérdidas millonarias para la empresa. ¿Resultado? Para el Ejecutivo, un éxito: los que, en medio del tumulto, cargaron con televisores y ordenadores gratis están agradecidísimos, ergo, la popularidad debe ir al alza. Pero, en el futuro, ¿alguien se atreverá a volver a importar electrodomésticos que un buen día pueden esfumarse sin dejar un céntimo de ganancia, por obra y gracia de un presidente que regala lo que no es suyo?

 

Y el Estado tomó las riendas…
También en el sector alimentario abundan los ejemplos de fatal intrusión gubernamental. Monaca, una de las principales procesadoras de trigo, fue nacionalizada por Hugo Chávez en 2010. Las arbitrariedades de las que se acusaba a la patronal en su relación con los trabajadores fueron “resueltas”, pero a golpe de expropiación, sin medias tintas. El Estado se hizo cargo de la empresa, como ya de otras; de su buen funcionamiento y de que cumpliera su objetivo social, ¡el mismo camino que tomó La Habana décadas atrás, cuando no dejó títere con cabeza en el sector privado y estatalizó hasta la reparación de zapatos!

Lo curioso es que, justo cuando el Estado cubano está desprendiéndose de funciones que nunca debió asumir, el gobierno venezolano está emprendiendo el fatal camino de la centralización “a tope”. Ya se ven, pues, los primeros “logros”: según reconoce un dirigente sindical afín al chavismo, si antes la producción de Monaca era de 11.000 toneladas mensuales de harina, hoy es de 5.000, con tendencia a la baja. ¡Y la plantilla en huelga!

Entre esto y la queja de Fevipan (los industriales de la panificación) de que el gobierno no les vende las divisas suficientes para saldar deudas e importar lo necesario (un reclamo de varias empresas del sector alimentario), se entiende por qué a finales de mayo se reportó un 30 por ciento de desabastecimiento, y que no pocas panaderías colgaran el cartel de “No hay harina, no hay pan”.

La elemental regla de la oferta y la demanda entra, pues, en escena, elevando el precio de los productos en falta, que no son pocos, a juzgar por el índice general de 28 por ciento de escasez. Así, el que puede darse el lujo de comprar un producto “por la izquierda”, desembolsa más dinero y listo. El que no, pues… hace la cola, la extensa cola, costumbre y práctica sobre la que en Cuba llevan décadas haciendo chistes y afirmando, con visos de seriedad, que mientras la gente esté “entretenida” en conseguir qué poner diariamente en la mesa, poco tiempo le restará para pintar una pancarta e irse a la calle a clamar por reformas políticas.

Quizás Maduro no esté intencionadamente en una cuerda tan maquiavélica, pero el hecho es uno e irrebatible: la misma “película” incómoda que les pasaron a los cubanos, hoy la están viendo –y protagonizando– los venezolanos. Como si nadie hubiera tropezado y servido de ejemplo con su descalabro, Caracas está buscando empecinadamente su propia piedra.

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