Desde hace algunas semanas, una larga caravana, integrada fundamentalmente por hondureños, camina lentamente en dirección a los Estados Unidos.
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Viernes, 20 de septiembre 2024
Desde hace algunas semanas, una larga caravana, integrada fundamentalmente por hondureños, camina lentamente en dirección a los Estados Unidos.
Esto los llevó a través de El Salvador, Guatemala y México, países a los que el presidente norteamericano, Donald Trump, solicitó medidas que impidan que los hondureños continúen en dirección norte. Sin éxito alguno.
¿Cuál es la razón que impulsa a la mencionada caravana? Huir de la pobreza y procurar vivir con la esperanza de poder mejorar. Por esa razón, ven en los Estados Unidos una suerte de “tierra prometida” en la que aspiran poder instalarse.
De la misma manera que los flujos migratorios que se originan en Medio Oriente o en el Norte de África que hoy están presionando a Europa, América Central despide población que apunta a residir en los Estados Unidos. La inmigración, está claro, se ha transformado en una de las cuestiones más afligentes y dramáticas del escenario internacional. Los flujos migratorios han existido siempre, pero la novedad es que hoy su presión es no sólo constante, sino masiva.
Para Donald Trump lo que sucede –cree- podría corregirse con un muro que cierre la frontera de su país con México lo más herméticamente posible, patrullado no sólo por las autoridades migratorias, sino hasta por contingentes militares, a los que ya ha convocado ante la emergencia que la caravana aludida conforma.
En realidad, la solución pasa presumiblemente por otro lado: apoyar sin retaceos el desarrollo económico de América Central, generando empleo y oportunidades. Si esto no se comprende, la presión migratoria presumiblemente no disminuirá y hasta podría transformarse en una serie de avalanchas humanas sucesivas capaces de provocar un verdadero caos fronterizo.
Otra de las razones que impulsan a las columnas de migrantes centroamericanos es la inseguridad. Sus propios países han caído en manos del crimen organizado y de las bandas criminales que se dedican particularmente a promover el narcotráfico.
La vida no está asegurada para nadie en buena parte de las ciudades centroamericanas, donde rige la ley del más fuerte en un ambiente gobernado desde el terror.
Hablamos entonces no sólo de gente que escapa de la miseria, sino también de la inseguridad. Cada año, algo así como medio millón de personas cruzan ilegalmente la frontera sur de los Estados Unidos. La bonanza actual de la economía norteamericana refuerza los sueños de quienes pretenden integrarse a ella. Hoy los Estados Unidos crecen a una tasa anual del 4,2% de su PBI; tienen una tasa de desempleo del 3,7%; su salario por hora está creciendo a un ritmo del 2,9%, y la inflación es de apenas un 2,7% por año. A lo que se suma la relativa abundancia de espacio vital que con frecuencia simplemente no existe en el Viejo Continente.
Lo que antes parecía una avalancha de migraciones individuales se ha transformado en una presión mucho mayor, bastante más difícil de controlar que obliga además a atender necesidades humanitarias que hasta ahora no existían. Los migrantes en su trayecto necesitan techo y comida. Su periplo es largo y peligroso. Pero sus ilusiones no se desvanecen y continúan alimentando los flujos. Las dificultades son de tal magnitud que no siempre es posible para los jefes de familia poder mantenerla unida a lo largo del trayecto. Con frecuencia los jóvenes se alejan de sus familiares en el transcurso de su viaje y comienzan a correr su propia suerte, por el resto de sus vidas.
Por la magnitud del problema, las respuestas debieran incluir esfuerzos regionales pero, además, mecanismos para integrar, en su destino final, a quienes arriban con la identidad de su lugar de destino, tarea que no es fácil y que cuesta encarar, quizás porque supone reconocer de alguna manera el carácter prácticamente inevitable de los actuales movimientos migratorios.
Si no se comprende que la pobreza y la inseguridad son las dos causas fundamentales que motorizan a quienes escapan de ellas, el conmovedor espectáculo de las columnas de migrantes se mantendrá y podría hasta aumentar significativamente.
Honduras crece a una tasa anual del 5% de su PBI, pese a lo cual tiene una desesperante tasa de pobreza que afecta al 64,3% de su población. Y una tasa de homicidios que está entre las más altas del mundo. Asolada por pandillas criminales, exporta delincuencia y corrupción y es un ejemplo lamentable de sociedad ultra-violenta, gobernada además por una “clase política” impregnada de corrupción.
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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