Economía y Sociedad, Europa

Menos suicidios, pero aún demasiados

La prevención es fundamental para evitar que una persona atente contra su vida, pero apenas 28 países cuentan con planes de este tipo.


 La idea de que “si alguien quiere quitarse la vida, nada podrá impedírselo” es, cuando menos, un razonamiento derrotista. Y falso, pues si bien no siempre es posible vigilar hasta el último rincón a la persona vulnerable, existen modos de intervenir y de prevenir.

Según el informe que acaba de publicar la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 40 segundos se suicida una persona, lo que representa anualmente la pérdida de 804 000 seres humanos (11,4 por cada 100 000, en una proporción de 15 hombres por ocho mujeres)[1], idos para siempre por su propia mano. Es mucho, demasiado, aunque menos que hace una década, cuando sobrepasaban los 883 000. A día de hoy, el suicidio se ubica en la decimoquinta posición en cuanto a las causas de muerte en el mundo, si bien constituye la segunda causa para los jóvenes de 15 a 29 años, franja de edad en la que la tasa general de muertes es lógicamente baja.
 
El mayor acceso a los servicios de salud, que ha influido en un descenso global de la mortalidad multicausal, pudiera estar incidiendo en la reducción de las cifras generales, por lo que la OMS se muestra optimista en que la tasa disminuirá en un 10 por ciento hacia el año 2020. Sin embargo, para que el “milagro” ocurra, habría que dedicar más atención oficial al fenómeno y desarrollar planes de prevención. Actualmente, de 172 países analizados en su informe, solo 28 cuentan con planes nacionales en este sentido –son 13 en toda Europa, ocho en las Américas, ninguno en África, ninguno en el Mediterráneo oriental…–, y ello a pesar de que sus cifras superan con mucho a las que exhiben los accidentes de tráfico y los homicidios.
 
OMS pide que la información sobre estas muertes se abstenga de utilizar un lenguaje sensacionalista, o de presentar el suicidio como la solución a un problema
En 2012, por ejemplo, en España se contabilizaron 3.539 suicidios, mientras que las víctimas en accidentes de tráfico fueron 1.915, y 303 las muertes como resultado de agresiones. De estas dos últimas causas, los medios de comunicación suelen dar detalles, sacar conclusiones, alertar, mientras que los suicidios, cuyos números gritan mucho más alto, quedan silenciados.
Sin glamour, por favor
Cuando en 1994 el rockero Kurt Cobain, guitarrista de Nirvana, se descerrajó un tiro, algunos temieron una ola de suicidios por imitación entre sus fans, lo que por fortuna no ocurrió. Pero ha ocurrido, y el precedente más nombrado en Occidente es el de joven Werther, protagonista homónimo de la novela de Goethe, quien en un arrebato de amor se quitó la vida, acción que secundaron cientos de jóvenes europeos a finales del XVIII.
 
En su informe, la OMS no ignora la posibilidad de la imitación, y por ello recomienda evitar la tendencia a la alharaca en las noticias sobre suicidios de personas socialmente conocidas. “Está probado que cuando se publicita de manera sensacionalista un suicidio, las personas vulnerables que están pensando en quitarse la vida, pueden pasar a la acción, porque se sienten identificadas con el problema y con la solución tomada por la persona famosa que acaba de morir”, ha explicado Ella Arensman, presidenta de la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio.
 
Entre las recomendaciones que la OMS desgrana en su web, incluye que la información sobre estas muertes sea “responsable”, esto es, que se abstenga de utilizar un lenguaje sensacionalista, o de presentar el suicidio como la solución a un problema; que se eviten las imágenes y la descripción detallada del método utilizado, además de que se aproveche la ocasión para explicar, a hipotéticos nuevos casos, dónde pueden obtener ayuda.
Según la OMS, los trastornos mentales y el abuso del alcohol son causa de muchos suicidios
 
Suicidio y trastorno psiquiátrico


Según señala el informe de la OMS, la prevención pasa también por no facilitar los medios de comisión a los potenciales suicidas, que suelen valerse de las posibilidades que brinda el ambiente. No es extraño que en los países más pobres y vinculados a la agricultura se utilicen los plaguicidas como “vía de salida”, o que el recurso predilecto del 46 por ciento de los estadounidenses que se suicidan sean las armas de fuego, en un país donde se puede obtener un rifle con solo abrir una cuenta en el North Country Bank.
 
En el caso de Europa, el envenenamiento con medicamentos constituye el segundo o tercer método de suicidio o de intento de este. La OMS recomienda a los servicios de salud contener la mano a la hora de dispensar a los pacientes sus dosis de medicamentos, e informarles sobre los riesgos de almacenar en casa medicinas que hayan dejado de usarse.
Es de notar que el 90 por ciento de los suicidios en los países con altos ingresos está relacionado con algún tipo de trastorno psiquiátrico, aunque esto suele ser menos prevalente (en torno al 60 por ciento) en algunos países asiáticos, como China e India.
 
Una interesante ironía es que, mientras la OMS exhorta a prevenir el suicidio y a poner trabas para quitarse la vida, en algunos países intenta abrirse paso el “derecho” al “suicidio médicamente asistido”. Es el caso del “turismo suicida”, la modalidad de quienes acuden a clínicas en Suiza para provocarse la muerte en condiciones controladas. Según un reciente estudio de la revista Law, Ethics and Medicine, entre 2008 y 2012 unas 600 personas viajaron al país helvético con tal propósito.
En la mayoría de los casos el sujeto ha enviado señales de advertencia, que habría que saber identificar para proporcionarle ayuda
Intervenir… antes de la nota de despedida
Así como en su “Infierno” Dante coloca a los suicidas en la incómoda situación de verse convertidos en árboles desgarrados por las arpías, las personas que eligen el suicidio en sociedades donde está penalizado no ven que les vaya a ir mucho mejor en caso de que fracase su intento.
 
Sucede así en unos 25 países que cuentan con leyes específicas para penalizar los intentos de suicidio, prácticas que únicamente logran que la persona vulnerable se encierre más en sí misma, no busque ayuda externa para superar el momento de crisis, y dé la “sorpresa”.
La despenalización, en todo caso, contribuye a que el problema y sus motivaciones afloren y puedan ser atendidas. Según los expertos, en la mayoría de los casos el sujeto ha enviado señales de advertencia, que habría que saber identificar para proporcionarle ayuda.
La OMS ha identificado varios factores desencadenantes del suicidio, y en consecuencia recomienda a las instancias responsables de tomar decisiones intervenir frente a ellos.
 
Algunos de estos incentivos fatales pueden ser de orden sistémico, como un deficiente servicio de salud pública, incapaz de dar una mano a quien necesita atención desesperadamente y no tiene los recursos para pagársela. O social, como la discriminación por pertenecer a un grupo concreto, o la aculturación (en EE.UU., Canadá y Australia, el índice de suicidios en las comunidades aborígenes supera al del resto de la población), o el padecer acoso o abuso, sea en el marco de un conflicto bélico (en el caso de los refugiados y solicitantes de asilo), sea en el aparentemente “pacífico” ambiente de un aula escolar, en ocasiones convertida en un verdadero infierno para algunos adolescentes que no saben cómo salir del círculo de persecución a que los someten sus compañeros.
 
Ante todo, una línea de acción: involucrarse, facilitando el acceso a la asistencia de salud mental a las personas de riesgo, y a los cuidados paliativos a aquellos que padecen enfermedades incurables, identificando y protegiendo a los más vulnerables, y quitando de en medio cualquier vía susceptible de ser utilizada como “la solución”.
 
La experiencia japonesa


La imagen fílmica del samurai que se hace el hara-kiri para restablecer el honor mancillado, ha divulgado en Occidente la percepción de que, en Japón, quitarse la vida es una decisión que se toma algo a la ligera.
No lo es, desde luego, pero cierta concepción religioso-cultural de la existencia quizás haya incidido en el incremento de los suicidios que golpeó al país asiático a finales de los años 90, en tiempos económicamente tormentosos para el archipiélago. Hasta 1998, el número anual de fallecimientos por esta causa se mantuvo en los 25 000, pero ese año se disparó hasta los 32 000.
 
La tendencia se modificó cuando se produjo un cambio de actitud colectiva hacia el fenómeno. De ser una realidad “personal”, de la que no se hablaba, pasó a ser un tema de debate en la palestra pública, cuando los hijos de quienes se habían quitado la vida comenzaron a dar testimonio de la repercusión del suicidio en sus vidas personales. El proceso de toma de conciencia desembocó, paulatinamente, en la firma en 2006 de la Ley de Prevención del Suicidio, y ya en 2012 los decesos cayeron por debajo de 30.000 anuales. La curva general, de momento, se perfila a la baja, justo mientras un país de rasgos culturales coincidentes, como Corea del Sur, experimenta un lamentable repunte.
 
Entretanto, en la otra orilla del Pacífico, en Chile, donde el recurso al suicidio también se disparó en los últimos 20 años, se ha debido implementar una estrategia nacional de prevención. En el país en que, curiosamente, más ha crecido el número de agnósticos en América Latina (con un 25 por ciento, se ubica solo detrás de Uruguay), las consecuencias de la desesperanza, que no han podido ser sepultadas por la favorable marea económica, han demandado un despliegue de medios para entrenar al personal sanitario que asiste a las personas en riesgo, así como programas de prevención en las escuelas y la creación de una línea telefónica de ayuda, entre otras medidas, que aún no han logrado frenar la tendencia –leve– al alza.
 
Quizás cuando se tome mayor conciencia del flagelo, cuando políticas bien coordinadas envíen a la persona vulnerable el mensaje de que “no estás sola”, las gráficas comenzarán a reflejar decididamente mejores datos. Porque 804 000 muertes siguen siendo demasiadas.
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[1] El índice de suicidios por cada 100 000 habitantes es notablemente bajo en países árabes como el Líbano (0,9), Argelia (1,5) e Iraq (1,7), mientras que se mantiene alto en países del Lejano Oriente como Japón (18,5, con tendencia a la baja), Corea del Sur (28,9, en ascenso) y Corea del Norte (38,5).

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