América, Política

Venezuela: el valiente pronunciamiento del Cardenal Baltazar Porras

La lenta pero inexorable marcha de Venezuela hacia la dictadura no se detiene.


En rigor, se acelera y las arteras maniobras de Nicolás Maduro y los suyos parecen, de pronto, haberla instalado ya. Porque privar a los legisladores nacionales electos por el pueblo de sus inmunidades constitucionales (para así poder, presumiblemente, acusarlos impunemente del delito de Traición a la Patria) y, peor, asumir formalmente desde el Tribunal Supremo de Justicia las facultades legislativas que, de acuerdo a la Constitución, son inequívocamente de la Asamblea Nacional traspasa todos los límites. Venezuela ya no tiene Poder Legislativo.
 
Ello es un reconocimiento evidente de que en Venezuela ya no hay siquiera vestigios lejanos de la que en su momento fuera una democracia. Venezuela es una dictadura. Que un tribunal judicial, vergonzosamente adicto al Poder Ejecutivo local, borre repentinamente al Congreso del mapa constitucional de un país es algo realmente grotesco. Sin precedentes. Sin embargo, salvo en el ámbito particular de la Organización de los Estados Americanos, la región no se ha conmocionado con la intensidad que debiera ante tamaña desvergüenza.
 
Hablamos por cierto del mismo tribunal sumiso a Nicolás Maduro que, desde julio de 2016, ha anulado todas y cada una de las leyes emanadas del Parlamento venezolano. Lo que es algo tan inédito, como inaudito.

Pero no todas las voces han callado. Desde Venezuela resuena la de un pastor de excepción, que está entre los preferidos del Papa Francisco: la del corajudo Cardenal venezolano, Baltazar Porras.
 
Para él, la sentencia del Tribunal Constitucional antes referida lleva a Venezuela al “despeñadero de la dictadura”. Y obviamente eso es así. A lo que agregó que la crisis de su país es consecuencia de “un sistema totalitario que nos lleva hacia ese despeñadero que es la dictadura, porque sencillamente no se quiere reconocer donde está la soberanía, que reside en el pueblo que eligió una Asamblea Nacional”. Así de obvio. Y de correcto.
 
Para el Cardenal Porras, la sentencia del sumiso alto tribunal venezolano es inconstitucional, toda vez que “niega la base fundamental de la democracia”. Más claro, imposible.
 
Pero las tristes reflexiones del preclaro prelado no terminaron ahí. Porque agregó: “No es la manera de dirimir, estar de acuerdo o desacuerdo, usando permanentemente el insulto y la grosería, porque lo que se quiere hacer valer es la razón en Venezuela” y que lo que el pueblo de su país está pidiendo no es otra cosa que lo que manda la Constitución: esto es elecciones libres, a las que Nicolás Maduro (obviamente seguro de una inexorable derrota) ha dejado de convocar, pese al claro mandato constitucional.
 
Para el Cardenal Porras, la vía electoral, esto es el camino de las urnas, debe habilitarse como prioridad absoluta y de manera inmediata. Tiene razón. No hacerlo, es jugar con fuego y darle la espalda a la democracia de la manera más evidente. Venezuela no tiene ya división de poderes. Punto. No es una democracia. Ni nada siquiera parecido.
 
Mientras algunos cancilleres de nuestra región, como el de Uruguay, sigan empeñados en tratar de “tapar” constantemente la verdad de lo que efectivamente sucede en Venezuela y se animen sólo a sumarse tímidamente -y con reservas- al accionar grupal desde el Consejo Permanente de la OEA, el pueblo venezolano seguirá en el mayor desamparo.
 
Con un doble castigo: el que cotidianamente le propinan vitalmente los “bolivarianos” y el que surge de la ineludible desilusión que proyecta el cinismo de demasiados dirigentes políticos en nuestra región.
 
No obstante es para destacar que en el debate ocurrido en la OEA nada menos que veinte de sus miembros, sobre 34 posibles, apoyaron la posición de convocar ya mismo a elecciones, para que sea el pueblo venezolano y no un puñado de ineficaces y equivocados dirigentes encaramados en el poder que ya han sepultado la vía de las urnas, quienes decidan cual es el futuro de un pueblo que ya ha sufrido demasiado en manos de un gobierno incapaz, encabezado por un sabelotodo que alguna vez, no hace mucho, fuera colectivero y que hoy trata de suprimir el disenso encarcelando tramposamente a sus principales opositores. Y asumiendo la facultad de legislar. Como sucede también en Cuba.
 
Venezuela está tan profundamente quebrada, que lleva ya dos años de atrasos en sus pagos a las Naciones Unidas. Por ello, ha perdido su derecho de voto en esa organización.
 
La desgracia venezolana ha ocurrido gracias a Hugo Chávez y, en los últimos cuatro años, a Nicolás Maduro y a su impresionante acumulación de desaciertos y errores. Tan graves, que Nicolás Maduro está suplicando medicamentos a las Naciones Unidas, porque se le han acabado en su propio país, como si él no tuviera ninguna responsabilidad por ello. Hablamos de la escasez o desaparición de algo así como el 85% de la cartilla de medicamentos. Casi todo. La gente hoy busca cada vez más comida entre la basura, mientras la inflación provocada por el gobierno está ya en niveles demenciales, del 700% anual. Situación que transforma a la vida de los venezolanos en una pesadilla constante y creciente.
 
Es hora de seguir el camino que Venezuela curiosamente liderara cuando el golpe de estado en Honduras, en el 2009, y cuando la destitución del ex obispo y ex presidente de Paraguay, Fernando Lugo, en el 2012: el de aplicar la Carta Democrática Interamericana y de presionar diplomáticamente a un país que ha dejado claramente de ser una democracia y que ahora, además, le impide votar a su propio pueblo, al que la región no puede dejar abandonado a su triste suerte.
 
Teniendo en cuenta que, quizás, la suspensión de Venezuela en su carácter de miembro de la OEA puede “radicalizar” a Nicolás Maduro. Pero también recordando que hablamos de un gobierno que ya está “radicalizado”, a punto tal que ha destruido abiertamente las estructuras democráticas de su país e impide las elecciones. No se ha “sacado (del todo) la careta”, creen algunos. Pero, ante la realidad actual ¿qué más hace falta?
 
Tampoco debe analizarse lo sucedido con Cuba como una experiencia que sólo ha sido negativa. Ese país fue expulsado de la OEA en 1962. Y su dictadura no se conmovió. Pero lo cierto es que cundo fue invitado a regresar a la OEA no lo hizo; porque está claro que el actual régimen nunca respetará las libertades civiles y políticas de sus ciudadanos, ni -menos aún- sus derechos humanos. Estar en la OEA es quedar permanentemente expuesto a que eso se vea y conozca en la región entera. Siempre. De allí que Cuba, más allá de sus quejas y de su aburrida retórica, nunca haya seriamente pensado en reingresar al organismo regional. Ocurre que para ser miembro del mismo es necesario ser y comportarse como una democracia. Y Cuba no lo es. Lo grave es que hoy, Venezuela tampoco lo es.
 
Por todo esto, el presidente de Perú, dando el ejemplo, retiró definitivamente al embajador en Venezuela, Mariano López Chávarry, de su destino, señalando con razón: “América Latina es democrática. Es inaceptable lo de Venezuela”. La Argentina, sin reflejos al tiempo de escribir esta nota, se mantiene casi en silencio.
 
Luis Almagro denunció que lo sucedido en Venezuela constituye un “auto-golpe de estado”. Y es así. Porque el “quebrantamiento del orden democrático” es evidente.
 
Lo de Nicolás Maduro es una traición al pueblo venezolano y una burla a la región toda. En rigor, ha asumido “la suma del poder público”, en el monarca, o mejor dicho, cual tirano.
 
La oposición no tiene ahora otra opinión que ganar la calle. Para defender lo que queda de sus libertades y de su dignidad. La democracia ha sido derribada. Venezuela ha dejado de lado al “estado de derecho”. Esta y no otra es la realidad. Dura. Desafiante. Lamentable. En esta hora tan amarga no hay espacio para el silencio, ni para los “brazos cruzados”.
 
 
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

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