América, Política

El subcomandante Marcos deja el pasamontañas a otros

El líder del EZLN ha anunciado que deja de ser la voz de los zapatistas. El comunicado final, de tintes épicos y “literarios”, es ambiguo en cuanto el futuro de su mediática guerrilla.

Un líder guerrillero que demuestra, en sus comunicados, estar al tanto en plena selva de lo que ocurre en las últimas temporadas de Juego de tronos y The Walking Dead; que organiza eventos a los que denomina “encuentros intergalácticos”, y que dice de sí mismo que “no se va quien nunca estuvo, ni muere quien no ha vivido” es, cuando menos, un sujeto original y de una proyección, digamos, algo etérea.

El subcomandante Marcos, jefe del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que saltó a los titulares con sus primeras acciones militares en 1994 en Chiapas, al suroeste de México, encaja en ese molde. Es un señor que domina la palabra —y que la retuerce endiabladamente muchas veces—, que se erige en portavoz de los derechos de los preteridos pueblos indígenas de su país —siendo él mestizo—, y que busca constantemente conectar con los medios y con las nuevas redes de la información. Ante tanta presencia mediática, algunos se han cuestionado si, tratándose de un guerrillero, no le vendría mejor un poco menos de visibilidad (“Dios tuvo éxito porque no se mostraba mucho”, llegó a aconsejarle el uruguayo Eduardo Galeano).

Por estos días, “Marcos” ha vuelto a ser noticia, al anunciar en un comunicado que ya no será más la voz del EZLN. El comunicado va dirigido a los “compañeros, compañeras y compañeroas” (sic): por inclusivo que no quede. Lo ha hecho en el contexto del asesinato de un zapatista de renombre, José Luis Solís, alias Galeano, a manos de un grupo paramilitar en Chiapas. De ahora en adelante, tras 20 años de labor mediática del “subcomandante”, el nuevo portavoz será el “subcomandante Galeano”, que ya no será una persona concreta, sino el colectivo de militantes zapatistas, la “masa revolucionaria” en la que el reencarnado.

“Marcos” cuelga los guantes. ¡O no! ¿Acaso puede dar certezas fiables un organizador de “encuentros intergalácticos”? 

El “alter ego” del Che
A finales de los años noventa, los periodistas Bertrand de la Grange y Maite Rico indagaron profusamente sobre el fenómeno zapatista, y el resultado fue el libro Subcomandante Marcos: La genial impostura (El País/Aguilar, 1998), una investigación sobre la vida de Rafael Guillén, un filólogo de la UNAM, simpatizante de las ideologías de izquierda y de algún que otro movimiento armado reivindicativo de “los de abajo”, que un buen día de 1984 desapareció de casa y al que años después la familia, mirando la tele, logró identificar con “Marcos”.

El período de ausencia le sirvió a Guillén para prepararse política y militarmente para llevar a cabo en México su proyecto de lucha anticapitalista y antineoliberal. No había, por supuesto, mejor lugar para entrenarse que Cuba, meca de todos los que se ejercitaban para derrocar tiranías en sus países de origen, para sacudirse de encima a incómodas metrópolis, o para intentar cambiar el sistema en sociedades con visos de democracia representativa, pero todavía lejanas al ideal de “democracia socialista”. La presencia de potenciales “insurgentes” era, pues, masiva.

A este paraíso de revoluciones en flor llegó Guillén, con una marcada obsesión por un personaje: el Che Guevara. Los autores Rico y de la Grange recogen el testimonio de “Benigno”, uno de los ex miembros de la guerrilla del argentino, quien conoció al futuro “subcomandante”: “Quería saber los menores detalles de la vida del Che en el monte, en Bolivia y en África: sus lecturas, su forma de escribir y sus momentos favoritos para hacerlo, lo que comía, cómo repartía los alimentos entre sus hombres, cómo fumaba la pipa, qué tabaco utilizaba, cómo ejercía la medicina en las poblaciones… ¡Quería saber hasta cómo respiraba”.

Y es que, en su manía imitatoria, Guillén —que usaba una boina como la del Che desde los 16 años— empezó a fumar en pipa y, habiéndose enterado del padecimiento asmático de aquel, pues también se volvió “asmático”, aunque, según un antiguo profesor de literatura del mexicano, “yo lo tuve seis años frente a mí y nunca padeció asma”.

Pocos tiros y mucha cámara
En lo que no imitó Marcos a su ídolo fue en llevar hasta las últimas consecuencias personales la pasión de aquel por enterrar al capitalismo. Si el Che acabó ejecutado por un soldado boliviano, por orden de la CIA, el Subcomandante, en sus “últimas palabras antes de dejar de existir”, reconoce haberse decantado por la menos nociva opción de seguir vivo.

“En lugar de dedicarnos a formar guerrilleros, soldados y escuadrones —apunta en el comunicado—, preparamos promotores de educación, de salud, y se fueron levantando las bases de la autonomía que hoy maravilla al mundo. En lugar de construir cuarteles, mejorar nuestro armamento, levantar muros y trincheras, se levantaron escuelas, se construyeron hospitales y centros de salud, mejoramos nuestras condiciones de vida”.

Pues sí: pocos tiros y mucha cámara. La guerrilla zapatista —que, dicho sea de paso, se volvió una piedra en el zapato del gobierno mexicano y lo hizo comprometerse a reconocer los derechos de autonomía y participación política de los pueblos indígenas— se convirtió en una alegre máquina de relaciones públicas, en una época en que la izquierda, aturdida por el derrumbe del socialismo europeo, había perdido la brújula.

El EZLN fue, pues, capaz de concitar la atención de los desorientados, y en la espesura de la Selva Lacandona, fue gustoso anfitrión de personalidades como el cineasta Oliver Stone y la ex primera dama francesa Danielle Mitterrand —“Zedillo, escucha: Daniela está en la lucha”, clamaban los entusiastas combatientes—, y sirvió de icónica inspiración a los participantes en cada edición del Foro Social Mundial.

Un “Forrest Gump” en la selva mexicana
Y claro, también su propio ideario fue acomodándose a los tiempos: han pasado, según Marcos, “de la toma del Poder de Arriba a la creación del poder de abajo; de la política profesional a la política cotidiana; de los líderes, a los pueblos; de la marginación de género, a la participación directa de las mujeres; de la burla a lo otro, a la celebración de la diferencia”.

Ahora, sin embargo, la repentina “evaporación” de Marcos recuerda un poco al atribulado Forrest Gump: en el filme homónimo, el personaje, harto de correr, se detiene de una vez, y quienes lo han seguido se encogen de hombros: “Y ahora, ¿qué hacemos?; ¿a quién seguimos?”. Forrest no articuló palabra. Marcos dice: “Al colectivo, al pueblo”. Pero, ¿a quién exactamente, o acaso, como en el teatro griego, hablará de verdad el coro?

Cae el telón. El final ha sido algo difuso. Como la personalidad del protagonista.


Hace 20 años, un disparo

Cuando surgió en 1992, el EZLN se presentaba como una organización revolucionaria armada, cuyo fin era tomar el poder e instaurar en México un régimen socialista. Era uno más de los grupos latinoamericanos de ideología marxista que intentaban reproducir la revolución cubana. El que se integraba en él juraba: “Defenderé los principios revolucionarios del marxismo-leninismo y su aplicación a la realidad nacional”.

El día escogido coincidió con la entrada en efecto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entre México, EE.UU. y Canadá, lo que fue visto en dimensión simbólica por sectores de la izquierda mundial contrarios a los programas neoliberales.

Los choques con el ejército mexicano, que dejaron 108 víctimas mortales, solo duraron hasta el 12 de enero, tras un alto el fuego decretado por el presidente Carlos Salinas de Gortari. Desde ese momento, el EZLN fue modificándose como una organización más política que militar, y llegó a negociar con el gobierno mexicano para fraguar los denominados Acuerdos de San Andrés, de 1996, que estipulaban el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, de sus sistemas normativos internos, y el compromiso de impulsar en ellos la producción y el empleo.

La defensa de la identidad indígena le atrajo las simpatías de la prensa occidental, entonces entusiasmada con el indigenismo.

En 2001, Marcos encabezó una marcha de los zapatistas hasta el Zócalo en México D.F., lo que fue el punto álgido del movimiento. Después hubo un repliegue: el movimiento zapatista quedó recluido en Chiapas, y perdió presencia mediática. El idilio entre Marcos y los intelectuales extranjeros se ha ido marchitando.

A día de hoy, varias decenas de municipios indígenas chiapanecos disfrutan de autonomía, aunque los niveles de pobreza se mantienen muy elevados.

Pero el interés público por la cuestión indígena experimenta un declive en México desde principios de este siglo. Hacía años que no oíamos hablar casi nada de Marcos y de su movimiento.

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