América, Política

Cuba: El comunismo “irrevocable”

La dirección del país y el pueblo tienen una percepción diferente de lo que significó la reciente visita de Obama.

Cuba produce más historia que la que puede consumir, sintetizó un escritor del país antillano. Y no le faltaba razón. El Partido Comunista (PCC), el único legal, ha celebrado su 7º congreso entre el 16 y el 19 de abril, aniversario de la derrota de la invasión mercenaria en Bahía de Cochinos en 1961, y lo ha hecho con la debida escenografía en la sala del plenario: la imagen de los dos fundadores de la organización, creada en 1925, y por supuesto, la de Fidel Castro, de mayor tamaño.

En su informe central, el primer secretario del PCC, Raúl Castro, pasó revista a los problemas internos de la organización y a la implementación de las líneas de desarrollo económico del país, planteadas en el último congreso, y anunció una reforma de la Constitución para dejar justamente claro que, en lo político, no hay reforma.

El partido, según Castro, ha visto disminuir su número de afiliados. En la actualidad, cuenta con unos 670.000, mientras que en 2011 eran 800.000. ¿Causas? “La negativa dinámica demográfica que afrontamos” y “las insuficiencias propias en el trabajo de captación, retención y motivación del potencial de militantes”.

De lo primero, no es noticia que el flujo migratorio externo está cobrando cada vez más fuerza, a raíz de la desaparición del indignante “permiso de salida” en 2013 y de los temores de muchos en la Isla a que EE.UU. derogue una ley que otorga beneficios a los inmigrantes de este origen. De lo segundo, habrá que preguntarse cuánto entusiasmo puede seguir despertando un partido que, desde el poder, ha decretado más prohibiciones que oportunidades, ha dividido a los cubanos entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, sin términos medios, y ha hecho ver que el verdadero patriota es quien asiente a todo lo que dicte la “dirección histórica” de la Revolución. Parece que no, pero cansa. 

China y Vietnam, los modelos

Respecto a lo económico –no se puede olvidar que el PCC es “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”, por lo que el tema, como todo, le incumbe–, el presidente cubano elogió el desempeño de dos países “socialistas”, China y Vietnam, como ejemplos de coexistencia armoniosa de la propiedad pública y la privada (sin mentar, por supuesto, las brutales formas de explotación pre-capitalista en las que trabajan millones de chinos y la represión a la que se exponen cuando expresan sus reclamos).

Asimismo, en un ejercicio de autocrítica, Castro mencionó algunas de las trabas que afronta la economía cubana. En el sector de la construcción, subrayó las demoras en la ejecución de las obras y la mejorable calidad final, y en el de la agricultura refirió la crónica insuficiencia de la producción, que obliga al país a dedicar anualmente 2.000 millones de dólares a importar alimentos.

Lo curioso es que estos problemas han sido abordados, una y otra vez, en ese mismo escenario –el Palacio de Convenciones de La Habana–, en otros congresos y en sesiones del Parlamento durante años de años, por lo que, si dentro de un lustro se celebra un nuevo congreso del PCC, el sucesor de Castro solo tendrá que tomar un papel de 2016, quitarle el polvo y llevarlo nuevamente a la tribuna del plenario.

Un unipartidismo “irrevocable”

Para demostrar cuán en sintonía están el partido y el pueblo de a pie, basta un botón de muestra. Al dirigirse a los militantes, el canciller Bruno Rodríguez, miembro del Buró Político, señaló que en la reciente visita de Barack Obama a Cuba hubo “un ataque a fondo a nuestra concepción, a nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestros símbolos”. Esa mentalidad de plaza sitiada no parece haber sido la de la gente sencilla, pues dondequiera que aparecía la caravana presidencial, Obama era aclamado con júbilo, una escena extraña en un continente donde tradicionalmente las visitas de los inquilinos de la Casa Blanca se acompañan de manifestaciones de protesta y de decenas de banderas norteamericanas chamuscadas.

Para no “perder el norte” –y nunca mejor dicho–, Castro volvió a hacer referencia en su discurso al “enemigo”, sin nombrarlo directamente, aunque todos pudieron imaginar que no aludía a México ni a Finlandia. El enemigo estaría haciendo lo posible por influir en los sectores más “vulnerables”, entre los que mencionó a los jóvenes, los intelectuales y los emprendedores privados. Por ello, el presidente habló de “elevar el control por parte de los órganos encargados del enfrentamiento a la subversión político-ideológica, así como levantar la combatividad de los militantes, la vigilancia en los centros de trabajo y la labor ideológica con las nuevas generaciones”.

El incremento del control y la vigilancia –algo que coincidentemente ya está aplicando Xi Jinping para que los chinos no se vuelvan más burgueses que la propia dirigencia del país–, parece un ligero apretón a una tuerca que siempre ha existido: en Cuba no se da empleo a nadie en el sector estatal si antes no se le “verifica” en su barrio y se concluye que es un ciudadano “revolucionario”.

Y es que se huele el peligro. El desafío de unos EE.UU. en plena apertura hacia la Isla, con las empresas norteamericanas listas tanto para anclar cruceros con miles de turistas en el puerto de La Habana, como para brindar servicio de Internet de gran velocidad en cuanto reciban la autorización, es demasiado para unos dirigentes que han estado muy cómodos durante medio siglo, apuntando a Washington como el origen de todo mal.

Por eso, enterados de que, si hay que quitar trabas, EE.UU. acabará eliminándolas una por una, se curan en salud. Según Raúl Castro, en los próximos años se llevará a referéndum la ratificación del “carácter irrevocable” del actual sistema político, que consagra el unipartidismo.

Si en ese momento todavía queda alguien en Cuba que no se haya hartado y haya emigrado, será interesante ver qué votará…

“Todo atado y bien atado”

Partido único, sí, pero sin “falsa unanimidad”, alertó Raúl Castro. “No tenemos ningún miedo a las opiniones distintas, ni a las discrepancias, pues solo la discusión franca y honesta de las diferencias entre los revolucionarios nos conducirá a las mejores decisiones”. Y nuevamente ahí, dejada caer con suavidad, la precisión: “solo la discusión entre los revolucionarios”. Quien esté fuera de esa categoría sociopolítica, no tiene nada que decir sobre el futuro de la nación. Es un cero, o mejor, un “cero negativo”.

Además de dejar claras estas cuestiones, el presidente aprovechó la clausura del evento para marcar en cierto modo la despedida. “Por inexorable ley de la vida, este 7º congreso será el último dirigido por la generación histórica, la cual entregará a los pinos nuevos [a los jóvenes] las banderas de la Revolución y el socialismo”, expresó Raúl Castro. Todo, así, quedará “atado y bien atado”.

Estos “pinos nuevos” –que al parecer han tardado más de medio siglo en crecer– serán los que previsiblemente tomarán las riendas del país en 2018, cuando Castro tenga ya 87 años, haya completado dos períodos de cinco años de mandato. En adelante, para evitar el envejecimiento de la clase gobernante, el primer secretario del PCC anunció que no se podrá ingresar al Comité Central del partido con más de 60 años, ni se podrá ejercer determinados cargos del PCC ni del gobierno si se tienen más de 70 años. Esto, dicho a estas alturas, recuerda aquel “después de mí, el diluvio”, que se le suele atribuir a Luis XV.

Por último, está Fidel Castro. El líder histórico de la Revolución, quien en agosto cumplirá 90 años, hizo pública aparición para, entre las lágrimas de algunos de los presentes, asegurar: “Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos”.

Y no va descaminado el veterano dirigente porque, en efecto, las ideas de los comunistas quedarán. A muchísimos cubanos les será bastante difícil olvidarlas.

© Aceprensa

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