Economía y Sociedad, Europa

¿Debe la ayuda al desarrollo sustituir los esfuerzos nacionales de progreso?

Durante décadas, los líderes africanos corruptos e incompetentes culparon a Occidente de sus problemas.


El ministro marroquí del Interior, Mustafá Sahel, pidió el mes pasado, en medio de las oleadas de inmigrantes africanos en su paso por el reino alauí, un "verdadero plan Marshall en beneficio principalmente de los países del África subsahariana" para luchar contra la inmigración irregular. Y el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, siempre más atento a los intereses de Rabat que a los propios, pidió en la última cumbre europea en Inglaterra que la UE lo haga posible.

En la misma línea, el gurú del pensamiento progresista y director de Le Monde, Ignacio Ramonet, exigió un "Plan Marshall" para paliar los disturbios causados por los inmigrantes musulmanes en Francia. También demandó con anterioridad planes Marshall para ayudar a África , para estimular la tecnología en el Tercer Mundo y otro para cooperar con los palestinos.

Nos limitaremos a decir que las últimas investigaciones acerca de la naturaleza real del Plan Marshall demuestran que no fue una catarata de dinero fresco que hizo brotar la riqueza como un germinal de las ruinas de la Europa de post-guerra como usualmente se cree. Muy por el contrario, pensar que el atraso económico se cura con ayuda financiera sería cometer el mismo error dos veces.

En su libro "Africa Unchained", el economista ghanés George Ayittes describe el pavoroso resultado de décadas de ayuda económica al contienente negro:

"El esfuerzo de desarrollo poscolonial de África puede describirse como una enorme salida en falso. Los líderes nacionalistas, con pocas excepciones, adoptaron los sistemas políticos equivocados (sultanismos o estados monopartido); el sistema económico erróneo (estatismo); la ideología equivocada (socialismo); y adoptaron el camino equivocado (industrialización a través de la sustitución de la importación). Igualmente perjudicial, quizá, fue la baja calaña de la directiva. Funcionalmente analfabeta y dada a la postulación esquizoide y el populismo, la directiva careció de la comprensión más básica del proceso de desarrollo".

Durante décadas, los líderes africanos corruptos e incompetentes culparon a Occidente de sus problemas. Exigieron — y recibieron — enormes transferencias de ayuda a gran escala como su supuesta deuda. Pero el declive de sus naciones continuó, acelerándose a menudo. En la práctica, como demuestra Ayittey, los funcionarios occidentales de ayuda humanitaria han sido cómplices del declive de África. Los donantes crearon muchos problemas relativos a la asistencia exterior. Se proporcionó mucho con el argumento de los propósitos políticos de la Guerra Fría, en lugar de motivos económicos sensatos. Los programas de ayuda y las burocracias actuaron como parangones de la eficacia. Sin embargo, los mayores fracasos llegaron del bando de los receptores ya que la corrupción campaba a sus anchas.

Y es que cuando el dinero de la ayuda continúa fluyendo, todo lo que los legisladores tercermundistas hacen es buscar estrategias para recibir más. Olvidan hacer que su propia gente trabaje para solucionar estos mismos problemas tan básicos. En África, son los extranjeros quienes solucionan los problemas, haciendo que la víctima no se responsabilice de cambiar. La ayuda conlleva a la falta de responsabilidad y a la desidia.

La ayuda de gobierno a gobierno y de ONG a gobierno ha demostrado ser ineficaz. No debe haber duda de ello. La medida del G8 de condonar la deuda a varios países pobres demuestra que, si la ayuda dirigida a los gobiernos africanos durante el último medio siglo hubiera sido eficaz, el presente debate no tendría lugar. El crecimiento rápido es posible, pero la ayuda a los gobiernos africanos post coloniales ha sido un fracaso. El legado del colonialismo es real, pero no puede explicar o excusar este fracaso, dado que otras naciones post coloniales han prosperado enormemente durante el mismo periodo de tiempo.

Una propuesta excelente es la del analista S.T. Karnick: convertir al Banco Mundial en un banco real, uno que haga que organizaciones privadas en países en desarrollo lleven las cuentas que les permitan implementar proyectos individuales, que cubran una amplia variedad de actividades constructivas, que den ayuda donde es más necesaria, como la construcción de hospitales, tratamiento del agua, prevención de la malaria, tecnología agrícola, construcción de carreteras (una necesidad crítica en muchos países africanos), alfabetización, inmunización, prevención y tratamiento del sida (incluyendo investigación seria de las causas de la alta incidencia de la enfermedad en África), y mucho más.

Porque se trata intentar soluciones nuevas e innovadoras, y no, como hace el progresismo bienpensante, de probar una y mil veces las rancias recetas de desarrollo que siempre conducen al mismo e inevitable fracaso.

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